El penal de Villa Urquiza se transformó en el nuevo hogar de Mario “Lobo” Estequín después de haber sido acusado de haber cometido uno de los crímenes más aberrantes de los últimos años. A fines de diciembre de 2003, mató a su suegra, Margarita del Valle “Marga” Pereyra, y, después de descuartizarla en el patio de su vivienda, arrojó sus restos en el sur de la ciudad y en Lules. No la pasó nada bien durante las primeras semanas en la cárcel. Las personas que cometen este tipo de homicidios son rechazados por sus compañeros por temor a que haga algo igual detrás de las rejas. En junio de 2004, cuatro meses después de haber ingresado a ese infierno rodeado de muros, fue lesionado con una faca carcelaria por otro recluso.
El “Lobo” estuvo 28 meses en la prisión. En junio de 2006 recuperó la libertad porque habían pasado más de dos años sin haber sido enjuiciado. En sus tiempos de encierro, además de vivir protegido y con los ojos en la espalda para que no lo volvieran a lesionar, de a poco fue reconstruyendo su vida. El primer paso fue reconciliarse con Marisol Chávez, su pareja. La mujer que lo abandonó y por la que habría matado a “Marga”, su suegra. La mujer que asumió el rol de querellante en la causa y la que despejó todas las dudas sobre su violenta personalidad. La mujer que a los meses de haber quedado detenido le inició una demanda por pensión alimentaria y la que lo agredió cada vez que se cruzó con él. “Y volvieron por una sola razón: ella se dio cuenta de que él era inocente, que no tenía nada que ver con el crimen de su madre”, opinó Mario Leiva Haro, defensor de Estequín.
El juicio
A mediados de agosto de 2010, a casi siete años del crimen, comenzó el juicio. El “Lobo” estaba convencido de que sería absuelto. No le temía al tribunal que lo juzgaría. Estaba integrado por Ana Lía Castillo de Ayusa (presidente) y los fallecidos María Pilar de Prieto y Horacio Villalba, jueces que tenían fama de inflexibles y de hacer docencia en cada una de las audiencias, para que a nadie le quedaran dudas de sus decisiones. Marta Jerez de Rivadeneira, considerada como una fiscala de cámara detallista, llevó adelante la acusación.
En el juicio, el “Lobo” rompió el silencio de años y cada detalle fue muy reflejado por las crónicas de Luis María Ruiz que LA GACETA publicó y que siempre se ganaron un espacio en tapa. “Yo tenía un excelente trato con mi suegra. Era más hijo para ella que sus verdaderos hijos, Juan y Gabriel”, advirtió.
Luego, con la ayuda de su abogado, Leiva Haro, Estequín comenzó a tratar de desviar la atención hacia quién él piensa que fue el verdadero homicida: su cuñado Juan Chávez. “Ella tenía una muy mala relación con él. Juan se emborrachaba y se drogaba”, dijo remarcando cada una de sus palabras.
“Yo a ‘Marga’ la quería como a mi madre”, fue otra de las frases que salieron de su boca. Negó terminantemente haber amenazado a su mujer y también explicó el porqué de ese cartel “Mary, te amo mucho”, que había escrito con sangre. “Llegué una tarde y me había lastimado la rodilla con la bicicleta. Vi que había roto un espejo y le escribí esto con mi sangre, pero fue mucho antes de que desapareciera mi suegra”, relató el hombre, que también negó una y otra vez que él supiera seccionar cuerpos por el trabajo que hacía en la Facultad de Medicina. “Sólo limpiaba el piso”, dijo.
Estequín había llegado preparado al juicio para responder cada una de las preguntas que sabía que le harían. La fiscala le preguntó por qué tenía un pantalón manchado con sangre en su casa. “Me agarró un tipo que le dicen el ‘Boliviano Melgar’ y me asaltó. Hizo un tiro y me rozó la frente. Esa sangre me manchó el pantalón. Me sacó $ 110. Todavía me acuerdo”, explicó. Pero cuando el juez Villalba le hizo saber que nada de eso figuraba en el expediente, él admitió que no había hecho la denuncia. “Se me curó a las pocas horas”, respondió. “Fui a la comisaría, pero al final me fui y no dije nada”, agregó. Con ironía, la jueza Prieto le preguntó cómo no había lavado el pantalón en todo ese tiempo. “No había quién lavara”, se limitó a contestar. Cuando nadie más quiso interrogarlo, dudó antes de levantarse de la silla. “Soy inocente -dijo- Todavía no sé qué hago aquí sentado”, dijo antes de regresar al lado de su defensor.
El testimonio de Chávez también despertó la atención durante la audiencia. Ella negó haber abandonado al “Lobo” y mucho menos haberse ido con un supuesto amante (un joven al que le decían “El Zorro”, que nunca fue ubicado en la etapa de investigación) a Buenos Aires. “Fui a cuidar a mi padre, que estaba muy enfermo”, aclaró. También contó un episodio de violencia que sufrió por parte de su pareja. “Él me encerró en el baño, no me ató. Fue una pelea como la de cualquier pareja. Después hablamos y yo me quedé con los chicos. Quiero decir la verdad. Estoy cansada de las mentiras”, afirmó, con tono tajante.
Chávez contó que se casó con Estequín en 2001. Tuvo tres hijos con él, y una cuarta (la más grande) con una pareja anterior. Nunca se separó, y hasta asumió el rol querellante contra su marido; luego desistió. “La relación de mi marido con mi mamá era buena. Ella lo quería, y él la quería”. Allí fue donde comenzó a quejarse por el trato que, según ella, los vecinos, su familia y LA GACETA le dispensaron durante años. “Dicen que mi esposo mantenía una relación con mi madre. Eso es imposible. Son mentiras”, indicó con decisión. Y la jueza Prieto, con tono pausado, le respondió: “explíqueme entonces, querida, por qué había una enorme cantidad de preservativos usados en su casa cuando usted estaba en Buenos Aires y su madre visitaba a su marido casi todos los días”. No hubo respuesta.
La joven también habló sobre su hermano Juan Jesús, a quien tanto Estequín como el defensor intentaron acusar del crimen. “La relación de él con mi mamá era normal. Pero él tuvo un desencuentro amoroso. Cuando se separó, nunca volvió a ser el mismo”, relató.
Visiblemente molesta por el tono que utilizó durante toda su declaración (varias veces los jueces le tuvieron que llamar la atención), la jueza Prieto le preguntó finalmente qué sabía ella de lo que había pasado con su madre. “Nada, yo no sé nada. Qué puedo saber si ni siquiera estaba en Tucumán. Ojalá hubiera sabido algo...”, dijo. “Pero en ningún momento su voz se quebró, ni ninguna lágrima cayó por sus mejillas”, recordó Ruiz en sus crónicas de las audiencias.
El final de la historia
Durante el juicio se escucharon varios testimonios. La mayoría de ellos aseguraron que el acusado era una persona muy conflictiva y agresiva. Ninguno pudo señalarlo como el autor del hecho y, mucho menos, haberlo visto arrojando las partes de su cuerpo. Pero en su contra jugaron los informes que fueron elevados por el genetista Carlos Abate, el mismo que había sido investigado en 2005, acusado de irregularidades en su trabajo.
“Los cabellos hallados en una frazada de Estequín, según una pericia, eran casi idénticos a los que tenía la víctima. Otras pericias revelaron que la sangre encontrada en el cubrecama de la habitación de Estequín era de Pereyra. El paso del tiempo había degradado el resto de la evidencia”, dijo Jerez de Rivadeneira en su alegato. La fiscala de Cámara calificó como “llamativa” la versión que dio el imputado al acusar a su cuñado del hecho. También explicó que el forense había detallado que el acusado tenía una personalidad agresiva, pero que era consciente de sus actos y que debía responder por ellos. Al final, llegó su opinión más fuerte: “El seccionamiento del cuerpo se produjo con el fin de ocultar el crimen, pero no con el afán de generarle sufrimiento a la víctima”. Fiel a su estilo, levantó la cabeza lentamente, y dirigiéndose al tribunal con tono pausado, solicitó que se lo condenara a 20 años de prisión por homicidio simple.
Leiva Haro, mucho más enérgico, moviendo sus manos y con el rostro desencajado por enfatizar algunas cuestiones, alegó: “Chávez fue concreta: estaba en Buenos Aires cuidando a su padre. No había abandonado a Estequín, y eso derrumba la acusación”. “Quiero aclarar que no se pretende desviar la atención, pero resulta raro que no se tuviera en cuenta a Juan Chávez, el hijo de Pereyra. Si en la casa de mi cliente se hubiera descuartizado a una persona, se habrían encontrado litros y litros de sangre, no una gota”, argumentó. El profesional pidió la absolución de su defendido argumentando que “el tribunal no puede basar su sentencia en dichos de dichos. Ningún testigo dio pruebas concretas de la acusación”.
Los jueces tardaron poco más de dos horas en dictar sentencia. El 19 de agosto, en un fallo unánime, decidieron condenar a Estequín a 20 años de prisión. El fallo desató un escándalo. Los miembros de la familia de la víctima consideraron que la pena había sido mínima y después agredieron a una testigo que había declarado a favor del “Lobo”. “No hay una prueba contundente que diga que mi hijo la mató. Los jueces han actuado pésimamente mal. Él no tenía problemas con su suegra, se llevaban muy bien. Esperaba un fallo distinto, que resulte absuelto”, dijo Julio Estequín, padre del condenado. Cuando se le preguntó si tenía alguna hipótesis sobre lo ocurrido, contestó: “ella a veces andaba bebiendo y salía de su casa tres o cuatro días; hipótesis de qué, no sé. Eso sí: no creo que mi hijo pueda haber llegado a hacer algo así”.
Por decisión de los magistrados, el “Lobo” se retiró de la sala de audiencias esposado. Lo subieron a un móvil policial y de allí lo trasladaron directamente al penal de Villa Urquiza. En la cárcel, durante un tiempo, estuvo separado del resto de la población carcelaria. Chávez, después de varios años, logró divorciarse del hombre, que deberá esperar al menos ocho años para gozar de salidas transitorias.