1. Lo de Taruca Pampa sólo fue un anticipo
Los investigadores y especialistas consultados coincidieron en señalar que la banda que habría liderado Francisco Roberto Frasconá, con los datos que se conocieron a través del informe publicado ayer por LA GACETA, podría haber montando un laboratorio para producir cocaína. Usan el potencial para opinar porque no tuvieron en sus manos los resultados de los estudios practicados a los 30 litros de esa droga líquida que se decomisaron en esa modesta vivienda de Taruca Pampa (Burruyacu) en marzo de 1970.
Además de los precursores químicos, que en esos tiempos no estaban regulados, los policías encontraron fardos de hojas de coca, materia prima de la droga. Actualmente se estima que cada 100 kilos de hoja de coca se obtiene un kilo de materia prima, que tras varios lavados se reduce a 450 gramos de pasta base. Esta es una masa de sulfato de cocaína que incluye otros alcaloides e impurezas -querosene, alcohol metílico y ácido sulfúrico-. Esa sustancia se “cocina” para obtener la cocaína.
Los pesquisas sostuvieron que tenían todos los elementos para producir cocaína, pero no creen que hayan tenido la capacidad de hacerlo. En esos días, LA GACETA ya había anticipado que el centro producción encontrado no tenía nada que ver con los desbaratados en Salta en aquellos meses.
En base a lo publicado por nuestro diario, los investigadores coincidieron en señalar que es sumamente extraño que se haya encontrado cocaína líquida. “No se puede determinar si formaba parte del proceso o si traían la droga en esa forma y, después de algún proceso químico, la convertían en polvo. Necesitaríamos datos más precisos para sacar conclusiones”, comentó un perito de una fuerza federal, que al igual que los pesquisas, consideró al grupo desarticulado como “de avanzada” no sólo por el laboratorio que habían montado, sino también por el lugar. “Era de fácil acceso desde el norte y hacia el sur”, explicó.
De lo que no existen dudas es que en los 70 ya se consumía cocaína en la provincia. Su origen, como sigue ocurriendo, era Bolivia. El negocio recién comenzaba y conseguirla no era sencillo. La demanda tampoco era importante, era una sustancia destinada a los sectores adquisitivos más altos. En esos tiempos, de acuerdo con algunos consumidores, se la comercializaba en sobres de cartas y la cantidad mínima era de 100 gramos. “Había unos cuantos proveedores que te vendían esas cantidades a precio oro. Normalmente se la consumía en reuniones de amigos”, explicó Hugo, un adicto recuperado.
“El problema era cuando te atrapaban. En esos años el consumidor era igual de delincuente que el vendedor. La cana no hacía grandes investigaciones, sino que andaban dando vueltas en los lugares que frecuentábamos los ‘merqueros’. Eran otros tiempos, nada que ver con lo que sucede ahora, que conseguís porquería en cualquier lado”, agregó. Con el correr de los años, el sistema de comercialización fue cambiando a pasos agigantados. En los 80 se impuso la “tiza” de cocaína (dosis de 10 gramos), en los 90 llegó el raviol (paquetito de hasta cinco gramos) y actualmente se consigue el papelito (que tiene apenas un gramo).
Las presentaciones fueron variando por una sola razón: la ley de mercado. Al haberse masificado el consumo de esta droga, la oferta se tuvo que ir adaptando a los consumidores.
Los integrantes de La Banda del Gordo Vaca, desarticulada por la Dirección General de Drogas Peligrosas en 2016 y cuyos integrantes fueron condenados por la Justicia Federal el año pasado, era una de los pocos grupos que siguieron vendiendo dosis de 10 gramos de cocaína.
“Las vendían en triangulitos y estaban destinados a personas de alto poder adquisitivo, por lo que tenía alto nivel de pureza. Estaba reservada para clientes muy especiales”, comentó Jorge Nacusse, ex jefe de la división que realizó la investigación.
Un anticipo del futuro
La organización de Frasconá sería apenas un anticipo de lo que sucedería en la provincia con el correr de las décadas. A principios de 2000 ya se comenzaron a instalar los centros de procesamiento y estiramiento, conocidos como cocinas en lugares alejados, pero después se fueron diseminando hasta en los barrios. Esa situación, modificó el mercado ilegal del narcotráfico en la provincia.
2. Bolivia siempre estuvo muy cerca
En 1983 se estrenó “Scarface”, una película que se transformó en un clásico de todos los tiempos. El filme, dirigido por Brian de Palma y cuyo guión fue escrito por Oliver Stone (realizó una minuciosa investigación consultando a consumidores, policías de Miami y agentes de la aún desconocida DEA), cuenta una historia que parece haber sido extraída de nuestra provincia. Tony Montana (Al Pacino) era un ex convicto cubano que fue expulsado de la isla y terminó en Miami. Comenzó trabajando para el narco Frank López (Robert Loggia), al que lo termina asesinando para quedarse con el negocio. Al frente de su organización da dos grandes pasos: firma acuerdo con productores bolivianos para que le provean de cocaína y, con balas y muertes, se queda con el dominio territorial en esa ciudad norteamericana. Esa historia fue muy similar a lo que sucedió en nuestra provincia.
En los 70 y en los 80, los narcos tucumanos hicieron contactos en el vecino país para conseguir la droga elaborada. En nuestra provincia, a lo sumo, la estiraban hasta un 20%, porque se trataba de una sustancia que era adquirida por personas de poder adquisitivo alto que buscaban calidad. Actualmente, según los estudios que se la practican a la cocaína incautada, llega un a un 10% de pureza, es decir, que la estiran hasta un 90%.
Los traficantes, con el correr de los años, descubrieron que podían adquirir pasta base y después producir la cocaína en las cocinas que montaban en distintos puntos de la provincia. “Con este mecanismo se garantizaban dos cosas: una inversión menor y después podían trasladarla con mayor facilidad”, agregó Jorge Nacuse, ex jefe de la Digedrop. En un primer momento, los “cocineros” eran bolivianos recomendados por los propios proveedores de la droga. El trabajo de estos especialistas abrió otro mercado. “Donde hay cocinas, hay paco”, es una de las frases más utilizadas por los investigadores. Y eso ocurrió en la provincia: con la irrupción de esas fábricas de muerte, se incrementó el consumo de esa sustancia.
Los narcos, en el negocio, nunca pierden. Todo lo transforman en billetes. Y el paco es eso. El paco no es otra cosa que los residuos que quedan del proceso de “cocinada”. Esa es la razón por los que los consumidores de este tipo de droga sufren serios problemas de salud.
El secretario de Lucha contra el Narcotráfico, Carlos Driollet, apunta que fueron personas llegadas de Bolivia las que les enseñaron a los argentinos a realizar esta tarea. “Hubo una oportunidad en el que estábamos siguiendo a un boliviano porque creíamos que llevaba cocaína a Rafaela. Nos levantamos y descubrimos que había fallecido en la explosión de una casa. En un primer momento se dijo que había explotado una garrafa, pero después se comprobó que se había generado por un accidente en el manejo de precursores químicos”, detalló.
Con las pruebas recolectadas a lo largo de los últimos años, se estableció que en la provincia existen dos tipos de cocinas. La más comunes son las que manejan las organizaciones que se dedican al narcomenudeo, es decir, a la venta de pequeñas cantidades de drogas. En casas compradas o usurpadas estiran la droga que adquieren a proveedores mayoristas. Las otras son muchas complejas y más difíciles de ubicar. Organizaciones adquieren la pasta base y realizan todo el procedimiento químico hasta conseguir la cocaína.
3. Cocinas: del campo a los barrios
A mediados de los 90, según los investigadores, se afianzó el fenómeno de los centros de producción de cocaína en la provincia. Sin embargo, recién en 2006 las autoridades comenzaron a descubrir este eslabón del negocio ilegal. “Los narcos eligieron Tucumán para instalar “cocinas” de cocaína y luego distribuir la droga”, fue el título de la nota que publicó LA GACETA el 3 de noviembre de ese año y que reflejaba los procedimientos que habían realizado las diferentes fuerzas de seguridad en la provincia.
El 1 de setiembre, en un edificio de Villa 9 de Julio, Gendarmería Nacional ubicó un laboratorio donde se completaba el proceso de fabricación de la cocaína. El 30 de ese mismo mes, la Dirección de Drogas Peligrosas de la provincia descubrió otro minilaboratorio durante un allanamiento realizado en Villa 9 de Julio. Finalmente, el miércoles, otra vez Gendarmería desbarató una nueva cocina, ubicada en pleno centro de Tafí del Valle, de donde se secuestraron tres kilos de pasta base.
“Hay gente preparada para ‘cocinar’ la pasta base en Tucumán. Aún no sabemos dónde fueron adiestrados, pero no quedan dudas de que cuentan con capacitación. Además, en este proceso se utilizan productos químicos, cuya venta debe ser controlada y denunciada cuando se hace en grandes cantidades”, explicó Claudio Maley, el actual ministro de Seguridad era, por aquellos días, el jefe del Escuadrón 55 Tucumán de Gendarmería.
Maley, en la entrevista concedida a LA GACETA en esos días, aportó otros datos importantes. “Las personas que se dedican a realizar este proceso pueden sufrir serios problemas de salud. Además, como la mayoría de las sustancias químicas que se utilizan son altamente combustibles, pueden generar una tragedia”, explicó. El tiempo la terminaría dando la razón.
En 2017, en el juicio que se les realizaba a los integrantes del Clan Ale, un testigo de identidad protegida reveló un dato inesperado. Dijo que se utilizaban los autos de la remisería Cinco Estrellas que pertenecían a Rubén “La Chancha” Ale ,para trasladar droga a los campos que Ángel “El Mono” Ale tenía en Santa Rosa de Leales. Allí, siempre según los dichos del hombre que declaró a través de una teleconferencia por cuestiones de seguridad, dijo que la sustancia era cocinada por los hermanos Luis “Oreja” y Walter “Pico” Peralta. Los Ale, que siempre negaron estar vinculados al narcotráfico, terminaron siendo condenados por la Justicia Federal. Los Peralta, en cambio, crecieron en ese oscuro mundo y terminaron creando el clan Los 30, sospechados de tener una red de narcomenudeo en el sur de la capital tucumana.
Los narcos, al descubrir que los investigadores empezaron a prestar atención a lo que sucedía en localidades alojadas, tomaron la decisión de instalarse en medio de los barrios. Villa 9 de Julio, Ejército Argentino, La Costanera, 11 de Marzo, Villa Amalia, San Cayetano y Manantial Sur fueron algunos de los lugares donde se encontraron pequeñas cocinas. Esto tiene una razón de ser: el crecimiento del narcomenudeo como negocio ilícito.
“Los transas tienen varias casas. En una hacen la droga, en otra la guardan y en otras las venden. Ellos son los que mandan aquí”, dijo asustada María del Carmen Medina, vecina de El Matadero, en Villa 9 de Julio. “Aquí todos saben quiénes son lo que cocinan esa porquería. No hay que ser muy pícaro para darse cuenta. Si los chicos pueden comprar paco, es porque hay una cocina cerca”, explicó Marcos Fernández, habitante de La Costanera.
Una década después, en otro allanamiento, quedó al descubierto que la situación se había agravado. En mayo de 2016, en una investigación conjunta de la Policía de la provincia con la de Santiago del Estero, se descubrió que La Banda del Chileno había adquirido una casa en El Cadillal para producir, estirar y acopiar cocaína para luego distribuirla en tierra santiagueña.
Dos días después del allanamiento, un empresario denunció que una pareja se había ido del lugar misteriosamente y que en el interior de la cabaña habían dejado bultos que le resultaban misteriosos. El personal de la comisaría se presentó en el lugar y encontró 28 kilos de cocaína. Después se supo que los visitantes eran en realidad, personas que habían llegado hasta ese lugar para comprar la droga y llevarlas a Santiago. Periodistas de LA GACETA visitaron el lugar y los habitantes, aterrorizados, confirmaron que regularmente avionetas realizaban vuelos por la villa y desaparecían. Los pesquisas sospecharon que la organización recibía por vía aérea la droga desde el norte del país y que allí la procesaban y después la comercializaban. Después del allanamiento, nada extraño sucedió en el lugar.
4. ¿"El Rengo Ordoñez" fue un maestro?
Hugo Daniel “El Rengo Ordóñez” Tévez es un eslabón clave en la historia del narcotráfico de la provincia. Los investigadores siempre lo señalaron como el hombre que introdujo el modelo de narcomenudeo en la provincia. Fue asesinado en 2009 por la pareja de una mujer con la que mantenía una relación clandestina. A la tumba se llevó el dato sobre quién fue el o los hombres que transmitieron los secretos para montar una cocina. Tampoco se podrá saber nunca si él fue el pionero en esta actividad. Sí se puede decir que varios de sus allegados podían realizar esa tarea, por lo que no se descarta que él les haya enseñado.
Margarita Toro fue el eterno amor de “El Rengo Ordóñez”. La mujer, que está sospechada de dirigir el clan Toro que domina toda Villa 9 de Julio, fue condenada en 2010 por la Justicia Federal junto a varios miembros de su familia. La Dirección General de Drogas Peligrosas la detuvo en 2009 al considerar que el grupo traía la cocaína desde el norte del país, la estiraban en cocinas propias y luego la distribuían para su venta.
“La Jefa”, como la llaman sus seguidores, además de haber sido secuestrada en 2018 por los miembros del clan Acevedo en lo que se supone que se trató de una pelea territorial que incluía el dominio de las tribunas de Atlético, superó una grave enfermedad hepática. Sus allegados aseguraron que el problema surgió por no haber tomado los recaudos necesarios cuando usaba los precursores químicos.
Nilda “La Cabezona” Gómez era amiga íntima de Tévez y de Toro. En menos de 20 años, fue detenida en cuatro oportunidades. En dos ocasiones, en los allanamientos que se hicieron, se le decomisaron droga y precursores químicos. Una medida se concretó en Villa Urquiza y otra en Villa 9 de Julio. En esta última, todo ocurrió en una especie de departamento que alquilaba para realizar esta tarea. La mujer, de más de cincuenta años, comenzará a ser juzgada el próximo mes. Está acusada de dirigir una organización que se dedicaba a proveer de drogas a quioscos de terceros y a los propios.
Rogelio “El Gordo” Villalba fue una especie de hijo de para “El Rengo Ordóñez”. Después de la muerte del hombre que le abrió las puertas del negocio, creció tanto que hasta lo llegaron a llamar “El Rey del Paco” en La Costanera. La División Antidrogas Tucumán de la Policía Federal lo detuvo en septiembre de 2016.
En el operativo, los investigadores también arrestaron a una pareja que en sus entrañas traían casi un kilo de pasta base. Esa sustancia sería trasladada hasta una de las casas del supuesto líder de la organización. Una hija, no él, era la encargada de “cocinar” la droga que luego comercializaban como cocaína o como paco.