Ayer pasó cerca de la Tierra, en lo que a distancias astronómicas se refiere, uno de los asteroides más grandes que rondaron nuestro planeta. Se llama 52768 (1998 OR2) y sus dimensiones estimadas son de entre 1,7 kilómetro de largo y 4,1 kilómetros de ancho. No chocó contra nuestro mundo y no estaba previsto ello, según la NASA reiteró hasta el hartazgo. Sin embargo, millones de personas venían dando y temando con que el asteroide podía terminar con gran parte de la vida humana. Hasta los menos crédulos seguramente sintieron una comezón cada vez que veía o leía alguna novedad sobre el “piedrazo” planetario.
Mientras millones miramos al cielo para buscar la destrucción o la salvación, ambas juegan a los dados aquí abajo, en cada rincón y en cada esquina. Y a los dados los tiramos sobre el tapete terrestre nosotros, más allá de que se deposite el terror de la desgracia o la bendición de la calma en cuestiones menos mundanas. La pandemia que atravesamos sirve de muestra sobre esta situación. Los científicos que estudian la covid-19 poseen cada vez más certezas de que hubo participación humana para su “creación” o su pase del mundo animal al humano. No tan sólo ello, sino que también queda en evidencia que la propagación de la enfermedad deriva de las acciones de las personas, que van destruyendo los cimientos de la sociedad como se la conocía. Lejos pasó el asteroide como para romper nuestro mundo, pero nosotros, desde aquí, lo vamos carcomiendo con nuestra empecinada tarea de hacer lo que no debemos. Y propagamos el virus hasta que fue pandemia.
La enfermedad que golpea el mundo dejó un agujero profundo, aunque no es una piedra planetaria que viaja a 31.000 kilómetros por hora. Está desparramando profundas llagas en el tejido social o, en todo caso, permitiendo que queden explícitas con mayor claridad. La pobreza en nuestro país en particular y en la región en general habla per se. Según las Naciones Unidas, la covid-19 será fatal para las economías del planeta, en especial para las del tercer mundo, entre las que se cuenta la Argentina. En el informe de Naciones Unidas estiman que los pobres de la región pueden llegar a pasar de los 185 millones actuales a 220 millones (sobre el total de 620 millones de ciudadanos de la región). El mayor golpe será para los que viven en la pobreza extrema, que ascenderían de 67 a 90 millones. En Tucumán, un 7% de los que viven en el Gran San Miguel lo hacen bajo la línea de la pobreza y casi un 7%, en la indigencia. Son números duros, en todo sentido, y que se replican en toda esta Argentina cuasi fundida, con reservas del Banco Central flacas y cada vez más excluyente desde lo social y lo económico.
Gran parte de la dirigencia política del país -y de Tucumán, claro- está preocupada por la crisis económica-social. La pregunta es: ¿están ocupados? ¿O en realidad hallaron en la pandemia una rueda de auxilio inesperada con la cual patear otros problemas lo más lejos posible?
Eso se comenzaron a preguntar intelectuales de distintas ramas en nuestro país y en otros donde la rigidez de las medidas de aislamiento social son realmente preocupantes para lo que -según ellos- se está convirtiendo en una suerte de medida de control social: nada mejor que el miedo para paralizar a las masas. Si bien es correcto que rija el aislamiento, a algunos no les cierra que se descuide otros frentes casi tan nocivos para la sociedad como el coronavirus, salvando las distancias de lo que significa una enfermedad que es mortal. Como reflexionaba un psicólogo tucumano en una charla (virtual) con amigos: el coronavirus es una problemática compleja; sin embargo todos estamos sumidos bajo el dominio del modelo médico. Las preguntas son varias. Desde la psicología, cuántos suicidios o infartos por estrés podrá provocar en las personas que vean que sus ingresos llegaron a 0 por fundirse o por perder su fuente laboral en un contexto que tardarán en recuperar. Desde la sociología, qué pasará cuando la gente llegue a la desobediencia social si se extiende más la cuarentena de lo que ellos están dispuestos a esperar. Ver un problema desde una sola arista nos priva de abordarlo en su integridad. Así las cosas, el asteroide pasará y otro de mayores dimensiones lo hará el 2 de septiembre de 2057. ¿Para entonces, habremos colapsado solos o habremos hallado las soluciones aquí, en la Tierra?