En su casa de Los Cuartos hay un tapiz confeccionado por el único varón de sus cinco hijos, el mismo que en este momento le acaricia la cabeza blanca y estirada en una trenza que ella desteje y teje como si jugara. El paño presenta un pueblo de montaña colorido, rural e idílico rematado por una copla que elogia la belleza tafinista, y tal vez esa fantasía edénica sea el mundo que realmente habita Isidora Álvarez de Guanco o Isidora Guanco, hacedora de empanadas y bagualera. Después de haber plantado la canción vallista en el país y de haber sido la primera mujer que se animó a subir al escenario de la Fiesta del Queso que, por esa razón, lleva su nombre, perdió la memoria y se permitió vagar. Pero a los 83 conserva el temperamento, la vivacidad y, misteriosamente, también el arte, y, cuando le ponen la caja entre las manos, Guanco coplea con gallardía y hasta corona su interpretación con ese grito liberador de tensiones parecido al sapucay.
El mal de Alzheimer comenzó a avanzar hace 11 años. No obstante o quizá por ello, los premios y distinciones siguieron llegando casi con la misma frecuencia que sus 16 bisnietos. Sobre la mesa descansan la bandeja que le entregó el Congreso de la Nación y el “Queso de Oro” que le ofrendó Tafí del Valle. Atenta a otras cosas, como el perro que merodea por su jardín o la gente que pasa por la calle, Guanco emprende de tanto en tanto relatos que olvida en el camino, y que su hijo y cuidador Julián completa e interpreta, como si fuese una memoria anexa. Esa biografía debería ser escrita más allá de este texto modesto porque a esta artista tucumana oriunda de Rodeo Grande la entrevistó la BBC de Londres, y su obra fue investigada y apreciada en Estados Unidos y Francia. Guanco tocó y cantó con rockeros y folcloristas que todavía la visitan, y su voz consta en el registro de música autóctona del mundo que grabó la Unesco.
El disco de la agencia de la Organización de las Naciones Unidas está disponible en Apple Music y en Spotify. Y allí Guanco dice: “qué linda es la flor de Tafí / florece en septiembre / y se seca en abril” (“La flor de Tafí”). En otro tema entonado con Rosa Guanco, amiga, compañera y cuñada, pregona entre aros: “ya me voy / ya me he ido / ya no hay suerte / para mí” (“Ya me voy”). En “Arribeñas” se la escucha explicando que ella compone sus coplas. “La luna de Tafí / sale domando los cerros / y desparrama su luz / en el valle de mis sueños”, recita con su tono agudo.
Son apenas tres muestras del repertorio de más de 100 creaciones que Guanco iba improvisando en rondas de canciones que a lo mejor arrancaban de día y terminaban en el atardecer de la jornada siguiente. Esta riqueza cultural fue detectada en la época en la que la dictadura se apagaba por la recopiladora tucumana y música Leda Valladares, quien incorporó algunas de esas coplas en las ediciones de “Grito en el cielo”. A partir de allí, Guanco se erigió en referencia de artistas como León Gieco, Gustavo Santaolalla y Miguel Ángel Estrella. Dos mujeres de esta provincia habían desmontado las fronteras que mantenían a las copleras en los cerros del Norte. Y la empanadera de Tafí casada con Bonifacio Guanco (falleció en 1998) iba hasta el Obelisco y volvía con la misma facilidad con la que subía y bajaba de La Ciénega.
Amainar jamás
“Yo digo que es la única tucumana viva que fue a Buenos Aires en los cuatro medios de transporte: caballo, tren, ómnibus y avión”, apunta Julián Guanco mientras sostiene la caja de su madre. Un rato más tarde trae una fotografía que retrata a la coplera en su apogeo con poncho, sombrero y un zaino. Eran los tiempos en los que picaba carne y hacía repulgues para las empanadas que vendía a lugareños y forasteros con la misma agilidad con la que montaba, y salía disparando hacia Amaicha para participar de la Fiesta de la Pachamama. Isidora Guanco no se cansaba de andar y de viajar, y no reparaba en el dinero: al parecer, los hijos sí se agotaban, pero ella no amainaba. Al modo de un fedatario, Hugo Chaile, cantautor y director de Cultura del Municipio, oye el relato y asiente. Después desenfunda la guitarra y canta la chacarera que compuso para la bagualera.
La conversación en ese ambiente musiquero fluye hacia el debut de Guanco en la Fiesta del Queso, que es casi lo mismo que hablar de la etapa pública de sus versos. Entonces gobernaba Marta Díaz de González, primera intendenta democrática; el festival todavía tenía lugar en la villa (luego se mudó al Complejo Democracia) y la cartelera era exclusivamente masculina. A la coplera le habían dicho que ese año iban a anotarse otras mujeres para cantar y, animada por esa corriente pluralista, fue y se inscribió. “Pero resulta que, a la hora de los hechos, ninguna subió. Ella se veía sola cuando escuchó que el presentador pronunciaba su nombre y entró. Dice que en ese momento no sabía nada, ni siquiera si tenía las piernas. Pero igual cantó”, rememora el hijo con orgullo inocultable por la progenitora pionera que “quebró el hielo”.
Después ya no hubo manera de que se callara y sigue copleando hasta hoy con las letras que se negaron a abandonarla, y que suele “ensayar” durante las tardes de invierno, cuando ni las moscas se “apersonan”. “Era imparable… una audaz”, enfatiza Chaile. “Aprendió a manejar la situación y a vencer la vergüenza. Creo que LA GACETA fue el medio que primero le hizo una nota. Es alguien que supo ser libre con lo suyo”, acota Julián Guanco siempre parado a espaldas de su mamá. “Se me hace que recién la veo a usted”, suelta ella conectada de repente en la escena y con los ojos fijos en la visita. Acto seguido toma de nuevo la caja. “¡Me encanta!”, exclama.
A la baguala la heredó de sus padres, que cuidaban animales y cultivaban la tierra, tal y como muestra el tapiz que domina la habitación. No había radio ni ningún otro aparato para reproducir música: oyendo a sus mayores, Guanco, que cursó hasta tercer grado, aprendió el “canto cósmico para gente joven”, como definió Valladares el género, y desde niña lo practicaba en el seno familiar. Su hijo siguió aquella tradición oral, pero alega timidez y mala voz, y se reserva la canción. Aparentemente esta reclama ciertos bríos que no todos poseen ni son capaces de desplegar. Esas fibras proceden de la misma palabra “bagual”, que significa “indómito”, y su génesis se remonta al período precolombino. A Isidora Guanco se le nota el espíritu batallador porque, desmemoriada como se encuentra, serrucha el diálogo con una palabra: “respeto”. Aunque coplas hubo antes y -con suerte- habrá después de ella, pocas como esta tafinista rebelde se atrevieron a llevarlas tan alto y tan lejos.