En algunos casos, los archivos familiares guardan fragmentos de una historia que trasciende los sentimientos domésticos, para, sin perder intimidad, revelar pasajes de interés colectivo. Uno de ellos ha llegado a nosotros. Es una carta. La escribe Marco Aurelio Avellaneda a sus hermanos Manuel y Eudoro. Expone en ella los últimos momentos de su hermano, Nicolás, y los sentimientos desgarrados de quienes formaban su círculo de afectos.
Nicolás Avellaneda, fue uno de los más relevantes estadistas de Argentina. Sucedió como presidente de la República a Domingo Faustino Sarmiento, de quien había sido su Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Se había desempeñado también como senador nacional por Tucumán y como rector de la Universidad de Buenos Aires. Para el interés particular de nuestra provincia, siendo muy joven, con 21 años recién cumplidos, ya había fundado un diario: El Eco del Norte. Años después, como primer mandatario, fue quien extendió la línea de ferrocarril hacia el norte del país, con enormes ventajas económicas para la región. El tren llegó a Tucumán en 28 de setiembre de 1876.
La carta
Su altura intelectual se contrapesaba, lamentablemente, con una salud endeble. Enfermizo, tenía apenas 49 años cuando murió víctima del mal de Bright, una implacable nefritis degenerativa. Los achaques habían comenzado al término de su presidencia. Buscando una cura, en junio de 1885, viajó a París acompañado por su esposa Carmen Nóbrega. Allí, lo esperaban sus amigos Martín García Mérou, José C. Paz, Carlos Pellegrini y Aristóbulo del Valle. Luego de consultar varios especialistas, se embarcó en el crucero “Congo”, de la Compagnie de Messageries Maritimes, para volver a Buenos Aires. Era el 5 de noviembre de 1885. En ese viaje encontraría la muerte.
Transcribamos ahora las partes esenciales de esa larga misiva, en la cual Marco, casi al comienzo, se disculpa: “Yo no sé por qué he estado tan ofuscado que ni se me había pasado por la imaginación que podía ser tan próximo el desenlace de la enfermedad de Nicolás. Me embarqué el jueves 26 para recibirlo en Montevideo esperando volver a verlo, sinó del todo restablecido, por lo menos muy mejorado, y me encontré con su cadáver”.
Decaimiento
Continua la carta con los hechos que rodearon el final, y que, sin dudas, le fueron narrados por sus acompañantes. “Pasó bastante bien los ocho primeros días de embarcación hasta llegar a Dakar, desde donde, a consecuencia de un cambio brusco de temperatura y de algunos desarreglos en la alimentación, principió su decaimiento físico hasta el día de su fallecimiento.
Como siempre, sus facultades intelectuales en todo su vigor; discurría sobre política y sobre literatura con el brillo y la lucidez de sus mejores días; jamás le faltó el ánimo ni la serenidad de su espíritu, y demostró hasta el último minuto una fuerza de voluntad sorprendente. Hasta tres días antes de su muerte se ha afeitado con sus propias manos, y ha hecho tres horas de lectura diarias.”
Sin embargo, se desprende del testimonio del doctor Del Valle, la consciencia “de la proximidad de su muerte”, pues, “cuatro días antes me manifestó que no tenía esperanzas de llegar a Buenos Aires y que el desenlace sería a bordo.”
Muerte
Ya el último día, el miércoles 25 de noviembre, cuando está pronto a morir, Nicolás, apercibiéndose que su esposa “y sus hijos rezaban despacio, les pidió que rezaran en alta voz para acompañarlas. Entonces, le dijo Carmen: “valor Avellaneda, esta tarde llegaremos a Montevideo”. A lo que él contestó: “no es el valor, es la vida la que me falta”.
“A las cinco le fue ofrecido un vaso de agua que aceptó estirando el brazo y tomándolo con mano temblorosa. El señor Aristóbulo del Valle, que estaba permanentemente alarmado por el estado de Nicolás, tuvo necesidad de salir de su cámara por breves momentos; al volver a entrar, notando un extraordinario brillo en su mirada, se aproximó preguntándole si tenía fiebre, tomándole al mismo tiempo la cabeza, y al incorporarlo lanzó su último suspiro sin que se apercibieran ni aún las personas que estaban alrededor de su lecho. Eran las cinco horas y 45 minutos de la tarde.
La Cámara de señoras, que le había sido cedida desde algunos días antes, fue convertida en capilla mortuoria, y allí fue velado hasta su llegada a Montevideo”, detalla la misiva
Dolor
En los siguientes pasajes, Marco habla de su experiencia, al asumir la responsabilidad de recibir el cuerpo de su hermano.
“Tuve la triste satisfacción de orar de rodillas delante de su cadáver el viernes 27 a las 10 AM, cuarenta horas después de su fallecimiento. Pedí a Dios en esa circunstancia solemne que la memoria de Nicolás sea un nuevo vínculo que estreche aún más, si es posible, la unión que siempre existió entre nosotros; que nos de fuerzas para practicar las virtudes cristianas y para no apartarnos jamás del camino del honor, haciéndonos así dignos hijos de nuestro padre, dignos hermanos de nuestro hermano.
El cadáver había sido provisoriamente embalsamado; tenía el rostro tranquilo, sin alteración notable, sin enflaquecimiento, tan semejante a lo que estaba Nicolás cuando se embarcó para Europa que habría parecido dormido de no ser por el color un poco ceniciento.
Los pasajeros del vapor ‘Congo’ que habían tratado más de cerca a Nicolás, me hablaron con admiración del valor con que había soportado los sufrimientos de su enfermedad, de la resignación y de la tranquilidad con que había muerto. ‘Es necesario, me decían, haberlo visto morir para creer posible que un hombre pueda conservar hasta el último momento tanto valor, tanta serenidad de espíritu’”, escribió.
Honores
“En el momento de llegar a conocimiento del Presidente del Estado Oriental la noticia del fallecimiento de Nicolás, mandó ofrecer un buque de guerra para trasportarlo a Buenos Aires; o si se prefería, encargarse del desembarco para velarlo con toda pompa en la Catedral mientras llegase un buque de guerra argentino.”
En su biografía del presidente, cuenta Carlos Páez de la Torre (h), que los restos de Avellaneda, fueron trasladados a Buenos Aires el día 28. Cruzaron el Río de la Plata en la cañonera “Uruguay”, que iba con las vergas cruzadas en señal de duelo. Al llegar a Los Pozos, al otro día, trasladaron el féretro a otro barco, el “Azopardo”, cubierto de crespones negros y donde se encontraban los hijos de Nicolás y la comitiva oficial, encabezada por el general Donato Álvarez. Ese buque finalmente llegó al puerto en un marco impresionante: “Todos los buques anclados en el puerto tenían sus banderas a media asta y tronaban los cañones”. Desde el alba, cada cuarto de hora disparaba la batería “Once de Setiembre” y, en el instante del desembarco, se le unieron las salvas de otros buques. Una vez en tierra, el féretro fue subido al coche que debía llevarlo hasta el Cementerio de La Recoleta, seguido por una procesión de 60 carruajes, mientras se ejecutaban marchas fúnebres. Los fastos, causaron “conmoción en la muchedumbre, que rebasó a la policía e invadió el cementerio”. Luego de los varios discursos oficiales, se colocaron los restos en el mausoleo de la familia.
Familiares
En el final, la carta adopta un tono muy personal. Marco se disculpa nuevamente: “He creído de mi deber, mis queridos hermanos, darles cuenta de todo lo que he sabido referente a la muerte de nuestro hermano que ha sido digno de su vida y de la elevación de espíritu que siempre demostró en todas las ocasiones solemnes. No lo he hecho antes porque he estado aturdido, imposibilitado de escribir una carta.
¡Que pérdida tan grande la que hemos sufrido nosotros! una perdida tan grande la que ha sufrido el país con la desaparición de un hombre del genio y del corazón de Nicolás! No puedo consolarme de haberle aconsejado el viaje a Europa que me ha privado de haberlo acompañado en sus últimos momentos, de haber recibido sus últimos consejos, de haber sido el depositario de su última voluntad (…)
Adiós mis queridos Manuel y Eudoro. Los abrazo cariñosamente deseándoles resignación.”
Concluyamos nosotros, aclarando que quien redacta este testimonio, Marco Aurelio Avellaneda, fue Ministro de Hacienda, Ministro del Interior y senador nacional. Murió en 1911. De los cuatro hermanos, Nicolás era el mayor (1836), a quien le seguían Marco (1837), Manuel (1839), Eudoro (1840) e Isabel (1841). La carta está fechada el 11 de diciembre en Buenos Aires. Quien la conservó, y nos la hizo llegar, es la señora Celia Avellaneda de Ibarreche. Sirva esta publicación de agradecimiento, resaltando el alto valor de conservar y compartir estos documentos, honrando, paralelamente, el trabajo de divulgación trazado por Páez de la Torre en este diario.