¿Nos tranquilizamos?
12 Abril 2020

Por Inés Páez de la Torre.

¡Qué improductivas son, casi siempre, las discusiones! Algunas personas, por temperamento, por aprendizaje, por costumbre o por otros motivos tienden más que otras a caer en esta forma de comunicación que, aunque nociva, resulta tentadora. Pero así y todo, cuando la discusión termina, es frecuente tener la sensación de no haber avanzado mucho. Aparecen la indignación (“¿por qué tengo que soportar esto?”) y/o la victimización (“¿por qué se la agarra conmigo?”). Y hasta un mar de fondo de sentimientos de culpa.

Ni hablar de la inquietud que nos queda en el cuerpo. Y sí: discutir suele provocar una reacción abrumadora, tanto física como emocional. El corazón se acelera, transpiramos, contenemos la respiración, temblamos, nuestra piel enrojece, sentimos calor. Por eso los expertos en parejas y resolución de conflictos recomiendan incorporar la práctica de ponerle un tope a las discusiones. Una suerte de entretiempo a mitad del partido. Ni más ni menos que tomarnos unos minutos para tranquilizarnos, para evitar la escalada inútil que, como ya sabemos, nos hace daño.

Un respiro

Tranquilizarse uno mismo implica por lo pronto parar la discusión. Si no son ambas, al menos una de las partes debe hacerle saber a la otra que se siente abrumada y que necesita un respiro. El descanso tiene que durar al menos 20 minutos: es el tiempo que tarda el cuerpo en tranquilizarse, si no alimentamos la perturbación con nuestros pensamientos. La idea, en cambio, es emplear esos momentos en algo que nos distraiga y calme. Puede ser escuchar música, caminar u otro tipo de ejercicio. Para muchos el mejor método es concentrarse en calmar el cuerpo mediante alguna técnica de meditación. Existe una muy sencilla, al alcance de cualquier persona.

En primer lugar, es necesario sentarse en un asiento cómodo, o tirarse en el suelo. Cerrar los ojos y concentrarse en la respiración: respirar hondo y con regularidad. (Por lo general, cuando nos sentimos abrumados tendemos a contener el aliento o a respirar muy superficialmente).

Luego, relajar los músculos. ¿De qué manera? Muy simple: ir tensando uno a uno aquellos que se sientan agarrotados. Como ser la frente, el mentón, el cuello, los hombros, los brazos, la espalda, las piernas, la panza, la pelvis. Mantener la tensión unos segundos y, luego, relajarlos. Así iremos dejando que la tensión desaparezca. Ayuda imaginar que los músculos pesan y llegar a sentir esa suerte de vibración, como un “calorcito” vital que los habita. También es favorable concentrarse en una visión o idea tranquilizadora: los cerros, una playa, un lago, un bosque. Imaginarlo con la mayor precisión posible y mantener esa visión durante algunos segundos (la cual podrá convertirse en una llave futura que nos conduzca a la relajación).

¡Funciona!

John Gottman, el popular terapeuta de pareja norteamericano -quien aseguró ser capaz de predecir un divorcio con una precisión del 91% luego de escuchar unos minutos de discusión- afirma que este tipo de “descansos” son tan importantes que no deja de introducirlos en sus famosos talleres. “Siempre obtengo la misma respuesta de los participantes. Al principio se quejan por verse obligados a relajarse. Algunos se muestran muy escépticos de que algo así ayude a resolver sus crisis de pareja. Pero luego se dan cuenta de lo efectivo que puede llegar a ser. De pronto todas las personas de la sala se relajan. Y después es evidente que las parejas se tratan de forma muy distinta, con más sentido del humor, con voces más suaves. Al calmarse, pueden trabajar sobre sus conflictos en equipo y no ya como adversarios”.

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