Las cifras dicen que no son pocas las mujeres que hacen ciencia en nuestro país: las investigadoras son el 52% del total en el Conicet y las becarias, el 60%. Pero, hay que ver dónde están, porque en muchos casos parecen invisibles. Lo que deberíamos preguntarnos es por qué hay tan pocas en las publicaciones, en los premios y, fundamentalmente, en los puestos de decisión (entre el 25% y el 15%, según datos del Conicet). No obstante, la Argentina está mucho mejor posicionada que la media mundial, que marca sólo un 30% de mujeres en el total de los científicos.
Este incremento que se dio en nuestro país, según coinciden investigadoras de distintas partes del país, tuvo que ver con la política de expansión del sistema científico que se produjo en la Argentina entre 2003 y 2015, y de políticas como el reconocimiento de derechos, como la licencia por maternidad para las becarias y de la sanción de protocolos de acción en casos de violencia de género. ¿Y por qué es importante que las mujeres participen más activamente de las áreas científicas? Porque pueden renovar las perspectivas de investigación, incorporar temas de investigación que no suelen abordarse y nuevas formas de adquirir el conocimiento. ¿Cómo fomentar esta participación? Los expertos coinciden en la necesidad de un cambio de paradigma.
El estudio “Descifrar el código: la educación de las niñas y las mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM)”, de la Unesco, publicado el año pasado, destaca que hay factores individuales, familiares, escolares y sociales que resultan determinantes. Entre ellos, se resaltan dos mitos muy difundidos: que los varones son mejores que las chicas en matemáticas y que las ingenierías y áreas afines son del dominio masculino. Desde con qué y cómo se les permite jugar a niños y a niñas ya empiezan a marcarse los estereotipos. Y ellos y ellas se los creen. La Unesco destaca que las percepciones y actitudes de las niñas están vinculadas con las creencias y expectativas de los padres, “que influenciados por los estereotipos de género pueden causar un tratamiento diferencial de niñas y niños en cuanto a cuidado, juego y experiencias de aprendizaje”.
Esto hace necesario -resalta la Unesco- desarrollar identidades científicas y matemáticas de las niñas y lograr que ellas puedan percibir su potencial en estudios vinculados con las matemáticas y las ciencias. Claro que no es lo único, porque una joven que ha logrado superar los estereotipos y avanza en su carrera científica o tecnológica deberá luego enfrentar un entorno hostil y sexista, que la obliga a estar todo el tiempo demostrando sus capacidades. Más allá de la cuestión familiar y de la influencia de los padres, también es importante que haya docentes mujeres en campos asociados a la ciencia y la tecnología, que permitan que las niñas se identifiquen con ellas y crean que en esas áreas también hay lugar para ellas.
La falta de modelos científicos femeninos en los libros de texto, por ejemplo, constituye un elemento de exclusión que no ayuda a que las chicas de identifiquen con la ciencia. Fue muy llamativo -aunque a las docentes no las sorprendió- lo ocurrido el martes en el Centro Integral de Microscopía Electrónica (CIME), de Tucumán, cuando una docente les pidió a 14 alumnas del secundario que se imaginaran una persona científica: la imagen de la mayoría fue un hombre con cabello despeinado en un laboratorio. Ese, precisamente, es el paradigma que se debe cambiar.