El folleto “Sintetizando recuerdos” de Faustino Velloso está lleno de anécdotas sobre las diversiones -a veces bastante desorbitadas- comunes entre los años 1880 y 1900. Narra Velloso, por ejemplo, uno de esos “velorios del angelito”, donde la capilla ardiente de un niño desencadenaba peleas y borracheras. Él conoció al protagonista principal de una de estas reuniones, efectuada en las afueras de Tucumán, el maestro albañil don Estratón Lobo.
Estaba Lobo “en su rancho en uno de estos fandangos. Por causas del momento fue atacado, cuchillo en mano, por dos parroquianos borrachos, concurrentes a la ‘fiesta’. El albañil, que estaba desarmado, para defenderse en aquellos difíciles instantes, tomó al ‘angelito’ (es decir al niño muerto) por los pies, y con este atajaba las cuchilladas de sus atacantes, saliendo heridos él y su inusitada arma defensiva. Aquello, siendo grotesco, resultaba además trágico”.
Velloso recordaba, además, haber asistido a un par de aquellos tan peculiares “velorios”, en Santiago del Estero. “Se da principio rezando, cantando y encendiendo velas en cantidad”, en torno al pequeño ataúd abierto. “Me llamó la atención la cantidad y calidad de gente que concurre, ricos, pobres, mujeres y niños. Después del rito religioso viene el ‘desparramo’ y empiezan en las carpas y al aire libre las libaciones, los juegos de naipe, taba y otros de distinta naturaleza”. Todo mientras corre generosamente el alcohol.
Los bailes criollos jugaban un importante papel. Después, se rifaban “costillares de cerdo, chorizos, ‘patay’, cabritos y otras vituallas. A las mujeres les gustaba jugar a ‘la pandorga’, juego de naipes. Estas fiestas, por lo general, duraban muchos días, con gran desgaste de energías”.