Los ríos Salí, del lado este, y Gastona, del lado sur, desde hace tiempo vienen transformándose en una amenaza cada vez más inquietante para los pobladores de Villa Chicligasta, en el departamento Simoca. En la zona hay temores ciertos de que las crecientes que despiertan en los tiempos de lluvias terminen por extinguir esa comunidad de 4.500 almas.
“No queremos correr la misma suerte que los pueblos de Esquina y Sud de Lazarte, que ahora están borrados del mapa. Las aguas expulsaron a las gentes de ahí. Alguien tiene que hacer algo para evitar esa desgracia”, planteó, preocupado, Wenceslao Albornoz. El hombre habló con razones en vista. En los últimos días los torrentes de esos dos cursos de agua han desbordado y avanzaron sobre campos, los poblados y los caminos vitales para la comunicación terrestre.
La ruta 328, que empalma con la 157 a la altura de Atahona y por la que se accede a Villa Chicligasta, se inundó y ahora presenta enormes socavones a partir del tramo del paraje de Ampata. Toda la jurisdicción comunal, que incluye los parajes de Los Mendoza, Rodeo Grande, Vizcacha y Florida, ha quedado completamente aislada desde el pasado sábado 8.
El miércoles, el problema persistía y trabajadores de la comuna de Villa Chicligasta trabajaban con carretillas y palas para habilitar un paso auxiliar hacia el pueblo. Después se incorporó una motoniveladora de Vialidad de la provincia.
El comisionado comunal Mario Castro dijo que aunque el problema de la ruta no era de su competencia, tuvo que intervenir porque se necesitaba una solución urgente al aislamiento que padecían los vecinos de su pueblo. “La gente recibió bolsones con alimentos, pero carece de pan, carne y otros elementos de primera necesidad. Todos los negocios están desabastecidos. Además, hay enfermos que requieren acudir a un CAPS o a un hospital para recibir asistencia”, agregó el funcionario.
Durante los peores días de la inundación (del sábado al martes), una decena de personas (entre ellas, cuatro parturientas) debieron ser evacuadas a través de un helicóptero de la provincia. También hubo casi un centenar de visitantes porteños, con parientes en el lugar, que vinieron a la fiesta de Nuestra Señora de La Candelaria (se celebró durante el 1 y el 2 de febrero) a los que les urgía regresar a Buenos Aires.
Castro, que ejerce por tercera vez el cargo de comisionado rural, admitió la grave amenaza que acecha a la comunidad a causa del avance de las aguas del Salí y del Gastona. “Tengo un proyecto armado que atiende la problemática de los cauces de ésta zona. En la campaña he prometido soluciones y voy a hacer todo lo posible para ponerlo en marcha, ahora que hay un Gobierno nacional que mira más al interior del país” expuso.
En concreto el Gastona y el Salí necesitan ser reencauzados y dragados, y sus defensas necesitan ser reforzadas a lo largo de varios kilómetros.
Pilotes y reconstrucciones
Los módulos construidos sobre pilotes testimonian un drama que se remonta por décadas.
“Es costumbre que las aguas del Gastona salgan cuando comienzan los tiempos de lluvias y crecientes. Debido a que nunca se consiguió solución a ese problema, las casas se comenzaron a hacer sobre pilotes. Así se evitan pérdidas de muebles, electrodomésticos y ropas. Se vive como los pobladores de los esteros”, describió María Quinteros.
Quien ya acusó el golpe más duro por el avance del río hacia el pueblo es Mario Carabajal. Hace un par de años su vivienda fue devorada por las aguas del Gastona. Aunque reconstruyó otra vivienda en un terreno más alejado, el cauce siguió su avance: quedó a apenas 60 metros de su nuevo hogar.
“El río nos viene pisando los talones. Ya no sé dónde se puede estar seguro. Tengo dos hijos y ruego por una solución para las inundaciones que nos ponen los pelos de punta en cada verano”, planteó.
Los vecinos dicen que en estos días solo queda rezar para que las lluvias no vuelvan a ser tan intensas ni persistentes. “Estuvimos sin poder salir durante cuatro días. Ahora provisoriamente se hizo un camino alternativo. Si vuelven las crecientes la situación volverá a repetirse con los desmadres de los ríos. Lo que no se hizo en la época seca, ahora menos” razonó.
Solidaridad
Ayudas de particulares rápidamente comenzaron a llegar a Villa Chicligasta desde distintos puntos de la provincia. Pero vecinos como Wenceslao Albornoz se quejaron de que la comuna sólo entregó ayudas a los que son “afines”.
Carlos Ortiz, del Ministerio de Desarrollo Social, dijo que en el pueblo se está realizando un relevamiento de las necesidades de los pobladores. “Hay personas con casas precarias que van a necesitar que se les construya módulos. A otras se las está reaprovisionando de alimentos y colchones porque perdieron todo”, aseguró.
“Se está tratando de asistir a todos. Hay algunos que en medio de ésta situación aprovechan para agitar las diferencias políticas. Y es algo lamentable porque se necesita que todos estemos unidos para conseguir soluciones”, concluyó.
Ríos y desocupación
En Villa de Chicligasta no sólo los ríos amenazan con hacer desaparecer al pueblo. La falta de trabajo es también un flagelo que asfixia el futuro de la zona. “Más del 50% de los habitantes carece de trabajo estable. Unos 2.000 activos se desempeñan como obreros temporarios en las cosechas de limón, caña de azúcar y otras actividades de campo. A fin de año están obligados a emigrar a otras provincias para ganarse el pan. Ahora, para colmo, las crecientes nos tienen mal. Es difícil pensar que un pueblo así pueda progresar, sobrevivir con los años” advirtió con angustia Augusto Díaz.
Los pobladores a pesar de todo depositan su fe de superación en Nuestra Señora de La Candelaria. En las fiestas patronales de febrero se repiten los mismos ruegos: por trabajo y obras de contención en los ríos que acechan.