Por Roberto Espinosa
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
Sin hablarme, sin mirarme, se levantó, se puso el sombrero, se puso el impermeable porque llovía y se marchó bajo la lluvia, sin una palabra, sin mirarme y me cubrí la cara con las manos y lloré.
Una mesa, un vaso de vino, un atado de cigarrillos Gauloises y la sonrisa de un niño se estremecen ese lunes cuando las hojas muertas cubren en el andén de la ternura los párpados del poeta en Omonville-la-Petite, Normandía.
1900, febrero 4. Su melancólica picardía se asoma a la luz ese sábado en Neuilly-sur-Seine, el París arrabalero, que 16 años antes ha despedido al ilustre tucumano Juan Bautista Alberdi. “En las grandes aguas de mi madre nací en invierno una noche de febrero. Meses antes en plena primavera, hubo un fuego de artificios entre mis padres, era el sol de la vida y yo ya estaba adentro; me volcaron la sangre en el cuerpo, era el vino de una fuente y no el de una bodega...”, comenta.
Los 15 años ruedan en las baldosas de la filosofía de la calle. Se emplea en un bazar. Los oficios más dispares le dibuja la vida. “Por entonces, ya desde muy joven, escribía algunas letras de canciones y fueron unos jóvenes amigos quienes comenzaron a llamarlas poemas”, cuenta.
A las trompadas
1927. Una de las ventanas del movimiento surrealista se abre de par en par; las diferencias con André Breton, el mentor, lo empujan al poco tiempo a hollar otra senda, al igual que Paul Éluard y Antonin Artaud. “Yo fui lo que ahora se llama un joven delincuente y entré en la literatura no escribiendo, sino dando trompadas. Ocurría que Giacometti, que tenía un año menos que yo, me dejaba dormir en su taller de escultor y con él compartía la comida. En cambio, iba a las reuniones de los surrealistas con Robert Desnos, Yves Tanguy, Louis Aragon y Breton que casi siempre terminaban en tumultos. Y allí comenzaba a actuar yo”, dice.
La injusticia social arrebata su sangre. Amasa entonces el grupo teatral Octubre que promueve la agitación y la propaganda en las fábricas, bajo la supervisión de la hoz y el martillo. 1932. Los poemas se esparcen en varias revistas, decidido a recomponer sus relaciones con la escena literaria, en la que se había consolidado desde su relación con el surrealismo.
1936. El oficio de guionista lo ejercita en el largometraje Jenny, de Marcel Carné. La amistad y el talento lo hermanan a Jean Renoir, André Cayatte y Jean Dellannoy. Sus libretos viven en El muelle de las brumas, Sombras del paraíso, Las puertas de la noche, Los amantes de Verona (1949), El fin del día, Los visitantes de la noche, El crimen del señor Lange, Un día de campo, El soldadito...
1945. Paroles despabila los corazones del mundo. La primera edición francesa vende 240.000 ejemplares. En 40 años, el poemario llega a los tres millones vendidos y es traducido a 80 lenguas.
Un agujero
Su amigo Joseph Kosma zambulle algunos de sus poemas en los pentagramas. Las hojas muertas perturban el sentimiento de la voz de Juliette Greco e Yves Montand. Un clásico de la canción francesa está dando sus primeros pasos. Su pluma mira a los changuitos y a la esperanza. “Siempre habrá un agujero en la muralla del invierno para ver de nuevo el verano más hermoso. Los niños lo tienen todo, salvo lo que les quitamos. Muy felizmente algunos seres viejos vuelven a la infancia y se alejan hacia la muerte con paso tranquilo y liviano”.
Poeta de lo cotidiano, de la sencillez, disconforme, rebelde, forja sus sueños entre amigos, vinos lentos, amores desamparados bajo una lluvia de de fuego. La mirada de Bárbara lo arrulla por una hendija de la memoria.
La vida de Jacques Prévert se trepa a las volutas de un cigarrillo el 11 de abril de 1977, buscando la luz del desvelo, mientras tal vez el canturreo de un beodo se escucha en una esquina de Brest: pero la vida separa a los que se aman, muy dulcemente, sin ruido, y el mar borra sobre la arena la huella de los amantes separados.
© LA GACETA
Roberto Espinosa - Periodista y escritor.