Aquella vieja frase “la escuela es caja de resonancia de lo que acontece en la casa” sigue tan actual como siempre. Recordarla es necesario para comprender por qué en momentos de crisis, cuando aumenta la inseguridad y baja el poder adquisitivo de la población, se produce un corrimiento de la matrícula escolar. Los alumnos pasan de colegios más caros a otros más económicos y de estos últimos a la escuela pública. Como también se acentúa el interés de los padres por los establecimientos educativos del centro.
Entre los diferentes motivos por los que los padres cambian de escuela a sus hijos “está la cuestión económica. Los padres buscan colegios privados que no sean tan onerosos o escuelas públicas del centro que tienen fama de ser buenas, como la Mitre, la José Mármol, la San Martín o la 9 de Julio. El problema es que estas escuelas ya no tienen vacantes”, plantea la supervisora Clarisa Condorí.
Ese es justamente el problema que tiene la escuela 9 de Julio. “Tenemos mucha demanda de padres que antes enviaban a sus hijos a colegios privados y que quieren pasarlos a la escuela pública porque observan que no hay mucha diferencia en cuanto a los servicios”, explica el director Carlos Díaz. “Nuestra escuela tiene aire acondicionado en todas las aulas. El problema es que no tenemos capacidad para seguir creciendo, como les ocurre a todas las escuelas del centro. Tenemos aulas de 22 y otras de 44 alumnos. Hemos tenido que sacar los armarios al pasillo para que nos entren dos alumnos más por aula”, cuenta. La escuela de San Martín y Catamarca pidió extenderse al local del ex Conservatorio de Música. “Sería una solución para poder poner jardín de cuatro años”, dice.
En el caso de los privados, el instituto JIM, de Junín al 600, ha recibido muchos alumnos que vienen de otros colegios donde se pagan cuotas más altas, tanto de la capital como de Yerba Buena. “En las entrevistas nos dicen que vienen por nuestro prestigio y por la intensificación del inglés. Tenemos 50% más de alumnos para 1° año y 15% para el resto de los cursos, con respecto al año anterior. Todavía nos siguen preguntando si tenemos asiento”, cuenta la rectora del nivel secundario Roxana Sansone.
La inseguridad de los barrios de la periferia es un punto a favor para las escuelas de la zona céntrica. “Vivimos en la zona oeste de la ciudad. Los delincuentes te están esperando en las paradas de los colectivos o pasan en moto rasantes. A mi hijo ya le robaron la mochila cuando iba a la escuela y a mí el bolso esperando el colectivo. Por eso mi hijo ya no va más a la escuela del barrio Oeste II; logré cambiarlo al centro. Todas las mañanas nos lleva mi esposo en el auto. Estamos muertos de miedo”, confiesa Clara Medina de Valdez.
En los barrios más vulnerables también hay movilidad en la matrícula. “Aquí la población es muy sensible. Si no le ha gustado lo que le ha dicho la maestra, se llevan el chico a otra escuela, a cinco o seis cuadras”, afirma la directora de la escuela Elmina Paz de Gallo, de Villa 9 de Julio, Patricia Albornoz. “Esta escuela está arreglada a nueva, está mejor que cualquier colegio privado y hasta estamos poniendo aire acondicionado. Pero no tenemos mucha matrícula. Suponemos que es porque no tenemos comedor, y eso atrae mucho”, cree.
En la escuela n° 49 comen 150 chicos y sus puertas estuvieron abiertas durante enero y febrero. “Desde que damos de comer hay más presentismo”, reconoce la directora Carolina Rosenberg. “El problema aquí es el seguro escolar. En zonas vulnerables los chicos se accidentan muy seguido, pero no todos los padres tienen para pagar, por eso se demoran mucho en venir a la escuela”, cuenta.
Imaginario colectivo
“Hay un imaginario colectivo por el cual se cree que las escuelas del centro son mejores y más seguras que las de la periferia. No se ve que la delincuencia está en todos lados. Hay mucho prejuicio de la comunidad sobre las escuelas de las afueras, y esto se debe en gran parte al desconocimiento de lo que ellas ofrecen”, advierte la pedagoga Johana Sánchez. Su propuesta es que se difundan más los proyectos de las escuelas. Que los docentes utilicen las redes sociales, especialmente Facebook, para socializar la modalidad de cada una. “Comprenderán que una no es mejor que la otra, sino distinta, y que además permitirá a los chicos hacer su propia elección de acuerdo a como se perfila para estudios superiores”, sugiere.
Reciclar, reutilizar y reducir. Hace años un grupo de recuperadores urbanos trabajan en Yerba Buena y de a poco, concientizan a los vecinos sobre la importancia de su trabajo. Ellos, separan los residuos reutilizables del municipio y con una base de datos de 600 personas se proponen lograr la recolección diferenciada de residuos en todo el departamento. A pesar de su trabajo, lamentan que en Tucumán no hay recicladoras por lo que tienen que vender los materiales en otras provincias.
María Elena Sosa, de 42 años, forma parte del grupo desde 2017. “Crecimos mucho; antes estábamos en un lugar muy insalubre. No teníamos ni techo y el material se nos mojaba y ya no servía. Ahora el municipio de Yerba Buena nos ayuda bastante y tenemos un galpón donde trabajamos”, comentó. El centro verde ubicado en República del Líbano 850 es el “shopping del reciclaje”. Para entrar los autos hacen fila y dejan sus bolsas. “Recibimos de todo tipo de material reciclable: cartón, papel, plástico, botellas de todo tipo, bidones, telgopor, madera, latas, aceite usado comestible, ruedas usadas, también los ladrillos ecológicos (botellas llenas de plástico con las que construyen casas)”, enumeró Mariel, como la conocen sus compañeros.
El centro abre de lunes a viernes en dos turnos y los sábados por la mañana. Los recuperadores separan durante varios días los materiales para venderlos. “Hay diferentes tipos de cada material que también se distinguen por su precio y finalidad. Un ejemplo clave es que los papeles blancos van por un lado y los de color y revistas por otro, al igual que las latas se separan de los aerosoles”, explicó Mariel.
Recolección
El principal ingreso de materiales para los recuperadores es gracias a los ecocanjes que se realizan todos los sábados en distintos puntos de Yerba Buena. La recolección hace unos años durante toda una jornada era de dos bolsones. Ahora, se llenan tres camiones con los residuos que acercan los vecinos en tan solo un día. A cambio reciben fertilizante, compost o plantines.
“También realizamos la recolección de los residuos reutilizables en las casas. Los miércoles vamos a domicilios particulares, tenemos una app que se llama Yerba Buena Ciudad y ahí los vecinos solicitan la recolección. Lo ideal es que dejen la dirección y coloquen las bolsas en la vereda así nos ahorramos tiempo de tocar el timbre y esperar; así llegamos a más casas”, detalló Mariel. Los jueves retiran materiales en barrios; los martes y viernes de negocios. Los recuperadores insisten en que su trabajo es importante ya que forman parte del cuidado del medio ambiente y enseñan que la mayoría de los residuos, tienen otro uso antes de terminar en el residuo sanitario. También, manifestaron su intención para que más personas se sumen y trabajen en conjunto.
Trabajadores
“Los chicos que trabajan acá, son gente que todavía no terminó la primaria, muchos no saben ni leer ni escribir. Algunos están haciendo primer y segundo grado y una sola se graduó de la secundaria”, contó Mariel sobre los recuperadores. El grupo reúne personas de entre los 30 y 50 años. “Son gente grande que siempre se ganaron la vida trabajando. Siento que todavía nuestro trabajo no está valorado como corresponde. Es difícil llegar a un salario básico mínimo”, agregó. Para llegar al centro muchos deben transportarse en bicicleta, moto o colectivo. A veces, asisten con sus hijos. “Me pone feliz enseñarle a mi hijo con mi trabajo. Siento que valoran más la vida, a la naturaleza y a uno mismo. Saben muy bien que la basura que se tira no se queda en ese lugar, dura muchísimo más en el planeta”, reflexionó.
Los recuperadores urbanos organizan charlas desde 2018 y se presentaron en casi todas las instituciones educativas de Yerba Buena. Dejaron bolsones para que los alumnos hagan la separación de residuos reciclables. Mariel, aseguró: “la importancia es que haya gente que del ejemplo, y en este caso siempre son los niños. Ellos naturalizan el no sacar la basura toda junta. Ellos llevan a la familia a reciclar y cuidar el medio ambiente”. El grupo quiere seguir creciendo y proyectan ser más de 50 personas trabajando. “La gente ya ha cambiado, los que no van a tener que cambiar y queremos llegar a todo el municipio”, insistió Mariel.
Respuesta de la gente
18.000 kilos de basura por mes. Una cifra que quizá asusta, pero es sólo una pequeña parte que se evita que llegue al residuo sanitario. “La gente responde muy bien, a veces por una tarde se llegan entre 40 a 50 autos a dejar sus bolsas. Siento que ya no hay tanta basura en la calle. Nuestra base de satos ya supera las 600 personas y eso está buenísimo”, comenta emocionada. Antes, el galpón de los recicladores estaba limpio. Ahora, llega tanto material que se ven obligados a acumular más cantidad y no pueden estar limpiando constantemente.
“Lo que más trae la gente por lo general es vidrio, papel y cartón. Lo que menos trae son hierros y latas. Es importante que sepan que recibimos de todos, pero no escombros. Los chicos del centro hicieron una capacitación para recuperar aparatos electrónicos y electrodomésticos”, explicó.
Mariel, lamenta que no haya recicladoras en Tucumán. “Todas están en Buenos Aires, San Juan, Mendoza y Santa Fé. Nosotros tenemos que llevar nuestros materiales ahí. Nuestro objetivo es tener un mejor medio de movilidad y tener la maquinaria que necesitamos para prensar y picar los materiales y así venderlos mejor. Sería muy bueno tener una recicladora en la provincia porque nuestro trabajo sería más valorado y productivo”, concluyó..