“Cuando lo aprehendimos nos miramos entre todos. No podíamos creer que ese joven haya podido cometer un crimen y luego, cuando se descubrió que estaba también estaba involucrado en el otro hecho, mucho menos”, señaló el comisario Víctor Reinoso en una entrevista con LA GACETA.
Carlos Roberto Conti tenía 21 años cuando fue detenido. Pese a su corta edad, afrontaba la acusación de haber matado a los remiseros Pablo Pereyra y Claudio Salazar. Cometió ambos crímenes, según la investigación que realizó la fiscala Adriana Reinoso Cuello, para apoderarse de las pertenencias de las víctimas, y las mató para evitar que lo acusaran. Posiblemente, según la teoría de la Justicia, con el dinero que conseguía compraba droga. También utilizaba los autos de los dos remiseros para pasearse sin ningún problema. A uno lo “cortó” para venderlo y al otro lo quemó en un alejado sector de la capital.
Conti estudiaba Agronomía en la Universidad Nacional de Tucumán. “No era un alumno brillante, pero sí avanzaba, porque tenía un sueño, que era trabajar en los campos de su padre”, explicó un allegado de la familia, que prefirió que su nombre se mantuviera en reserva.
“Es adicto y desde hace un año se mete de todo”, dijo Guillermo Sokolic, el defensor del acusado, después de que no pudiera declarar por el crimen de Pereyra. “No puede hablar, no está en condiciones psíquicas y ahora está medicado”, agregó.
Quiso despejar las dudas sobre una posible estrategia de la defensa: “no creo que sea declarado insano o inimputable por su adicción”, había declarado. Pero admitió que sí podría atenuar una posible condena. “Su familia es normal, sin problemas; pero está afectada por esta adicción”, añadió el letrado.
Sokolic, rodeado de periodistas, aclaró esos días que el acusado estaba bajo tratamiento ambulatorio porque “la familia está desesperada y no puede creer que le imputen todo esto”. Conti sufrió un severo problema de salud luego de que fuera trasladado al penal de Villa Urquiza desde la Brigada Norte, donde estuvo encerrado varios días. El síndroma de abstinencia casi no le permitía levantarse de la litera que le habían asignado.
En Río Colorado aún lo recuerdan como el joven hijo de un finquero que se instaló allí en 2003. Comenzó a frecuentar el pueblo, donde se hizo amigos de varios chicos de su edad y hasta se puso de novio con una de las chicas más lindas del lugar. En el juicio que se realizó en su contra, se ventiló que el acusado había sido expulsado de su casa de Yerba Buena por el problema de adicción que tenía. “Se unió a mala yunta aquí también. Es cierto que él había desarmado un auto y que se lo había entregado a chicos de acá para que lo vendieran. Todo era para seguirse drogando. Desde ese momento la basura esa entró al pueblo y no se fue más. Por eso se produjeron crímenes horrendos aquí”, explicó Isauro Heredia, un hombre que pasó gran parte de su vida cuidando fincas en ese sector de la provincia.