Cuerpo forense: autopsias e investigación de pistas de vida entre los muertos
Nos dirigimos hacia Ciudad Gótica, la Ciudad Gótica tucumana donde está la base central de equipo forense de la provincia. Así llaman los médicos a un barrio flanqueado por zonas marginales y donde la delincuencia puede ser un abrazo a la desesperación si equivocás el camino con tu GPS.
La razón de nuestra visita es para conocer cómo se trabaja en un predio bañado en tecnología y que hace gala de ser uno de los pocos en el país que centra todo lo necesario para realizar una autopsia como se debe. El juego no está repartido en sucursales alejadas, está tan bien armado que cuando se necesita un estudio de alta complejidad, ya sea patológico, genético, balístico o lo que se te ocurra, los forenses lo piden y lo tienen, casi al toque.
Al equipo forense lo integran varios especialistas, no solo se trata del famoso médico que agarra la sierra y corta, a lo carnicero. Una autopsia es el inicio del camino hacia el conocimiento de por qué morimos. Y hablar con la muerte puede ser peligroso para la cabeza, si no estás entero, reconoce Federico Villafañe, el jefe del cuerpo forense. “Es como que el muerto y la muerte te interpelan a vos mismo, porque el día de mañana vas a ser vos el que estará recostado sobre la mesa de Morgagni. De la muerte nadie se salva”.
Hablamos de la bonanza del siglo XXI, de cómo ha mejorado todo para bien, pero también surgen recuerdos tan ricos como increíbles, como los que regalan Yolanda Gordillo y Alberto Pacheco. Los dos están, con idas y vueltas, desde el año 84. Recuerdan cuando había que pedir prestada la morgue del cementerio del Oeste, o ir hacia la del Centro de Salud, o la del extinto ADOS. Por todas esas oficinas pasaron antes de llegar a lo que hoy ellos reconocen como la mejor oficina de todas.
La pregunta es sencilla y hasta superficial, ¿les gusta su trabajo? “A mí me gusta lo que hago y siento que soy una afortunada”, dice la “doc”, la más copada y suelta al comienzo de la charla con LA GACETA.
De su primer muerto, difícilmente pueda olvidarse, Yolanda. No por el muerto en sí, sino por el contexto, dirá. “Al principio, siempre iba acompañada por otro médico. Era pasante. Pero pasados dos meses, un día me dicen: ‘vas sola’. Era una exhumación en el cementerio de Ranchillos. La hice en una piecita que tenía ventanitas así de chiquitas y sin vidrios. Era invierno y lloviznaba, así de finito. Estaba la familia del muerto, que se negaba a que abran el cajón, y la del imputado (por asesinato) que pedía la autopsia porque aseguraba que su familiar era inocente. Pasé con dos canas por el medio a ver al muerto, que llevaba como cuatro meses enterrado. Fijate que logramos ver algunas cosas interesantes y el imputado salió libre. Era un señor de 60 años, el fallecido. Me acuerdo de ese muerto en particular por la circunstancia, la guardia policial, todo, ja, ja, ja”.
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No todos los muertos huelen igual.
El olor a muerto existe, pero es indescriptible.
El peor de todos los muertos es el quemado.
Hay una diferencia entre el campo y la ciudad, básicamente, y es el cajón. La mayoría de los que se usan acá son enchapados y eso hace que cuando inicia el proceso de descomposición del cuerpo, quedan huesos flotando en líquido. El cajón es una cacerola de olores nauseabundos. En cambio, lo cajones del campo, explican los doctores, no tienen la chapa, entonces el líquido drena y el cadáver como que se momifica. “Hay menos olor. Mucho menos, y eso es lo importante”, aclara casi suspirando el doctor Pacheco, cuya terapia son los fines de semana, asado mediante.
Los muertos siempre hablan.
Los de muerte dudosa, dejan pistas.
En 25 años de carrera profesional, entre los dos confiesan que apenas hubo dos o tres casos que ellos trataron y no pudieron encontrar la causa final de la muerte. “Se pone: causa de muerte no determinada, pero no violenta (fue corroborado). Murió de causas naturales pero no sé por qué. Puede pasar que no encuentres nada”, reconoce Yolanda.
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“En la autopsia requerís siempre a un forense, a un técnico y a un morguero. El técnico es el que ayuda con el manejo del cuerpo durante la autopsia; colabora con el médico”, comenta “Fede”. Toda muerte de dudosa criminalidad debe pasar por autopsia. Eso es ley.
Una autopsia no se resume en abrir, mirar, coser y mandar a la cámara de frío al muerto. Al recibir el cuerpo, que generalmente es trasladado por los bomberos en una camioneta especial, el morguero lo baña y deja en condiciones para el estudio. Unas dos horas puede demorar un estudio. Lo primero que hacen los forenses es conocer un poco sobre la persona que están tratando. Quieren saber qué pasó. “Eso nos orienta”. Se les consulta a los parientes y de ahí arranca el viaje.
“Tenés que examinar bien todo el cuerpo, tenés que hacer todos los planteos necesarios; abrimos el cuerpo, miramos. Vemos qué órganos están afectados o no, y si consideramos necesario, que generalmente lo hacemos, tomamos muestras de líquido, orina, sangre y otras, dependiendo la causa de muerte. Y podemos tomar órganos para hacer estudios patológicos. Podemos tomar muestras al momento de la autopsia (no hace falta autorización del familiar). A veces tomamos el órgano entero y a veces sacamos un trozo. Ese órgano no sirve para nada. Es sacarlo y ponerlo en formol”, explica Yolanda. Los órganos de un muerto de horas ya no sirven. Menos los de días.
Si los forenses creen que están un poco locos, “sí”, ríen a coro. “La medicina forense es una modalidad en la que se trabaja bajo mucha presión humana”.
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Como toda primera vez, siempre es difícil. “Pasa que uno se arma desde el pensamiento de que uno eligió esto, pero igual es difícil y te afecta. Al comienzo a mí sí me afectaba. Me iba a casa y soñaba con los muertos, las circunstancias. Los tenés en la cabeza girando todo el tiempo. Después, con los años vas construyendo un mecanismo de defensa que te permite funcionar en el afuera del trabajo bien, porque no podés cargar a tu familia con lo que hacés acá”, admite la "Doc".
El aspecto del muerto dependerá del tiempo que lleve en descomposición. Si es reciente o es uno que tiene varios días.
El aspecto del muerto dependerá de la causa inicial de su deceso. Si es muerte por accidente de tránsito, si fue por un homicidio, si es un muerto caído de altura; un ahogado.
El peor de los muertos es el que lleva mucho tiempo en descomposición. "Es terrible".
El peor de los muertos para limpiar, según “La Cucha”, que es morguero hace 25 años y medio, son los que se suicidaron de un escopetazo. Es impactante ver que de la mandíbula hacia arriba no hay nada.
El muerto habla de alguna manera: cuando lo revisás ves una serie de signos de lo que ha pasado.
En la medicina legal, el diagnóstico se basa en cosas que no son las palabras. “Se basa en la observación. No te olvidés que cuando llega el cuerpo, el cuerpo está ahí, desnudo. Casi nunca llega con ropa, a lo sumo con ropa interior. Lo que ves es un cuerpo y nada más”.
Pueden pasar los años pero ninguno de los doctores la pasa bien cuando debe hacer la autopsia de un niño. “Las muertes infantiles, los homicidios infantiles. He visto médicos forenses de años afectados. Afecta a todos, a los morgueros, a los técnicos, a todos”, advierte Villafañe.
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Cuando se requiere al forense en el lugar de los hechos, por pedido del fiscal de la causa, salen tres móviles que trasladan 15 profesionales. La investigación comienza en el lugar de los hechos. Intervienen, dependiendo el tipo de caso: criminalística, química legal. Balística, el médico y la custodia policial. Además, hay un coordinador que sería el volante central del fútbol que distribuye y controla todo para que no se “contamine” el lugar.
Los forenses no solo tratan muertos. En el cuerpo forense hay consultorios: se atiende a menores, a víctimas de accidentes de tránsito, a detenidos; se realizan juntas médicas. También se hacen pericias por denuncias de mala praxis. Abusos sexuales se ve un montón, mucho en menores, poco en mayores. Incluso los forenses participan en juicios orales.
Cada autopsia, en promedio, supera largamente los $ 85.000.
Diciembre de 2018 fue récord: 87 autopsias, una locura. La gente muere y mucho, sin importar la edad.
En 2017, el número de intervenciones fue de 510. Al año siguiente el salto fue hasta 761, número similar al del año pasado.
Con respecto a los tipos de fallecimientos que se observan en las autopsias, los cuatro principales son suicidios, homicidios, homicidios culposos (en su mayoría, accidentes de tránsito) y muertes dudosas. Este combo se lleva el 90% de las autopsias.
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Entre las historias del pasado, Pacheco invita a Yolanda a las épocas de viajar en colectivo de línea. “No había un mango”, confiesan entre risas.
El viaje de ida era tan normal como uno puede imaginarlo. El de vuelta, de película. Era ir con el guardapolvo blanco, las herramientas dentro de un maletín apestoso y regresar a la base. Pero la vuelta era toda una odisea, porque al subirse al bondi, espantaban a la gente con ese aroma indescriptible que los convertía en dueños de la mitad del colectivo.
Olían a la muerte misma.