El Mollar y el desencanto de sus veraneantes

El Mollar y el desencanto de sus veraneantes

Un sueño los llevó hasta allí y, algunas décadas después, una pesadilla los obligó a despedirse de esa parte de sus vidas. Lo que le sucedió a la familia Rodríguez, que 25 años después vendió la casa de veraneo que había construido en El Mollar, refleja lo que les pasa a muchos tucumanos que durante los últimos años se fueron desenamorando de ese lugar que alguna vez los conquistó.

Los veraneantes que cuentan con el privilegio de poseer un lugar de descanso en los valles experimentaron distintas sensaciones a lo largo del tiempo, según cuentan. Muchos de ellos sintieron una especie de amor a primera vista cuando los cerros y el dique La Angostura se posaron sobre sus ojos, y de inmediato comenzaron a ilusionarse con la posibilidad de tener una casa donde pasar sus vacaciones, en familia, tranquilos y lejos de los ruidos molestos de la ciudad. Y coinciden en que así fue a lo largo de las décadas del 80 y del 90, pero luego la historia dio un giro de 180° y de a poco fueron notando que descansar en El Mollar dejaba de ser tan cómodo y placentero como al principio.

Fueron varios los factores. A medida que el público joven comenzó a interesarse por El Mollar la calma fue desapareciendo. Las familias relatan que la paz del lugar solía ser uno de los principales atractivos de la villa: noches silenciosas y el sonido de las hojas de los árboles agitadas por el viento creaban el ambiente perfecto para relajarse y descansar. Pero la popularidad del lugar acabó con eso y los ruidos molestos cobraron protagonismo; no solo por la música a excesivo volumen y en cualquier horario, sino por los gritos y el rugir de los motores que pasan a toda velocidad, ida y vuelta, hacia el lago. También las caminatas comenzaron a complicarse. Tanto los Rodríguez como varias familias más disfrutaban de salir a pasear a pie o a caballo por la villa para disfrutar del paisaje. Sin embargo, el auge de las motos y los cuatriciclos hicieron que esa actividad se convierta en un riesgo. Los reclamos son numerosos y se repiten todos los veranos. Desde la Policía, en tanto, existe una predisposición para tratar de controlar las cosas pero los mismos efectivos admiten que no es fácil, sobre todo porque muchas veces los desórdenes son protagonizados por menores de edad. Este año, como parte del Operativo Verano, “se decidió intensificar los controles en toda la villa para que los turistas y los habitantes permanentes puedan descansar. La orden que recibimos de nuestros superiores es evitar las reuniones después de que los boliches cierren sus puertas”, explicó el jefe de la comisaría local, Daniel Tejeda. Incluso se habilitó un número de Whatsapp para que vecinos y veraneantes puedan dar aviso a la Policía cada vez que se produzca un incidente o adviertan algún problema. A través de esa vía los uniformados supieron que había desórdenes en la avenida céntrica, una semana atrás, y la historia terminó con 13 jóvenes aprehendidos.

En el caso de la familia Rodríguez, sus miembros se desprendieron con dolor de la casa que habían edificado tres décadas atrás, con ilusión y sacrificio. Cuando se publicó su historia en este diario, varios lectores admitieron en sus comentarios que más de una vez pensaron en tomar la misma medida, desencantados con la nueva realidad del que una vez fue el lugar de sus sueños.

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