Por Guadalupe Norte
26 Octubre 2019
ARTE. El fotógrafo Gabriel Lemme hace de una casona en demolición una postal de protesta. foto de Gabriel Lemme LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO
Existe una atracción indescifrable por aquellas cosas que el tiempo -impío y caprichoso en su albedrío- es capaz de devorar. En el paisaje urbano, el reflejo de esta pulsión son costras arquitectónicas. Cascarones que supieron ser casas, edificios de altura o industrias y que ahora permanecen vacíos. Dispuestos a no morir por completo, aún les queda una última alternativa: seducir desde el abandono con la exploración urbana.
La práctica se conoce como urbex (acrónimo de urban exploration) y en los últimos años se volvió una tendencia: personas que visitan lugares deshabitados y derruidos para fotografiarlos o, simplemente, conocer su interior. En ellos, un Tucumán secreto se abre, sólo para los intrépidos visitantes.
El día en que Adrián González y Maximiliano Carrizo visitaron San Javier el desenlace de su salida no fue el planeado. La idea inicial era hacer algunos retratos en el Cristo, pero la tentación los llevó a parar -junto a dos amigos- en la “primera confitería”. Vestigio de la época de 1938 y de los primeros miramientos turísticos en el cerro.
EN EQUIPO. Adrián González y Maximiliano Carrizo visitan la cara oculta del cerro.
“Cuando entro a lugares así me agarra una especie de adrenalina porque no sabés lo que puede pasar”, comenta Adrián. Aunque ya lleva tres años en la movida, la sensación no se le quita y, al contrario, en cada paso que da su asombro aumenta. Sin pensarlo dos veces ambos encaran al primer piso mientras sortean las tejas rotas y unos pequeños frutos que -en el segundo relevamiento- suponen, son rastros de murciélago.
Arriba, la mayor parte del techo se encuentra podrida y las paredes están recubiertas por ramas ensortijadas que crecen entre las capas de pintura. Las habitaciones son verdaderas distopías, en las que conviven pilas de botellas rotas, preservativos y graffitis con frases descontextualizadas. “Apocalipsis. Los brujos y los hechiceros heredarán el lago de azul fuego”, reza la entrada del galpón.
“Lo que más llama la atención son las historias que hay por detrás. La curiosidad te lleva a explorar por tu cuenta estos espacios y comprobar su estado”, agrega Maximiliano bajo una advertencia: el conocimiento puede ser peligroso y ningún explorador está exento de las malas experiencias. Por eso, el grupo fijó dos reglas inquebrantables para las aventuras: 1) jamás asustar al otro; 2) no gritar, a menos que estés herido o corras peligro.
Manual del explorador
La imponente estética de las locaciones -entre telarañas y barniz descascarado- es innegable… Como también lo son otras cuestiones que no se escapan al debate. Entre ellas están la seguridad y el acceso a la propiedad privada. Dos temas recurrentes a los cuales los fugaces turistas responden con un lema: “es mejor pedir perdón que permiso”.
“Generalmente son lugares que encontrás viajando o desviándote por calles que no son las rutas principales. Es bastante común que desconozcas la dirección exacta de donde estás”, indica Adrián. No obstante, para él si existe un mapa de “sitios necesarios” por conocer, como los túneles del tren en Rumi Punco (La Cocha) y una casa en Acheral (Monteros) asociada con rumores de la época de la dictadura militar. Sumado a una seguidilla de viviendas en la comuna de Escaba, Villa Clodomiro Hileret (Río Chico) y la Quebrada del Portugués (Tafí del Valle).
Había una vez... trenes
En los talleres ferroviarios de Tafí Viejo habita un gigante dormido. Y, aunque ahora se necesite autorización para entrar en su guarida, Alejandro Gómez Tolosa fue capaz de retratarlo. “Mi ansia era captar la inmensidad y la soledad suspendida en ese sentimiento angustiante que te atrapa cuando entrás”, explica el artista visual, quien logró acceder a los galpones empleados para reparar los trenes y almacenar sus partes.
EN TAFÍ VIEJO. Alejandro Gomez Tolosa visita los talleres ferroviarios en desuso.
Ahí, la propia historia de Tucumán se refleja y condensa entre las calderas, los restos de rieles y el color óxido. “Cada vez que fotografío espacios con esas características siento que cada detalle de esas grietas, de los ladrillos que aparecen desnudos o de ese revoque que ya no está me revela un mundo interior muy rico en imágenes”, comenta sin ocultar su predilección artística por los lugares echados a menos, como el ingenio Lastenia y los cementerios.
Protesta del caserón
Si bien existen lugares abandonados cuya reputación paranormal o mística los precede, hay -en cambio- otros iconos del urbex tucumano que pueden pasar inadvertidos por completo, hasta que un artista o amante se fija en ellos.
Desde hacía años, Gabriel Lemme sentía fascinación por una antigua casona con revoques de piedra parís y molduras ubicada entre Virgen de la Merced y Mendoza. Hasta que un día, el hechizo que sentía por el inmueble se convirtió en sorpresa ante su inminente destrucción. “Cuando vi que lo estaban demoliendo, aparte de entristecerme, me dieron muchas ganas de entrar y registrar ese momento”, rememora el fotógrafo.
ARTE. El fotógrafo Gabriel Lemme hace de una casona en demolición una postal de protesta. FOTO DE GABRIEL LEMME
Entonces trazó un plan de acción. En compañía de la bailarina de danzas contemporáneas Cynthia Martin se coló en la vivienda para una íntima despedida fotográfica. La recepción fue simple y emotiva a la vez: una alfombra de ladrillos deshechos, agujeros en la pared en los que cabe una persona y el fantasma de puertas y marcos le dieron la bienvenida. “Quería representar el contraste entre la belleza de la danza y de la bailarina con el atractivo en ruinas de esa mansión devorada por la ambición del negocio inmobiliario”, argumenta el estudiante de Arquitectura, consciente de la magia que trazan aquellos espacios de ensueño. Al parecer, de los escombros también aflora el arte.
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