“No se reprime al pueblo”, dijo el general boliviano Williams Kaliman al presidente Evo Morales. “Como usted nos lo enseñó”.
Evo se había excedido en la gula tóxica por el poder. Por la tercer travesura electoral, debía partir. Arrastraba estadistas distraídos, emocionados con la defensa de una causa perdida.
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, proclamó con solemne énfasis: “Estamos en guerra con un enemigo poderoso”.
Aceleración oral y moral motivada por las movilizaciones populares en su contra. Pero el general Javier Iturriaga del Campo no vaciló en contradecirlo: “Yo estoy feliz, no estoy en guerra con nadie”.
En Uruguay, el general (retirado) Guido Manini Ríos fue candidato presidencial. Como si don Guido se dijera: “Si el Pepe fue presidente, ¿por qué no yo?”. Con Cabildo Abierto, artificio de derecha, Manini Ríos obtuvo, en la primera vuelta, el 11%. Votos que resultarían fundamentales para consagrar, en la segunda, a Luis Lacalle Pou.
En Brasil, después de las tragicómicas fanfarronadas, el presidente Jair Bolsonaro comenzó a declinar. Hoy ya está casi de adorno. Repite el ejemplo del presidente Bordaberry en aquel Uruguay. Porque mandan, sin pudores, las Fuerzas Armadas, o sea el Ejército.
Consta que Bordaberry-Bolsonaro no pudo despedir siquiera a Luiz Mandetta, el ministro de Salud, médico y también militar. Pese al carácter suntuario, el 60% se opone al derrocamiento de Bolsonaro. El otro 40% no insiste mucho porque, en caso de derrocarlo, debe llamarse a elecciones.
Si lo aguantan vaciado de poder, a partir de enero de 2021 puede ser despedido. Como la señora Dilma Rousseff. O Fernando Collor de Melo. Y ser reemplazado por el vice, otro militar, Hamilton de Mourao. Aunque quien de verdad manda hoy en Brasil es el general Walter Souza Braga Netto. El Presidente Operacional.
Nadie recuerda al General Pianta
En Argentina los militares ya no marcan agenda. Ni soplan cerca del presidente. Alberto, El Poeta Impopular, tuvo más suerte que Evo, Piñera o Bolsonaro. Sólo escasos periodistas especializados conocen los apellidos de los jefes de Estado Mayor. Nadie reconoce por la calle al general Pascualini. Como si fuera otro general Pianta, a quien sus nietos recuerdan.
Tampoco se interesan en indagar sobre el pensamiento vivo del general Bari del Valle Sosa. Consta que Valle Sosa nació el mismo día que Mauricio Macri, El Ángel Exterminador. Muy poco. O no saben nada del general Agustín Cejas, que no es aquel arquero de Racing.
A lo sumo pueden recordarse determinados aspectos del general César Milani, Seductor de Sexagenarias.
Milani es el último militar que despertó atenciones y tensiones. Y algún entusiasmo entre la mundanidad autóctona. Le organizaba cenas paquetas para homenajearlo. “¿Comió bien?», le preguntaba al dia siguiente Carlos Zannini, El Cenador. Con insidia. Como si El Cenador le dijera: “Conocemos, General, en detalle, sus desplazamientos”.
Entre almirantes y brigadieres es incluso más triste. “Nosotros nos mantenemos todavía porque somos baratos, pisamos tierra». Sorprendía cierto General en almuerzo del Club Francés.
“Los barcos estan en el agua, son caros y se hunden. Los aviones están en el aire y se caen o no vuelan”. «Con entrenamiento y un fusil se es algo. Un comando». La suerte de ser barato.
Macetas con geranios
Por el desastre de la Dictadura, mantenían la imagen por el subsuelo. Mientras pasaban los años, trataban de recuperarse. Les costaba resignarse a la intrascendencia. Al retirarse se dedicaban a regar las «macetas con geranios» en los balcones de Belgrano. Tomaban «cafés en jarrito» en el Solar de la Abadía. Recordaban.
Consta que el Ministerio de Defensa se convertía en la penúltima prioridad (la última era Educación). Como si se tratara del manejo de temas irrisorios. No deparaban ni negocios. Restaba vender los cuarteles. «Ejército liquida».
Ramón Lanús, Ariel Mercado, titular de la Inmobiliaria del Estado, quería reproducir dólares. Con los terrenos de Campo de Mayo. Con la joya de Remonta en Las Cañitas. Pretendía vender las decenas de miles de cabezas de ganado (destinadas como alimento en las guerras imaginarias). Hasta que, gracias a la pestilencia del COVID, los militares pudieron demostrar de pronto su eficiencia y efectividad.
Arrancaron en Quilmes, donde gestiona la señora mini-gobernadora Mayra Mendoza, de La Cámpora. Se instalan en La Matanza, donde conduce el mini-gobernador Fernando Espinosa, Argentino Ledesma. Se sienten cómodos con ese espectro santificado que se denomina los “curas villeros”.
Identificados -todos- con el cura carismático que tanto admiran. Es el Padre Pepe. Amigo de la adolescencia de Cejas, El Arquero de Racing. Hoy el general Agustín Cejas es el jefe del Estado Mayor del Ejército.
El Operativo Dorrego II, en versión estrictamente alimentaria, ayuda también al idílico acercamiento pueblo-ejército. Se trata de llenar «tupers» y ollas de guiso caliente, dos o tres veces por día.
Guisos varios, cocinados en La Chancha (como se denomina a la cocina de campaña). Sin ambiciones el Operativo Dorrego II funciona. Sin ningún general Carcagno. Sin armas. Sin las perspectivas revolucionarias y teóricas de los ’70. Las que conducían, sin desviaciones, hacia la catástrofe.
El coronavirus como aliado
La magnitud de la suerte de Alberto -según sus mitificadores- es incomparable. Lo certifica la disolución absoluta de Bolsonaro, el adversario regional, presidente del país fundamental para Argentina. La alianza de hierro con Donald Trump, a Bolsonaro lo colmaba de soberbia.
Consciente de la superioridad, se permitió confrontar, durante algunos meses, con Alberto. Debe aceptarse que la desprolijidad fue recíproca. Pero el coronavirus fue, para Alberto, un aliado más poderoso y efectivo que Trump para Bolsonaro.
Gracias al COVID. y con fichas inicialmente prestadas, Alberto pudo amasar una fortuna propia en el casino. La peste le deparó una causa servida.
Cohesión interna después de tres meses de concentración en la deuda. Se hizo cargo de la epopeya cuando venía en banda y registró un crecimiento admirable en las encuestas.
El default, después de todo, hoy interesa tanto como la memoria del general Pianta. La proyección fugaz puede detenerse, o simplemente retroceder, por la incapacidad extraordinaria del equipo. Por la pasión del propio Alberto para hostigarse. Hablarse encima.
Por dejarse arrastrar por la soberbia y emitir el adjetivo equivocado en el momento menos oportuno. Por espantar al capital justamente cuando lo debe seducir. Por desconocer aspectos de la sociedad que se conduce y aprenderlos sobre la marcha. Por no saber siquiera armar una cola de jubilados que va a tener efectos penales. Por una licitación al voleo para el asistencialismo inagotable que no tienen la menor idea de cómo tratar.
Cada día los millones de desposeídos tienen más hambre. Cada día, con el derrumbe de la economía, los desposeídos son más. La creación de puestos de trabajo dista de ser el fuerte de estos muchachos. Como no lo es, tampoco, la transformación estructural del estado. O aventurarse en la utopía constructiva de ofrecer algo distinto que no sea exprimir con impuestos.
El ideal es igualar para abajo. La solidaridad compulsiva fomenta el deseo explícito de exilio fiscal. La impresión inagotable de los billetes crocantes es la escandalosamente exclusiva fuente de ingresos. Paliativo que conduce, sin dramatismo, hacia la estanflación. Y así no hay suerte, ni virus, Alberto que aguante. Ni que salve.