No había vecino de comienzos del siglo XX que no recordase la visita de don Bernardo de Irigoyen (1822-1906) a Tucumán en 1885. Se congregaron multitudes para agasajarlo. Después de Caseros, Urquiza le confió la misión de convencer a los gobernadores acerca de la futura organización nacional, y lo nombró integrante del Consejo de Estado. Vivió en Montevideo y, en Buenos Aires, ejerció exitosamente la abogacía. Fue convencional de la Constituyente de 1860, en cuyos debates intervino activamente. Se desempeñó como vocal de la junta de Crédito Público Nacional, Procurador del Tesoro, y luego diputado de la Legislatura porteña. En 1873, fue elegido diputado nacional, y presidió esa Cámara. A pesar de que lo había rehusado anteriormente, sus amigos lo convencieron de aceptar el cargo de ministro de Relaciones Exteriores. Tuvo una actitud de altiva defensa de la soberanía nacional, en el planteo hecho por el Banco de Londres, en 1876. Negoció exitosamente tratados con el Paraguay, Brasil y Chile. Fue también ministro del Interior, y plenipotenciario en el Uruguay. No aceptó la candidatura presidencial en 1880, y Roca le confió nuevamente la cancillería. Le correspondió rol clave en la solución de la cuestión con Chile, en 1882. Aceptó, en 1885, la candidatura presidencial por el Partido Autonomista, pero fue derrotado por Miguel Juárez Celman en las elecciones. Se sumó, a pesar de sus años, a los nuevos vientos revolucionarios de la Unión Cívica, y participó de la revolución de 1890. Al dividirse el partido, integró las filas de la Unión Cívica Radical, que levantó su candidatura a presidente, en 1892. Tras un destierro en Montevideo, fue senador nacional hasta 1898. Lo eligieron gobernador de Buenos Aires (1898-1902). Después, sería nuevamente senador nacional. Tuvo brillante participación en históricos debates e interpelaciones. Hombre de vasta cultura y enorme distinción personal, Irigoyen era miembro de numerosas academias e instituciones científicas. Murió en Buenos Aires el 27 de diciembre de 1906.