Historias detrás de la historia: Carlos Conti, el universitario que asesinó a dos remiseros (parte I)

Historias detrás de la historia: Carlos Conti, el universitario que asesinó a dos remiseros (parte I)

EN EL JUICIO. Carlos Conti tenía 23 años cuando fue enjuiciado por doble homicidio.

La investigación comenzó en Tafí del Valle, pero tuvo una inesperada derivación. Dos remiseros asesinados con la misma arma y de idéntica manera: disparos en la nuca efectuados a muy corta distancia. Vinculaciones con otras dos muertes que quedaron impunes. Una causa que comenzó a esclarecerse gracias al seguimiento de un celular, una práctica novedosa para la época. Un sospechoso que rompía con todos los moldes, ya que Carlos Roberto Conti tenía apenas 21 años, era estudiante universitario e integrante de una respetada familia de Yerba Buena que tenía fincas de caña de azúcar en Río Colorado y Santa Rosa de Leales. Esos fueron algunos de los ingredientes de un caso que generó conmoción en la provincia. Un caso que hasta el último día del juicio que se le hizo en contra del único imputado tuvo un final abierto, pero concluyó con una dura condena que no terminó de despejar las dudas de los investigadores sobre la posibilidad de que haya sido el autor de otros crímenes.

Claudio Pereyra (28 años) tenía un Ford Escort con el que trabajaba de remisero en Tafí del Valle. El 25 de febrero de 2004 almorzó apurado en un parador ubicado al frente de la Escuela 126 de esa localidad porque debía buscar a tres pasajeros para trasladarlos hasta la capital. Después de hacer ese viaje iba a ir a visitar a su madre, Eva Pereyra de Núñez, que se recuperaba de una operación. Nunca más se supo de él. María del Huerto González, la ex pareja y madre de los cuatro hijos del desaparecido, hizo la denuncia dos días después. Los uniformados de la comisaría fueron puestos en disponibilidad porque nunca informaron de la novedad a la Justicia, que se enteró a través de LA GACETA del caso.

UNA VÍCTIMA. Pablo Pereyra era remisero de Tafí del Valle cuando fue asesinado.

A los pocos días, los policías encontraron la licencia de conducir de Pereyra en la banquina de la ruta 307, cerca de La Angostura. El 4 de marzo, en San Juan al 4.600, ubicaron el auto del desaparecido. Estaba totalmente incendiado. Los vecinos dijeron que esa madrugada un joven se detuvo, estacionó el auto, lo roció con combustible, le prendió fuego y luego se marchó como si nada con rumbo oeste. “Fue una situación muy extraña; no pensábamos que tendría luego semejante derivación. Nos asustamos mucho porque desde un primer momento sabíamos que algo malo había pasado con ese auto. Nadie incendia porque sí el auto”, dijo Julio Medina, uno de los pocos vecinos que aún vive en el lugar donde se concretó el hallazgo.

“No me interesan las chatarras que encontraron. Quiero que me hijo aparezca. El hecho de que al auto lo hayan incendiado sin él adentro, me da un poco de esperanza. Pero siento que a mi hijo le pasó lo peor”, dijo la madre en una nota publicada por LA GACETA el 6 de marzo de ese año. “Era un muchacho muy responsable; trabajaba bastante y no era de andar en cosas raras”, agregó sin darse cuenta que estaba hablando en pasado, como si supiera cuál había sido el destino de su hijo.

Pereyra se transformó en remisero meses antes de desaparecer. Su ex pareja había vendido una propiedad y le entregó parte de ese dinero para que se comprara un auto. Sus compañeros de la parada de la avenida Presidente Perón lo definieron como un joven normal que trabajaba más de la cuenta para poder mantener a su familia y juntar de a poco el dinero con el que cancelaría la deuda que le había quedado por la compra del automóvil. Sí dijeron que semanas atrás fue protagonista de un incidente durante una fiesta de casamiento que se había realizado en la villa. Relataron que allí se había peleado con un joven veraneante, pero no lo pudieron identificar ni describir físicamente. Los investigadores siempre sospecharon que, por temor, los testigos nunca dijeron toda la verdad. Pensaron que se asustaron al pensar que el sospechoso podría haber tenido protección policial.

PROFUNDO DOLOR. Eva Pereyra de Núñez, madre del tafinisto, al hablar de su hijo.

Otro desaparecido

La fiscala Adriana Reynoso Cuello llevaba muy pocos meses en el cargo cuando le llegó la causa a sus manos. Lo primero que hizo fue pedir una sanción a los uniformados que no habían informado sobre la denuncia de desaparición de Pereyra. Ya en esos tiempos, la Policía, utilizando una vieja estrategia que aún no fue del todo desterrada, les había dicho a sus familiares que se quedaran tranquilos porque seguramente se había tomado unos días de descanso y que pronto regresaría, versión que quedó descartada cuando el auto apareció incendiado en un punto lejano de la capital tucumana. Pero Pereyra seguía sin aparecer, al igual que su celular, un Nokia de los más económicos. Ese teléfono se transformaría en una pieza clave para esclarecer el hecho.

Mientras se intensificaba la búsqueda del conductor tafinisto, por recomendación de un par cuyo nombre nunca trascendió, Reynoso Cuello le prestó atención a la desaparición de otro remisero. Carlos Julio Salazar, de 53 años. Fue visto por última vez cuando salió a trabajar en un Ford Fiesta verde en la madrugada del 1 de enero de 2004.

Salazar, que tenía problemas de diabetes, había estado en la noche de Año Nuevo en la casa de su hija, Noemí, en el barrio 11 de Marzo, donde estaba instalado hacía ya un mes. “Brindó con nosotros y a la 0.30 se fue a trabajar, como todos los días”, relató la hija. Pero no fue un día común. Al parecer, el remisero salió apurado porque tenía que realizar un viaje hasta Yerba Buena y otro hasta Alderetes. Y nadie lo vio nunca más. Ni siquiera se supo con exactitud si ese viaje llegó a hacerse o qué pudo haber ocurrido en ese trayecto. En la remisería donde trabajaba esa noche no hubo operadoras, ya que era Año Nuevo.

Los familiares no sabían qué pensar. “Estamos desesperados. Él nunca se va así, sin avisar. Creemos que algo grave pudo haberle sucedido”, señaló la hija en una nota publicada el 5 de enero por nuestro diario. El dueño del vehículo que manejaba Salazar desde hacía tres años, Sergio Hugo Fabio, señaló que nunca antes había pasado algo así y que el remisero era muy responsable con su trabajo. “Lo único que espero es que aparezca con vida porque hay mucha inseguridad en las calles. Ya no me importa el auto”, señaló.

Salazar era viudo y a principio de los 90 se había vuelto a casar con María Rosa Morales, de quien se había separado unos ochos meses antes de desaparecer. Según los familiares, el remisero estaba muy triste por esta situación. “Sufría mucho por un desengaño y porque tenía constantes peleas con su ex mujer. Espero que esto no haya sido el motivo de su desaparición”, expresó la hija. La Policía indagó en la vida de la ex pareja del remisero desaparecido, que vivía en el barrio Juan XXIII (“La Bombilla”), pero al no encontrar ningún indicio en su contra, tachó su nombre de la lista de sospechosos.

En principio, ambas desapariciones no tenían nada en común, salvo que las dos víctimas eran conductores de remises y que para trabajar usaban autos marca Ford. Nada hacía presumir que ambos habían sido víctimas de un mismo homicida. Pero en Tucumán nunca se puede decir nunca.

Mañana, en la segunda entrega: los detalles sobre cómo se esclarecieron los dos brutales crímenes.

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