A cincuenta años de El 45

A cincuenta años de El 45

En 1969 Félix Luna publicaba un libro imprescindible para entender cómo nació el peronismo. Plasmaba allí una nueva forma de escribir historia en la Argentina y se metía con un personaje vivo al que pocos se animaban a abordar críticamente.

LA LITURGIA PERONISTA. Celebración del 17 de octubre, el “Día de la Lealtad”. LA LITURGIA PERONISTA. Celebración del 17 de octubre, el “Día de la Lealtad”.
24 Noviembre 2019

Por Carlos Páez de la Torre

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Hace medio siglo, en 1969, Félix Luna publicaba El 45, con el subtítulo Crónica de un año decisivo. Lo estampó la editorial Jorge Álvarez: llevaba una tapa colorada, que reproducía graffitis de la época. Sin duda, hasta ese momento se habían publicado algunos ensayos -no demasiados- sobre el peronismo. Pero nadie había hincado el diente a fondo en sus preliminares, como Luna lo hizo. La dedicatoria decía: “A Florencia, porque alguna vez me preguntará cómo fue todo aquello”. Esas palabras podían estar dirigidas a cualquier argentino joven de entonces. Porque quien quisiera saber cómo había empezado el encumbramiento de Perón, no tenía, realmente, dónde enterarse del asunto con cierto detalle.

Además, con El 45, se acentuaba una forma nueva de escribir historia entre nosotros. Ese estilo del que fue altamente representativa Early Yesterday, aquella historia de los twenties norteamericanos que Frederick Lewis Allen publicó en 1957, y donde la soltura y amenidad del lenguaje disimulaban una profunda investigación.

Sabemos que Luna ya tenía en su haber dos libros importantes: el Yrigoyen de 1954 y el Alvear de 1958. Pero el estilo de redacción de El 45, las fuentes en que abrevaba y el modo de utilizarlas, eran bastante distintas a las de sus libros anteriores. A tal estilo, en esa época, sólo lo practicaba aquella “Historia del Peronismo”, obra de Hugo Gambini, que la revista Primera Plana había empezado a publicar en 1965, y que venía apareciendo desde entonces, a razón de un capítulo por semana.

En ese modo de redactar, la agilidad del periodismo daba atractivo a una investigación bastante minuciosa y original (y, por eso mismo, rara en una revista). Y aumentaba su interés, el hecho de que muchos protagonistas estaban aún vivos: después de cada publicación, enviaban cartas que confirmaban (o, más a menudo, rectificaban), las respectivas afirmaciones.

En primer lugar, el subtítulo del libro de Luna, Crónica de un año decisivo, era demasiado modesto. Sabemos que “crónica” es la narración de hechos en sentido cronológico, en el orden del tiempo. Pero El 45 distaba de limitarse a esa narración. Sí bien ella existía porque era imprescindible, no había página donde el autor dejase de asentar un juicio o una interpretación. Culminaban con la decena de páginas finales, allí donde Luna sintetizaba su apreciación de historiador sobre ese año en que había ocurrido, dice, “una verdadera y auténtica revolución”. Se plasmaba en el hecho de que la clase trabajadora adquiría, por primera vez, conciencia de su poder. Lo de “crónica”, entonces, reitero, suena a por demás modesto.

El 45 surgió de una muy honda investigación en las fuentes. Toda la prensa de la época, favorable u opositora a Perón, fue escudriñada por Luna, junto con la entonces todavía escasa bibliografía sobre el tema específico. Importancia fundamental revisten, en el libro, los testimonios personales de protagonistas que Luna recogió, la mayoría de los cuales reproduce íntegramente en tipografía más pequeña.

Ni que decir la importancia que tiene su entrevista con el propio Juan Domingo Perón (en enero de 1969) que se utiliza en prácticamente todos los capítulos. Además, están los testimonios valiosísimos de personajes tan significativos como Edelmiro Farrell, Domingo Mercante, Cipriano Reyes, Raúl Apold, Eduardo Colom, Arturo Enrique Sampay, Arturo Frondizi, para citar solamente algunos, todos transcriptos a partir de grabaciones, con escrupulosa fidelidad.

Tiene notable interés, además, esas transcripciones completas de listas de firmantes de declaraciones y de manifiestos. Y son tan reveladores como dotados de enorme utilidad, esos apéndices con la nómina, provincia por provincia, de candidatos de todos los partidos que compitieron en la elección del 45, así como la planilla desplegable con todos los resultados electorales.

En suma, el aporte de El 45 fue de tal envergadura, que me atrevo a decir que aún hoy, medio siglo después de su aparición, nadie que quiera ocuparse de los orígenes del peronismo puede prescindir del libro de Luna.

Pero hay otros puntos que quisiera hacer notar. Cuando, en 1882, Paul Groussac publicó su Ensayo histórico sobre el Tucumán, no quiso ocuparse de las últimas décadas. “Hemos llegado ya a la historia contemporánea: no la emprenderé, ni  aún en la forma de breve ensayo”, advertía. A su juicio, en la selva del pasado, la atrevida guadaña del historiador “derriba troncos y ramas hasta dejar abierto un camino real para la posteridad: pero la historia contemporánea del país en que se vive, me aparece semejante a ese bosque temeroso que Dante y Virgilio atravesaron: los retorcidos troncos de los árboles han conservado la vaga forma humana; las ramas se extienden como brazos suplicantes; y sí, para abrir su camino, el viajero corta una de ellas, se escapa del árbol mutilado un grito de dolor, y de las rajada fibras salta, el lugar de savía, un largo chorro de sangre”…

Luna estaba, por cierto, absolutamente libre de la aprensión que bloqueaba el ánimo del Groussac de 1882. Ya lo había demostrado con su Yrigoyen, con su Alvear y con este libro que, al tratar asuntos de apenas veinte años atrás, se aproximaba aún más a su presente.

Pero al cierre del tomo, en una servicial “Aclaración sobre metodología”, enumeraba las dificultades con las que se veía obligado a lidiar, quien quisiera ocuparse en ese momento de la historia contemporánea.

No había correspondencia epistolar, “porque ya nadie dice cosas importantes por carta”. Las publicaciones periódicas, estaban perjudicadas por la censura o por la autocensura, o su sectarismo podía torcer -voluntaria o involuntariamente- la información. Es verdad que sobrevivían testigos; pero muchos estaban políticamente condicionados, o hablaban con reticencia, o seleccionaban sólo los recuerdos gratos que podían justificarlos.

No era sencillo encontrar folletos o panfletos. En cuanto a los repositorios del Estado, sí se lograba recorrerlos, eran a veces “de una sorprendente pobreza”. Y aunque realizó gestiones (por sí mismo o por diligentes amigos diplomáticos) no pudo consultar, en las cancillerías de España, de Francia o de Italia, los informes de sus embajadores. Directamente se los negaron, aduciendo que se trataba de “hechos demasiado recientes”.

Haber podido armar un libro sólido por encima de esas adversidades, por cierto que multiplica su mérito.

Pero hay todavía otras cuestiones. El libro aparecía en una Argentina gobernada por los militares y en estado de convulsión. Era 1969 el año del Cordobazo (14 muertos y más de 100 heridos) y del primer Tucumanazo; del asesinato de Augusto Timoteo Vandor; de la muerte de los estudiantes Juan José Cabral y Alberto Bello, en descomunales incidentes en Corrientes y en Rosario, ciudad está que el gobierno tuvo que poner bajo ocupación militar. El presidente Juan Carlos Onganía afirmaba la existencia de una “fuerza extremista organizada”. Raymundo Ongaro tronaba contra la realidad de “5000 compañeros detenidos” que sufrían torturas. Y, desde Puerta de Hierro, Perón decía que la revolución militar gobernante constituía “un anacronismo”, y que “hay que prepararse para derribar semejante estado de cosas, aunque para ello deba emplearse la más dura fuerza”.

LA LITURGIA PERONISTA. Celebración del 17 de octubre, el “Día de la Lealtad”. LA LITURGIA PERONISTA. Celebración del 17 de octubre, el “Día de la Lealtad”.

En ese ambiente que auguraba un retorno del peronismo, creo que había que tener coraje para publicar un libro donde se enfocase críticamente el 17 de octubre, con sus antes y sus después. Que volvería al peronismo, era seguro. Pero nadie sabía cómo sería ese regreso. Y no faltaban quienes lo profetizaban en forma de una turba de obreros armados por las calles, sedientos de venganza y de sangre.

Parece difícil imaginarlo ahora, pero en esa época los historiadores argentinos -aisladas excepciones aparte- se cuidaban bastante de hablar de Perón. Precisamente porque estaba vivo, y porque cada vez parecía más posible que regresaran al país él y su régimen. Y, en ese caso, no querían que sus escritos se les convirtieran, de pronto, en un problema.

Es decir que había que tener agallas para sumergirse en tales temas. Luna las tuvo, y eso constituye una nota más para destacar, cuando se toca el punto.

Editado dos años después de la irrupción de Todo es Historia (hoy desaparecida) en el panorama historiográfico argentino, El 45 es otra expresión, por si hiciera falta, de un propósito que Félix Luna nunca abandonó, como bien se sabe, a lo largo de toda su vida. Quería que el pasado argentino se pusiera en condiciones de ser palpado y tocado por todas las personas, y no solamente por los especialistas. Del mismo modo que aspiraba a proporcionar, a quienes empezaban a investigarlo, un espacio para publicar.

A El 45, Félix Luna le insufló el mismo espíritu que había animado Todo es Historia. Esa obra es una demostración cabal de que un libro serio y bien documentado no tiene porqué carecer de atractivo, si el autor tiene el arte suficiente para proporcionárselo. En este caso, potenciaba el atractivo la redacción fluida y desprovista de la jerga universitaria, y hasta ese atrezzo de intercalar, de vez en cuando y en letra cursiva, las vivencias propias de un estudiante politizado de esos años.

Hablé recién del coraje de Luna al publicar El 45. Terminaré volviendo brevemente sobre ese punto. Catorce años después de la aparición de El 45, empezó Luna a editar la saga de Perón y su tiempo: aquellos tres tomos titulados, respectivamente, La Argentina era una fiesta, La comunidad organizada y El régimen exhausto. El primer tomo apareció en 1984.

Ni bien leí el libro, escribí un comentario elogioso que publicó LA GACETA. En 1986, al aparecer la segunda parte, La comunidad organizada, firmé allí también el respectivo comentario. Luna me lo agradeció en una carta personal.
La transcribo porque es reveladora de la independencia de criterio que era necesaria (aun en el tercer año de la democracia y con Perón ya muerto y enterrado) para revisar la era peronista.

La carta, fechada en Buenos Aires el 18 de febrero de 1986, dice así: “Mi querido amigo don Carlos: No suelo escribir a quienes hacen la crítica de mis libros, porque aprecio que cada uno está en lo suyo y no hay que mezclar las cosas. Pero el comentario de La comunidad organizada es tan bueno y está hecho con tanto afecto, que no puedo menos que agradecerlo.  Como hay en la Argentina una suerte de peronismo vergonzante, que florece en medios intelectuales y hace que nadie critique al régimen de Perón por temor a ser considerado ‘gorila’, no son muchos lo que se han animado a asumir este libro. Clarín, por ejemplo, no lo ha hecho, y varias revistas que habitualmente tienen secciones bibliográficas, lo omiten. No obstante este pequeño silenciamiento, el libro anda muy bien. Yo he pasado el verano en Buenos Aires tratando de meterle el diente al tercer y último tomo, antes que la rutina del año me devore, como ya está ocurriendo. Deo volente, tal vez lo termine al cabo del verano próximo. Y ahí terminará mi tarea de historiador contemporánea. ¿Cómo anda usted? Siglos que no nos vemos. Un afectuoso abrazo y mi renovada gratitud, Félix Luna”.

© LA GACETA

Carlos Páez de la Torre (h). Periodista e historiador. Miembro
de número de la Academia Nacional de la Historia

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