Es cierto, algunos poquitos campeonatos de fútbol siguieron jugándose y ya falta poco para que vuelva la Bundesliga alemana. Y estos días hubo también exhibiciones de tenis. Pero el primer “deporte” que se pone el título de ser el primero que vuelve en plena pandemia es el de las Artes Marciales Mixtas (MMA). Y, más concretamente, el de esa lucha enjaulada cuya organización corre por cuenta de la Ultimate Fighting Championship (UFC) del empresario Dana White. Su circo fue rechazado primero por varias ciudades. Fracasó también luego el intento de llevar el espectáculo a una reservación india, libre de leyes federales. Y White no tiene lista todavía la “Fight Island”, esa isla en la que ya comenzó a instalar estadio y jaula para trasladar allí todas sus luchas. El reinicio, la vuelta del circo, estaba previsto para anoche mismo en Jacksonville, en Florida. Ni siquiera lo frenó el contagio detectado en uno de los luchadores, el brasileño Ronaldo Jacaré, que iba a ser parte de las peleas previas y que, según todo parece indicarlo, llegó contagiado a Estados Unidos. Los protagonistas centrales del UFC 249 de anoche en Miami fueron Tony Ferguson y Justin Gaethje.
Estudios médicos afirman que los daños físicos de las MMA, si bien más espectaculares, son menores que los que produce el boxeo. Impacta la sangre que suele tapar los rostros de muchos de los luchadores y que cubre muchas veces buena parte del ring. También la cercanía del público con esos golpes que, además, son mucho más variados y espectaculares que los del boxeo. Castigos impiadosos que los gladiadores resisten como pueden. Sus pagas, dicen también numerosos informes, están muy por debajo de lo que ganan los organizadores. A diferencia de otros deportes, los luchadores no tienen un sindicato que los agrupe. Algunos de ellos, ya retirados, iniciaron demandas millonarias contra la patronal. Son casos a veces poco difundidos, porque la TV y algunos medios son socios comerciales del espectáculo.
Con el apoyo de Trump
White es un empresario muy del Estados Unidos actual. El Estados Unidos que votó a Donald Trump, un magnate que llegó al poder desde sus millones y su popularidad en un programa de TV cuyo nombre lo decía todo “You are fired” (Estás despedido). Así gobierna. Ahora, es cierto, con algunos problemas que atentan contra sus planes de reelección en noviembre, porque Estados Unidos acumula ya cerca de 80.000 muertes por una pandemia que el propio Trump ridiculizó al comienzo. ¿Cómo puede ser que el país que, según los especialistas, tiene los mejores hospitales, avances y estudios médicos del mundo haya desatendido tanto a su población más vulnerable? Cuando todo es entendido como un negocio, salud incluída, no hay sistema que alcance.
No debe ser casual la elección de un presidente que privilegia negocios y se pone siempre primero, narcisista y arrogante, incapaz de entender todo aquello que altere su mundo. Tampoco debe ser casual que Trump haya hecho campaña en los espectáculos de White. Y que White lo haya señalado como el hombre ideal para liderar a Estados Unidos. Y que el peleador contagiado del espectáculo de anoche llegara justamente de Brasil, el país liderado por otro presidente que ha hecho el ridículo en estos tiempos de pandemia (Jair Bolsonaro) y al que muchos recién ahora, cuando él mismo se ridiculiza, le quitan apoyo y no cuando hacía campaña denigrando e insultando y apuntando con sus brazos como si fueran una ametralladora. Avisándonos quién era, como cuando años atrás reivindicó a un torturador en plena sesión parlamentaria. Y mucho menos es casual el auge de esta lucha salvaje, esa riña de gallos humana que ahora es presentada como “deporte”.