De las muchas transformaciones sociales que ha operado la pandemia de coronavirus, una resulta particularmente trascendente. En enorme medida, totalizante. En cada comunidad, la enfermedad global ha convertido a todos sus miembros en un solo actor colectivo. Ese cambio sustancial se advierte en los avisos del Gobierno nacional, que llevan la reflexión de que “Cuidarte es cuidarnos”; y en la invocación del papa Francisco acerca de que “Nadie se salva solo”; y en esa etiqueta replicada infinitamente en las más diversas redes sociales: “Quédate en casa”. Todos esos mensajes, en todos esos niveles, cristalizan el cambio provocado por la covid-19: cada uno de nosotros es simultáneamente todos nosotros.
Esta curiosa fórmula comunitaria, en la que uno es igual a todos, no es un eslogan político, ni una campaña solidaria, ni un llamamiento espiritual: es una certeza científica. Una verdad epidemiológica. Y, a la vez, un ultimátum a la responsabilidad civil. Sólo si cada tucumano respeta, una por una, las medidas de seguridad que se conocen y que LA GACETA sigue difundiendo a diario (uso de tapabocas, distanciamiento social, aislamiento preventivo, lavado de manos, desinfección de los objetos que se llevan al hogar…), el virus mortífero no causará los estragos a gran escala que ha provocado en las naciones pobres de Centroamérica y en las naciones ricas de Europa. En otras palabras, el coronavirus nos interpela acabadamente como sociedad. Una sociedad es un conjunto de personas que, precisamente, se asocian a través de bienes. Uno de esos bienes, tanto a lo largo de la historia como del presente, es la salud.
Mañana, los tucumanos como sociedad, cada uno de nosotros en nuestra responsabilidad con todos nosotros, seremos puestos a prueba. Tucumán dará un paso importante en la salida progresiva de la cuarentena con la reapertura del comercio, en horario vespertino. Para que Tucumán siga teniendo índices tan bajos de contagio, con semanas que acumulan varios días seguidos sin nuevos casos positivos y con el número de infectado por debajo del medio centenar, es indispensable que seamos ciudadanos a la altura de las circunstancias, desde todos los puntos de vista. La decisión política de la reapertura de la actividad mercantil responde a una necesidad económica (la del sector privado, afectado por el cierre obligado de sus negocios; y la del Estado, resentido en la recaudación) más que a una convicción sanitaria. Por ello, los comerciantes deben ser absolutamente responsables en las condiciones que impongan para el acceso a sus locales, los clientes deben ser completamente respetuosos de las reglas de salubridad, y las autoridades deben ser plenamente eficientes en el control.
Sólo así, la salida del aislamiento será un proceso sostenido y en ampliación, y habrá tiempo y lugar para que todos puedan comprar y vender. De lo contrario, el desmadre convencerá a las autoridades de que, pese al ruego del sector privado en favor de reanudar la actividad comercial, las persianas bajas son la única manera posible de combatir el coronavirus.
La pandemia que se enfrenta es una cuestión de vida o muerte. Congeniar la urgencia sanitaria con las necesidades de la economía es no sólo un desafío mayúsculo, sino que es un reto desconocido: esta es la primera plaga de escala planetaria en tiempos de globalización. No hacer lo que es debido costará vidas humanas. Y eso es imperdonable. Entonces, la manera en que escojamos manejarnos mañana será también la clase de personas que elegimos ser.