La cancha de Gimnasia de Mendoza, ubicado en pleno Parque General San Martín y donde el “Santo” ganó anoche y logró quebrar una racha negra contra el “Lobo” al que nunca le había ganado en su historia, es un estadio bastante extraño.
Excepto la platea central, donde se ubica la zona de pupitres, que tiene más altura quizás que el sector similar en La Ciudadela, sus tribunas son bajas y están bien alejadas del campo. Sin embargo, en ese escenario donde el grito popular se pierde entre los árboles del parque, Gimnasia suele hacerse fuerte y les mete presión a la mayoría de sus huéspedes.
Pero este San Martín es un equipo “bicho”. Rara vez pierde su línea, su esencia y su juego. Quizás en algunos pasajes no luce, pero sabe perfectamente cómo debe plantarse cuando la mano viene cruzada. Eso hizo anoche, sobre todo en los inicios de cada tiempo, cuando el “Lobo” lo presionó arriba y lo obligó a saltear líneas, justo lo que el equipo de Favio Orsi y Sergio Gómez odia.
Gimnasia le comió las espaldas a Juan Mercier, que no arrancó bien el partido. Mucho juego interno en el local para luego abrir esa extraña cancha y así complicar a Ignacio Arce y su arco.
Sin embargo, pese a esa situación inicial, el puntero de la zona B nunca se desesperó. Pacientemente, bien parado cerca del histórico “Nacho”, dejó que corrieran los minutos y apeló a la especialidad de la casa: los ataques furiosos por las bandas, con los incansables Gonzalo Rodríguez y Nicolás Castro.
Así, generó las mejores situaciones de la primera mitad, que no terminaron en gol porque Lucas González no estuvo en sintonía fina.
Pero bastó que le quedara campo libre a un Claudio Mosca lúcido para que sacara un zurdazo pleno: golazo y a cobrar.
Dio la impresión que ese zapatazo daba por terminado el año futbolístico para San Martín, más allá de que al duelo le quedaba poquito más que un tiempo. Porque a partir de ahí el trámite se repitió: Gimnasia quemó las naves y el “Santo” se plantó de contra. Es más, le entregó la posesión de la pelota y el dominio del campo para atraer a su rival y liquidarlo de contra. Esperó literalmente agazapado en su campo pero bien parado y sin pasar muchos sofocones. De hecho en muy pocas situaciones del partido el equipo quedó mal parado.
Toda una estrategia que tenía como objetivo final encontrar un contraataque letal que apareció sobre el final. Pero no una, sino dos. Castro le puso el moño a una jugada mágica. Luego Emiliano Purita arrancó como ocho, se corrió al centro sin soltar la pelota y definió al segundo palo. Esta vez el moño era para el resultado del partido entero y para un semestre casi perfecto de un San Martín que mira a todos desde arriba; casi tan alto como esa platea altísima del extraño estadio donde el “Santo” le puso fin a otra racha adversa.