Nuestra primera experiencia consciente con la mezcla de colores suele llegar muy chicos, de la mano (literalmente) de acuarelas y témperas. Ante nuestros ojos fascinados, el pincel junta el rojo con el amarillo y nos regala un magnífico naranja... Pronto aprendemos a “aclarar” azules y hacerlos color de cielo; los rojos se vuelven unos -durante tanto tiempo- “femeninos” rosados... Y nuestro cerebro (que en definitiva es el que percibe) automatiza esos y todos los otros “combos”.
Quizás por eso cuesta tanto entender que los colores de lo que miramos no son necesariamente como los vemos; es más: puede haber muchas diferencias entre lo que percibimos (del mismo objeto) diferentes personas en las mismas circunstancias (Ver “vestido”)
“El color es una construcción del cerebro -explica en su charla con LA GACETA el físico portugués Sergio Nascimento, doctorado en Ciencias del Color y profesor de la Universidad de Minho, Portugal-; depende, sí, de características del objeto; pero también de la iluminación, del contexto y hasta de nuestra historia personal”.
“Hay mucho que los científicos no sabemos sobre nuestra percepción del color, y además hay muchas ideas incorrectas”, añade su colega brasileña Claudia Feitosa-Santana, de la Universidad Federal do ABC, San Pablo, Brasil doctora en Neurociencia Integrativa, y en Neurociencia y Comportamiento. Ambos vinieron a Tucumán, invitados por el Instituto de Investigación en Luz, Ambiente y Visión, que depende de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNT y del Conicet, a participar del taller de Ciencias de la Visión “inVisionT”.
Una de las creencias erróneas es que los daltónicos no ven colores. “Hay grados, pero en general vemos el 70% de los colores”, cuenta, en primera persona, Nascimento (Ver “Daltonismo”). Y para entender de qué depende esto hay que retroceder un poco.
La visión es un proceso perceptivo complejo, y lo primero que hay que tener en cuenta es que las partículas de luz (fotones) se mueven asociadas en ondas de diferentes longitudes. Dentro de la complejidad de la percepción visual, la del color depende de unas células de nuestra retina llamadas conos. Dicho con mucha (pero mucha) sencillez, hay tres tipos de conos: unos reaccionan a los rayos de onda larga (más cercanos a los rojos); otros, a los de onda media (verdes y amarillos) y los terceros, a los de onda corta (los rayos de luz más cercanos a los azules del espectro). A diferencia de lo que pasa cuando mezclamos témperas con el pincel, la unión de las variantes de los tres nos da la luz blanca.
“Cuando el cerebro los combina, percibimos toda la paleta cromática del mundo que nos rodea”, explica Nascimento y añade, contundente y provocativo: “la visión humana es un accidente genético de 40 millones de años de antigüedad”. Sucede que la gran mayoría de los mamíferos son daltónicos. La excepción son algunos monos... y nosotros, sus descendientes.
La luz, el contexto y el cerebro
Pero eso no es (ni remotamente) todo. “Fisiológicamente nuestro sistema visual está diseñado para ver mucho más de lo que realmente vemos; concretamente, un 70% más, pero la naturaleza nos ofrece una paleta de colores más restringida”, resalta Feitosa-Santana. “En esa paleta prevalecen los verdes; y nuestras investigaciones permiten pensar que nos gustan más esos colores, los que más probablemente encontremos en la naturaleza”, añade Nascimento. El porqué de ese “desaprovechamiento” no está explicado -agregan los expertos-; pero una hipótesis puede ser que hace falta esa amplitud de la capacidad fisiológica para que sea efectiva -y eficiente- la parte que realmente usamos.
“Hay mucho que no sabemos -insiste Feitosa-Santana-. ¡Pero cada vez sabemos más!”. Se sabe, por ejemplo, que la genética no incide en nuestra percepción del color; sí, en cambio, nuestra experiencia con la iluminación y con los materiales (ver “Iluminación”); y con el contexto (ver “Contexto”). Y también que, aunque no lo notemos, nuestros ojos no lo perciben concentrado sino difundido. Eso último se explica de la siguiente manera: “tenemos dos sistemas de visión: uno más antiguo, ‘especialista’ en localización, muy preciso. Y el otro, más nuevo, que permite reconocer caras y colores, pero no localización... entonces los colores ‘se le escapan’ un poco. (Ver “Difusión”)
Como estos -y otros- fenómenos no pueden demostrarse con palabras, para cerrar esta nota te los explicamos “con dibujitos”. ¡Y quizás descubras algo de cómo ves vos los colores!
Así se combinan los rayos de onda larga (rojos), media (verdes) y corta (azules) para lograr la luz blanca.
El color del famoso vestido: experimento involuntario
Parece que fue ayer, pero pasaron más de cuatro años desde que este vestido enloqueció a los usuarios de internet. “Desde entonces -cuenta Claudia Feitosa Santana- muchos papers intentaron explicar el fenómeno. Nuestra investigación nos permite proponer que la explicación viene de la mano con cada particular percepción del azul”. Sería algo así: quienes ven el vestido blanco y dorado necesitan más participación de los azules para lograr ese blanco. Con la misma luz, las personas que necesitan menos azul para lograr el blanco lo que ven es, precisamente, azul.
Daltonismo: más frecuente en hombres que en mujeres
El daltonismo es una alteración genética que afecta la capacidad de distinguir colores. “Pero eso no significa que no los veamos; son muy pocos los casos de acromatopsia -advierte Sergio Nascimento-; y lo más frecuente es la alteración del pigmento verde de los conos de la retina”. “Nos pasa más a los hombres que a las mujeres (8,5 % de la población, contra menos del 1%) y es genético: la percepción del rojo y del verde dependen del cromosoma X; y las mujeres tiene dos. Si uno de sus X tiene a mutación, les queda otro de ‘repuesto’ -agrega con humor-; tendrían que estar mutados los dos para que sean daltónicas. Los hombres, al ser XY, tenemos uno solo. Si nuestro X tiene la mutación...”.