Seguramente oíste hablar de células madre en las noticias, en las redes... hasta con tus amigos. Quizás no tengas tan claro qué son, ni para qué pueden usarse (ya te lo explicamos). Pero lo que seguramente no sabés es que un grupo de científicos trabaja con las de algunas víboras venenosas... y está obteniendo resultados muy interesantes para nuestra salud.
Las células madre son “la materia prima” de todos los organismos pluricelulares; el origen de nuestra complejidad orgánica: a partir de ellas se generan las que tienen funciones especializadas. En el cuerpo (o en laboratorio, en condiciones adecuadas) las células madre se dividen en dos, pero no en dos iguales: una célula tiene las mismas propiedades que la original, y la otra es capaz de diferenciarse y especializarse: será célula sanguínea, cerebral, del músculo cardíaco, ósea... Cuanto más complejo el organismo, mayor especialización.
Revoluciones en el saber
La historia dice que se descubrió hace más de 20 años cómo obtener células madre de embriones de ratones, y a finales de 1998, luego de intensos trabajos de experimentación, un grupo de investigadores de la Universidad de Wisconsin (EE.UU.) consiguió el primer cultivo de células madre embrionarias humanas.
A partir de allí se abrió un abanico enorme de investigaciones en salud, desde el origen de ciertas enfermedades hasta aplicaciones terapéuticas. Además, sobre la base de la más poderosa de las células madre, llamada pluripotente, se han estado desarrollando en laboratorio miniórganos (u organoides) a partir de adultas humanas y de ratón durante años. Pero...
“Nadie sabía nada sobre las células madre en las serpientes -reconoció a la revista “Sience” Hans Clevers, biólogo molecular del Instituto Hubrecht y uno de los principales científicos creadores de organoides en el mundo-. No sabíamos si era posible”.
Lo fue, y te contamos el final de la historia: el grupo que dirige Clevers ha cultivado con éxito en el laboratorio, a partir de células madre de serpiente, órganos en miniatura que funcionan igual que las glándulas de veneno; incluso producen veneno real.
“La demostración de que las células madre responden igual aunque se trate de grupos alejados filogenéticamente, mostrando que son procesos originados en ancestros comunes, es un resultado importantísimo desde el punto de vista del origen y la evolución de grandes grupos”, resalta Gustavo Scrocchi, especialista en reptiles y vicedirector de la Unidad Ejecutora Lillo (Conicet/Fundación Lillo). “Pero además, el método abre muchas posibilidades para temas teóricos y prácticos de estudios de los venenos”.
Clevers y sus colegas “no sabían nada” pero lo averiguaron. Para ello extrajeron células madre de las glándulas venenosas de nueve especies de serpientes y las colocaron en un cóctel de hormonas y proteínas llamadas factores de crecimiento. Luego de una semana, las células se habían convertido en pequeños grupos de tejido, de medio milímetro de ancho; y cuando se eliminaron las factores de crecimiento, comenzaron a transformarse en células epiteliales que producen veneno en las glándulas de las serpientes.
Clevers y su equipo pubicaron los resultados en la revista “Cell”, y en al artículo destacan que en los organoides hallaron varias células productoras de veneno, que son capaces de secretar toxinas funcionalmente activas, y que la heterogeneidad regional y celular de los componentes del veneno se mantiene en los cultivos. “Este estudio -resaltan los investigadores en el artículo- extiende la tecnología organoide a los tejidos de reptiles y describe un sistema modelo experimentalmente manejable que representa la glándula del veneno de serpiente”.
Aplicaciones
Además del éxito que implica haber logrado el cultivo, los resultados de este trabajo permitirán estudiar la complejidad de los venenos y de las glándulas venenosas sin manipular serpientes vivas y peligrosas. Y ahora el grupo de Clevers planea armar un “biobanco” de organoides congelados de reptiles venenosos en todo el mundo.
“Se podría producir sueros para tratamiento de mordeduras usando el veneno producido por los cultivos de tejido; así evitaríamos la manipulación y mantenimiento de animales en cautiverio. También permitiría usar “mezclas” de venenos de la misma especie proveniente de diferentes lugares o hacer sueros específicos para cada lugar, ya que sabemos que la misma especie muestra diferencias geográficas en la composición y, por ende, actividad del veneno”, destacó Scrocchi.
Pero puede haber otras aplicaciones: muchos científicos creen que el veneno de serpiente puede ser clave para tratamientos contra el dolor, la HTA y el cáncer, por ejemplo. Así que Clevers se entusiasma: “el biobanco podría ser un recurso rico para identificar nuevos medicamentos”, sugirió.
La Teriaca
El polifármaco de la antigüedad
El polifármaco por excelencia en la Antigüedad clásica era la triaca, o teriaca (del latín Tirus y del griego Therion, serpiente ponzoñosa). Era antídoto para la mordedura de animales salvajes para los venenos. El símbolo de las farmacias es una serpiente enroscada alrededor de la copa de Higea, que simboliza el poder del veneno, que puede matar o bien curar. También alude a la curación por la capacidad de la serpiente de mudar la piel.