Desbordados y cansados, con más horas de trabajo y de capacitación acelerada en nuevas tecnologías y plataformas, los docentes sienten que la educación virtual a la que se vieron obligados por la cuarentena y la suspensión de clases, les ha cambiado 100 por ciento la vida. Para algunos, es una oportunidad y, para otros, un calvario.
Josefina Damico, profesora de Geografía, lo resume así: “De un día para otro sumé 10 grupos de WhatsApp y me estoy volviendo loca”.
La educación en línea es compleja y los alumnos se distraen con facilidad. Los docentes saben que los adolescentes pueden estar frente a la pantalla “participando” de una clase, pero con la atención en la repetición de un partido de fútbol que disfrutan por celular.
“Mis intentos por que usen el foro, me cuenten cómo van con las tareas y generar debates fracasan. Pocos escriben y entre ellos no se leen. No puedo evitar sentirme triste, frustrada e incompleta. Extraño todo: las risas, los chistes, los gestos, la alegría que contagian, las voces, sus cantos y hasta sus comentarios fuera de lugar”, dice María Noel Gigena, profesora de Matemática y Física.
Evitar el colapso
“Después de pasar horas escribiendo presentaciones, guiones de las clases, eligiendo fragmentos de material audiovisual, grabando videos propios, editando, compilando, aprendiendo a usar más de una docena de herramientas digitales nuevas a la vez, cargar documentos en diversos formatos, actividades, revisar la mensajería, los foros, los chat del aula virtual, además de los ya vigentes de WhatsApp, los e-mail institucionales y personales, no tengo que olvidar revisar las tareas enviadas por los estudiantes visualizar, corregir en la sección calificación y guardar. También debo enviar el informe de participación a los preceptores y consultar por la situación de aquellos que no están participando, averiguar sobre la posibilidad de organizar una clase por video conferencia... y la lista sigue. Mientras tanto mi computadora pide un descanso, mis ojos y mi espalda también”, apunta Gigena.
Ivana Feldfeber, pedagoga social y especialista en enseñanza de la programación, nuevas tecnologías y entornos virtuales de aprendizaje comparte ideas para evitar el colapso. En primer lugar, sugiere no intentar reemplazar los encuentros presenciales con los virtuales ya que la interacción humana no tiene comparación.
En esa línea, Gigena cree que la cuarentena priva a los docentes “del vínculo con el estudiante, de conocerlo, escucharlo, ser su guía, verlo crecer y disfrutar de la gran aventura que es el aprendizaje”.
Más tiempo y pantallas
Generar contenidos virtuales lleva más tiempo que producir los presenciales e implica conocer plataformas como Moodle, Google classroom, Edmodo, Zoom o Meet.
“Habitualmente lleva un año preparar un curso virtual con buenas clases y material para lograr el aprendizaje; acá estamos haciendo todo al momento. Hemos tenido que aprender a preparar clases distintas, a usar una máquina, buscar artículos, lecturas y viendo qué sirve y que no. Es un ambiente distinto y falta tiempo, más aún a los ‘profes’ con muchos cursos y que llevan una casa adelante”, opina Mercedes Demmel, profesora de Biología.
Para Isabel Duelo, profesora de Historia, las clases virtuales son un desafío. “Debemos buscar recursos variados, conexión académica y anímica con los adolescentes y sobre todo tener tiempo para atender consultas personales o problemas de los estudiantes, para corregir y hacer una devolución de trabajos, tiempo para los directivos y sus exigencias y tiempo para preparar clases”, dice.
“¿Ventajas? Los chicos nos extrañan. Extrañan el aula Y nosotros a ellos. ¿Desventajas? Muchísimas horas en pantalla, dificultad para evaluar y preocupación por alumnos muy dispersos que debemos supervisar constantemente”, asegura. Y apunta: “Hemos perdido el valor de la discusión grupal”.
Desconectarse
En la página Mumuki, un proyecto de educación de la programación, Feldfeber plantea que hay que desenchufarse: estar disponibles virtualmente no quiere decir estar a disposición las 24 horas del día los siete días de la semana.
Los equipos de coordinación, por ejemplo, no deben enviar comunicaciones después de hora porque es necesario desconectar del trabajo como cuando se sale de la escuela. Los alumnos también deben respetar los horarios de consulta y los días de trabajo.
“Probablemente, mandar cinco tareas a realizar en un día no sea recibido como presencia y contención, sino como una saturación para una cabeza ya agotada”, subraya Feldfeber.
Además, la comunicación con los alumnos y las familias deben ser claras: consignas cortas que eviten la confusión. Lo mismo aplica a las comunicaciones entre directivos y docentes.
Salas de “chat”
Los encuentros sincrónicos (reuniones virtuales en vivo) no necesariamente son las más útiles, opinan los profesores. Los problemas de conectividad pueden hacer perder información y deja afuera a quien no tiene computadora. Filmar videos o enviar audios pueden ser un mejor recurso para aprender.
“Lo sincrónico no siempre es lo mejor. Ya que tiene que ser virtual podemos aprovechar las ventajas de lo asincrónico o semisincrónico: cada uno viendo videos y consultando a su ritmo dentro de un horario y ejercicios determinados”, opina Luciana Benotti, docente de Famaf (UNC).
Feldfeber indica que salas de chat como Discord o Telegram (parecido a WhatsApp de software libre) pueden utilizarse como espacios de encuentro e intercambio, sin la necesidad de una buena conexión o de descargar una app.
Benotti cuenta que por Telegram logró más preguntas y participación que en el aula presencial.
“En el aula de una materia de programación hay un 20 por ciento de mujeres. En las dos clases presenciales que tuvimos no les conocí la voz. Por Telegram, casi la mitad de los mensajes fueron de mujeres. A veces respondiendo las preguntas de sus compañeros”, explica.
Cuando los temas se fueron complejizando pasaron a un formato de dos horas sincrónico por Meet con videoconferencia y screensharing editando un Google doc más dos horas semisincrónicas por el formato de clases del principio.
Días difíciles
“El hecho de estar todo el día en nuestras casas, con angustia, ansiedad y con la energía puesta en cuidar nuestra salud, corre el foco y pone otras prioridades”, apunta Feldfeber.
En este punto, Noel Gigena grafica: “Me levanto de la silla y tomo conciencia que me he pasado el día frente a la computadora. Siento que mi hermosa profesión mutó. Se transformó en una solitaria tarea de escritorio con retroalimentación no inmediata, remota, atemporal, descontextualizada y fría. Todo diálogo se resume a: ‘no entiendo la actividad número...’, ‘no puedo enviar la tarea B’. Esto parece más un servicio técnico on line que una práctica escolar”.
Para Marcela Pizarro, profesora en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral, la virtualidad exige más trabajo para docentes y alumnos. “No voy a negar que por momentos me siento cansada y con la sensación de que el tiempo se me escapa. Implica organizar las clases de otro modo, ser más creativos para hacer las clases dinámicas, más interactivas; elegir los textos adecuados y, por lo general, más cortos para que puedan analizarlos. A todo lo anterior, se suma el hecho de que los que saben del tema aconsejan no estar más de 40 minutos conectados a las pantallas”, apunta.
El psicólogo educacional Horacio Maldonado cree que este tiempo de aislamiento puede generar la aparición de nuevas y productivas formas de enseñar y de aprender.
“La pandemia per se constituye un reto a la creatividad de los profesores, quienes, quizá sin tantas ataduras y condicionamientos administrativo-pedagógicos, puedan desarrollar, en caso que se autoricen y atrevan, nuevas habilidades y destrezas en el arte y en la profesión de enseñar”, remarca.
Los estudiantes, dice, casi seguro le darán la bienvenida a esas nuevas circunstancias.
Recomendaciones para clases en línea más efectivas
La Universidad Tecnológica de Monterrey, en México, publicó una serie de recomendaciones de la profesora Mary Meinecke para superar los desafíos de la enseñanza remota.
Comunicar expectativas. Antes de la sesión en vivo, compartir la agenda con los estudiantes. De esta manera sabrán qué esperar y cómo prepararse de antemano, por ejemplo, viendo un video o leyendo un artículo.
Motivar el interés de los estudiantes por conectarse. Es un desafío lograr que todos los alumnos se conecten a las sesiones sincrónicas. Por ese motivo, los temas deben ser interesantes y atractivos.
Preparar ayudas visuales. Ante posibles complicaciones técnicas, asegurarse de tener explicaciones breves, imágenes, archivos compartidos o información Si el alumno puede visualizar el tema, estará más enfocado.
El inicio. Conectarse unos minutos antes de que comience la sesión y hacer una pequeña charla informal en línea, tal como en el aula presencial. Pedir a los estudiantes que enciendan sus cámaras. Es mucho más fácil establecer una conexión personal cuando se puede ver los rostros de todos.
Al inicio de la sesión compartir la agenda. Si un alumno se desconecta de la sesión, cuando regrese sabrá en qué actividad están.
Hacer preguntas con frecuencia. Mantiene a los estudiantes activos. Puede ser aplicando encuestas, haciendo preguntas o haciendo que los alumnos compartan un simple pulgar arriba o abajo en el chat.
Realizar encuestas. En una discusión, pedir a los alumnos que elijan la opción que sea más importante para ellos. Verificar la comprensión y el nivel de dominio de un tema. Al final de la sesión, solicitar a los alumnos que califiquen la clase para mejorar las próximas.
Monitorear el tiempo. Ser conciso en la sesión. Mostrar un video de 20 minutos durante una sesión no es un efectivo. Recordar que la capacidad de atención de un estudiante de 16 años es de 30 minutos, según estudios.
Mantener un ritmo activo. Los estudiantes se distraen fácilmente por influencias externas, así que hay que mantener buen ritmo.
* Este texto fue publicado originalmente por La Voz. Se reproduce aquí con la autorización correspondiente.