“¿Querés formar parte de la primera línea en la lucha contra la pandemia?”, le dijo la voz al teléfono. José Cabana, enfermero de 32 años, le pidió unos minutos para pensar, pero antes de cortar ya sabía que aceptaría y que su vida iba a cambiar para siempre.
“Sentí temor y alegría. Temor porque es una enfermedad desconocida, por el riesgo de contagiar a mi hija de seis años; alegría porque para esto nos preparamos, por haber sido elegido para ayudar a las personas en este momento histórico”, describe.
Desde hace casi un mes y medio, José se puso el traje de héroe y trabaja en la zona más caliente de la trinchera sanitaria, ubicada en el tercer piso del hospital Centro de Salud. Recuerda la ocasión en que la puerta de la sala se abrió de golpe y supo que trataría por primera vez con una persona posiblemente infectada por coronavirus. Era una mujer adulta mayor, diabética e hipertensa. No podía respirar y estaba totalmente desorientada. El protocolo tantas veces estudiado pasó por su mente en medio segundo. Se repitió a sí mismo tres palabras: concentración, rapidez y precisión.
“Al principio quizás sentíamos más temor pero con el tiempo comprendés que las capacitaciones que recibiste te permiten estar a la altura”, afirma. “Sin embargo, nunca perdemos el respeto por esta enfermedad y una fuerza interna nos empuja a dejar todo para recuperar a cada paciente: que abandone la terapia intensiva, que se estabilice y que finalmente pueda terminar la cuarentena en su hogar hasta reponerse totalmente. Nada es más gratificante en este contexto”, enfatiza.
Para él y sus compañeros de la Unidad Crítica 3 de la sala de enfermedades emergentes, los días transcurren con una misma premisa: salvar vidas. “En esta sala entran quienes necesitan respiración mecánica o algún otro tratamiento de urgencia; pocas veces entran lúcidos”, relata en tono severo. “De las ocho horas que trabajamos, estamos seis en contacto directo con los pacientes y tenemos que dar lo mejor de nosotros. Todos los que ingresan a ‘crítica tres’ son considerados covid positivo hasta que se demuestre lo contrario”, afirma.
Cuando a un paciente le comunican que el test de coronavirus le dio positivo su semblante se ensombrece y uno de los primeros sentimientos que surgen es el miedo al rechazo. Aquí es donde la responsabilidad profesional debe complementarse con empatía, según Cabana.
“Es importante acercarse a las personas, charlar, demostrarles que pueden contar con vos más allá del tratamiento, que sientan que no están solos en este entorno. Que sepan que realmente nos importan”, agrega conmovido.
De la eficacia de estos profesionales depende no sólo la salud de los pacientes, sino también la suya propia, la de sus familias.
“No hay margen para equivocaciones. No sería justo que el error de uno cause problemas a un compañero que hizo las cosas bien. Nuestro lema es ‘cuidate y me cuidás’. Todos queremos volver a casa y abrazar a nuestros hijos”, dice con tono grave y formal.
Estricto protocolo
Las precauciones son extremas. Entre paciente y paciente y antes de volver a su casa, José sigue un estricto protocolo para desvestirse: primero los guantes, después siguen reiterados lavados de manos antes de quitarse cada prenda, descartando las que no pueden volver a usarse y desinfectando las que sí.
Lo siguiente es volver a casa, donde lo espera una ceremonia preventiva similar antes de ingresar y saludar a su familia. Finalmente, la calidez del hogar se sintetiza en el abrazo de su hija, en la expresión de orgullo de su esposa. “Mañana será otro día y habrá que volver a ponerse otra vez las armas para pelearle a este bicho nuevo”, dice refiriéndose al barbijo, el camisolín, la cofia, la escafandra, los guantes; el uniforme de un enfermero del “crítico tres”: el traje de un héroe en la pandemia.