Sandra Rojas tiene 49 años y vive en Tala Pozo, un poblado rural de Burruyacu.
Para llegar a esa zona hay que ingresar por un camino largo, con tierra que se vuelve talco al paso de los vehículos. Al fondo, su casa parece inmune a tanto polvo. Su rutina de cada mañana, empezaba a las seis y lo primero que hacía era barrer y tirar agua. Después preparaba el desayuno y levantaba a su hija para ir a la escuela. Sin embargo, hace siete meses, algunos (o quizá muchos) de esos hábitos tuvieron que cambiar a fuerza de un susto.
Era un día como cualquiera y salió por ese camino rumbo a la ruta en su moto. Una puntada la obligó a detener la marcha y bajarse. Le dolía el corazón. Sintió que se le cerraba el pecho y se notó agitada. Respiró profundo y siguió cuando estuvo mejor. Al día siguiente, otra vez la misma puntada en el pecho. No perdieron tiempo y el lunes de esa semana viajaron a la ciudad, ella, una de sus hijas y su actual pareja.
Los médicos no dudaron en internarla, el cuadro era complicado y tenía que quedarse en observación. Sin saberlo, Sandra había sufrido un infarto de miocardio y cuando el cuerpo habla, hay que oírlo. Hoy, varios meses después Sandra no puede pasar un día sin tomar sus medicamentos. Por indicación médica, debe ser rigurosa y cumplir con el tratamiento, aunque ese cóctel se lleve el 50% de sus ingresos. “Ya no soy la misma, han cambiado mis ganas de hacer cosas. No puedo ni limpiar mi casa”, se lamenta Sandra, que trabajaba haciendo limpieza y mantenimiento para la comuna. Por esa tarea cobra $ 10.000. “Destino la mitad de mi sueldo a los remedios. Esta situación me asusta, porque pienso en mis hijas. Ellas notan que estoy preocupada y la más chica me pregunta si voy a morir”, relata.
La relación entre el malestar económico y la salud puede ser una asociación extendida, pero los especialistas entienden que aunque los argentinos tengamos cierta gimnasia para atravesar diversas crisis, el cuerpo nos pasa factura.
Uno de los problemas frecuentes es el estrés, que ha dejado de ser individual para convertirse en un problema colectivo con características muy marcadas en nuestra sociedad. Atravesar por períodos de incertidumbre o ansiedad nos afecta y repercute de manera directa en la salud integral de las personas.
Distribución del ingreso
El doctor Mateo Martínez, decano de la Facultad de Medicina, identifica con claridad estos aspectos y asegura que nadie está exento de padecer este fenómeno “independientemente de la situación económica”, dice.
“El problema de Argentina es social, no económico. Hay una mala distribución de ingresos que determina que las familias más pobres tengan amenazada su salud alimentaria y una insuficiente atención de la salud. Las familias de clase media se ven amenazadas porque corren riesgo de perder su empleo o deben buscar otro en el peor de los casos. Y aquellos que dirigen la sociedad deberían entender que estos fenómenos biológicos que producen estrés social también los apuntan. Por humanidad y autopreservación deberíamos generar políticas que disminuyan estas amenazas”, reflexiona el profesional.
Los constantes vaivenes de la economía argentina no solo golpean nuestras finanzas diarias, sino también el corazón, el cerebro y hasta nuestras emociones. De acuerdo a investigaciones de la consultora Sociología y Mercado, siete de cada 10 argentinos notan el impacto de la crisis en su salud. Si abrimos el espectro y la visión es más general, esos mismos estudios aseguran que nueve de cada diez argentinos han atravesado en algún momento- en mayor o menor intensidad- los embates económicos y financieros. “Si esto lo pensamos con la aceleración de los últimos meses, podemos decir que la proporción es total en nuestro país. Los efectos de la inestabilidad de la economía repercuten en el bienestar personal sin dudas”, resume Roxana Laks, socióloga y consultora.
Esta semana, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) presentó las mediciones de la pobreza y reveló que en, en el caso del aglomerado urbano del Gran Tucumán-Tafí Viejo cuatro de cada 10 habitantes son pobres. Para no caer en esa situación socioeconómica, una familia tipo (compuesta por dos adultos y dos niños en edad escolar) necesitó alrededor de $ 31.000 y para no ser indigente $ 13.000. Números muy alejados de las posibilidades de muchas familias.
El 35% del gasto de una familia tucumana está destinado a alimentos. Siguiendo con esa escala de prioridades, y teniendo en cuenta la realidad en muchos hogares, el cuidado de nuestra salud, ocupa el último peldaño. Y al dato lo confirma Viviana Crivelli, Magister en Salud Pública y especialista en Pediatría. “La gente se ocupa en primer lugar en dar de comer. Si puedo vestirme mejor, y luego está la salud. Hay una escala de valores de acuerdo a una necesidad extrema”, indica. La especialista estudió además los sistemas de alarma que llevan a un paciente a acudir a la consulta médica ante eventuales llamados de atención y asegura que están por debajo de lo esperado.
“Una mamá, por ejemplo, acude inmediatamente a la guardia ante un problema de su bebé, pero rara vez lo hace cuando ella es la que tiene el malestar. Esto pone trabas para el trabajo en prevención o el tratamiento a tiempo de enfermedades propias de contexto de este tipo”.
Testimonio
Los riesgos de renegar frecuentemente
La incertidumbre y el estrés pueden ser una combinación fatal, y la historia de María Sandra Rojas podría ser la de muchos tucumanos. Después de sufrir un infarto su médico le recomendó dejar de trabajar y evitar situaciones que pongan en riesgo su corazón. De por vida debe medicarse con remedios que se llevan el 50% de su sueldo. “Venía renegando por toda la situación que estoy pasando. Me falta dinero y en lo único que pienso es en cómo llegar. Tengo tres hijas, una de ellas, la más chica, va a la escuela y estoy sola para hacerme cargo de todo. Es una situación que me preocupa y no sé cómo afrontarlo. No doy más”, dice Sandra. Luis Aguinaga, médico cardiólogo, contó que cuando la paciente llegó a la guardia la arteria principal de su corazón estaba obstruida y otras dos, comprometidas. “Aunque con los meses su evolución fue buena, el infarto dejó como secuela una disfunción ventricular y eso le impide hacer ciertos esfuerzos. Hay actividades que ya no puede realizar y hasta limita su capacidad laboral”, detalló.
Desempleo
Una “enfermedad” diferente
La movilidad social ascendente es el concepto por el cual la clase media alguna vez obtuvo un lugar preponderante en el entramado social. Hoy pende de un hilo. Roxana Laks entiende, al igual que muchos especialistas, que la clase media es el sector más afectado por la cuestión económica. El desempleo juega un rol central ya que supone que el nivel de ingresos es lo que determina hoy si se es pobre, indigente o de clase media. “Han cambiado las formas de vida. Se ha reducido el consumo y la estructura familiar ha tenido que cambiar”, indica Laks. Carlos Alonso, cardiólogo y docente de la UNT entiende al desempleo casi como una patología en sí misma y coincide en que la clase media lo sufre en mayor medida. Hay ciertas características que se repiten ante la sensación de perder el empleo. “La consulta tardía es frecuente. Y cuando lo hacen es de manera desesperada porque entienden que su salud es el último bastión que les queda. Enfermarse puede ser invalidante”, dice el médico.
Enseñanzas de una crisis
¿Qué se puede aprender de las debacles?
Según el psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UNT, Alfredo Ygel, la crisis puede dar la chance de abrir nuevos caminos. “El problema es que los argentinos tenemos muy internalizado el modelo de la repetición”, explica. Esto quiere decir que solemos tomar las mismas decisiones una y otra vez en lugar de plantear salidas alternativas. La sociedad vive estas situaciones con cierta ansiedad ante la que no es capaz de reaccionar. A diferencia de la debacle de fines de 2001, hoy hay indignación, bronca y hasta resignación. “La angustia aparece cuando el sujeto percibe que no hay nada más allá. Es la falta de percepción de la posibilidad de un cambio”, reflexiona. Las crisis recurrentes dejan sus enseñanzas. “Si lo pensamos desde esa perspectiva, los argentinos podemos llegar a entender que tanto esta como las anteriores van a tener una salida. En el presente político y social del país, es probable que esa solución la represente alguna de las alternativas políticas”, finaliza.