Frutas y verduras en una tierra de oportunidades y sueños rotos
El movimiento de grandes compradores, de camiones en busca de provisiones para transportar hacia otras latitudes es tan escaso que un eco invisible se apodera de las cuatro naves que comprenden el último gran centro de distribución de frutas y verduras de la Argentina. El Mercofrut es un gigante aún dormido en esta madrugada de miércoles frío y lluvioso que recibe a los dueños de los puestos, a las 5 de la mañana. Las caras de preocupación por las ventas en una tierra eternamente regida por la ley de oferta y demanda lo dicen todo: “hay veces que trabajamos a pérdida. El dólar, aunque el ama de casa no entienda, nos pega y fuerte a nosotros”, reconoce Pedro, uno de los tantos grandes emprendedores de esta Meca recostada sobre la autopista de una ruta 38 flanqueada por barrios altamente peligrosos y en donde la marginalidad es el reflejo de un espejo roto de la sociedad.
Pero así como el miedo puede florecer como un día soleado por esta zona, el Mercofrut, donde los precios son similares a una ganga de venta de garaje, es también una tierra de oportunidades para aquellos que jamás pudieron imaginarse, desde su propio analfabetismo, el camino de la redención. A vivir un poco menos peor.
Está la leyenda urbana de quien se acercaba a la zona todos los días en busca de desechos. Rebuscaba entre tomates podridos buscando algún tesoro que pueda alimentar a su familia. Ese hombre, constante en su objetivo de engañar el hambre de sus hijos, bueno y callado, entró en la consideración de un alma generosa. Pudo dignificar su existencia con trabajo.
Este hombre no sabe ni leer ni escribir, pero entiende de números y dibujos. Así, de tanto ir a la fuente, puede concretar lo que no desea para sus herederos: ser iguales que él. Lucha por un futuro mejor para ellos.
Esto es el Mercofrut, una zona franca de precios accesibles para clientes importantes, verduleros de la provincia y un boleto hacia la oportunidad para quienes jamás tuvieron la chance de educarse ni de insertarse como debería ser en una sociedad tan cercana como lejana, en cuanto al conocimiento de lo que es la vida en la periferia. Esa vida de carencias y sueños truncos.
Pausa. Entretiempo.
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Carlos Medina lleva tres mandatos al frente del Mercofrut y le cuenta a LA GACETA lo mucho que se ha avanzado en temas sensibles. Me cuentan por ahí puesteros de los de antes que tiempo pasado a los deudores se los redimía a las trompadas. Hubo amenazas de plomo también, pero eso era antes. Lo de los puños es hoy un caldo de cultivo retenido por la misma ley del Mercofrut. Puede salir caro.
El que se pasa de la raya es suspendido, comenta Medina. Es suspendido en donde más duele: con la prohibición de no ingresar a trabajar. Y eso se traduce en dinero perdido, en mucho dinero. También se cortó con la bromita de lanzar cohetes dentro del lugar, a cualquier hora. Más de una denuncia se han comido. Eso es pasado, comentan por este gigante que despierta alrededor de las 4.
Los días picantes son lunes, miércoles y viernes. Martes y jueves sirven de descarga y los sábados es la feria, es el día en que no necesariamente hay que comprar por cajón. Se puede comprar por kilo. El domingo, en vez de asado, hay que moverse el doble, suele ser el día de mayor descarga de mercadería. El changador, feliz.
Se le paga por bulto. Un equipo de seis puede llegar a descargar hasta 2.000. Al pago de la descarga se le agrega el pago del día y el desayuno. Vale laburar fuerte el domingo.
Una de las mayores quejas que se escucha de los 350 puesteros -y 100 productores temporarios- dentro de las naves, más allá de las goteras que caen en altura como balas de fusil sniper, es la falta de un banco. Existe una sede de la Caja Popular de Ahorros pero el cuestionamiento es que desde allí no pueden realizarse transferencias a otros bancos, y salir con dinero pesado del predio es toda una lotería. Por los robos, vio. Recuerde, esto es Tucumán, sin embargo la periferia de la Capital es el Lejano Oeste.
“El banco es una materia pendiente de la comisión directiva. Les solicitamos a todos los que tienen sede en Tucumán que se instalen acá. Hasta les ofrecimos el espacio físico, todo lo que necesiten. El problema no es la conveniencia de ubicar una sucursal, su gran problema, argumentan, es el costo operativo de seguridad que tienen. Es alto para ellos”, reconoce Medina.
Medina trabaja segundas y terceras marcas de frutas y verduras. Su mercado juega por las afueras de las cuatro avenidas donde puede no conseguirse material de exportación. Igualmente, el hombre también siente un sopapo al bolsillo. “Lo que pasa es que el ama de casa se cuida bastante. Vive el día a día, ¿entendés? Antes te compraba dos kilos y ahora compra un kilo, medio. Entonces eso repercute en nosotros, porque el verdulero compra menos. Hay un parate y cuida hasta el último centavo”, confiesa el directivo que le agrega otro golpe al bolsillo, pero de la entidad que dirige. “Como administración del Mercofrut, sí sentimos la caída de Emilio Luque, porque es un inquilino que está atrasado en los pagos”.
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La banana hoy es la fruta más peligrosa de las que se venden en el Mercofrut. De un día para el otro, su brillo casi alimonado se transforma en amarillo con pecas negras y chau. No es atractiva al comprador ni al futuro cliente de local. Una caja de bananas cuesta $ 2.500, aproximadamente. Puede empacharse un regimiento con tanta cantidad. En Barrio Norte, el kilo, unas seis, ocho bananas, cuesta $ 100. Es negocio comprar la caja siempre y cuando se venda rápido.
A la banana se la corta verde, sin madurar de la planta. Se la transporta en cámaras cuyos gases van acelerando el proceso de maduración. Unos cinco días puede durar inmaculada sin pecas, la banana. Luego, habrá que bajar el precio. Liquidarla.
Para que el ritmo sea óptimo, independientemente de si se gana o no dinero, lo que se descarga un día debe venderse sí o sí al otro, si no pasa lo que se conoce como remesa. Al siguiente día de la venta llega otro cargamento, entonces se juntan dos. Si no se venden, es probable que al tercero haya que rematar, repasar la frutar y hasta tirarla. La rueda no debe parar de girar.
Hubo tiempos en que el valor de la fruta o verdura fue tan bajo que era preferible dejarla pudrir en su propia planta. “No daban los números”, cuenta un colega cercano al “Rey de la Papa”, en este miércoles lluvioso un rey de nombre pero no de producto. Los camiones no han podido entrar a los campos donde la cosechan. Su reino está desierto.
Un zapallo brasileño cuesta $40.
Un cajón de naranja criolla, $200
Un cajón de Pomelo (30), $300
Un cajón de tomate, $200.
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Así como te cuento de las cuantiosas oportunidades al bolsillo y laborales, escuché muchos sueños truncos. Pero lo mejor es relatar los que parecían imposibles pero fueron posibles. Son el ejemplo.
Juan Abel Rojas tiene 23 años, es changador, se levanta todos los días de su vida a las 4.30 de la mañana, porque vive cerca del predio, y trabaja hasta entrado el mediodía.
Lo llamativo de Juan Abel Rojas no es solo su amabilidad y respeto hacia la gente, lo llamativo de este chico querido por todos es que su nombre está vinculado a la esperanza y al éxito deportivo
Juan Abel Rojas fue medalla de bronce en el último mundial de Taekwondo ITF en Bulgaria (cinta negra hasta 71 kilos).
¿Cómo hizo un changador, hijo de un padre changador, hijo de una madre que hace limpieza de oficinas y hermano de otros siete hermanos para llegar a Europa? Tuvo la suerte y la desgracia de que alguien le prestara dólares sin cobrarle interés.
Juan Abel Rojas fue por derecha, a tocar la puerta “de la Municipalidad, de la Casa de Gobierno, de la Legislatura. A todos esos lugares fui con una carpeta de presentación mía para solicitar si podían ayudarme de alguna manera a viajar. Somos una familia trabajadora pero sin recursos”.
Es todos “esos lugares” le dijeron que no. “No hay plata para deportes, no hay plata para esos gastos, me decían”, a Rojas se le brillan los ojos de impotencia. Entre bingos, rifas, locreadas y ayudas a la gorra reunió 1.800 verdes. Los 2.200 restantes se los prestó una persona que ahora le está pidiendo el pago de la primera cuota. “Trabajo para eso”.
Rojas viajó con la selección argentina a Plovdiv con 50 euros. “Era lo que me quedó. Mis compañeros me compraron los protectores, el dobok. Debo un montón de favores, de dinero, pero la medalla lo vale”, reconoce Juan, que puso a consideración del mundo una nueva rifa de $100 para ver si llega hasta fin de año a cancelar la deuda. El primer premio es un colchón. El sorteo es a fin de año.
Tiene por delante un torneo internacional en Chile, Juan. Lo ve difícil, no tiene cómo. De hecho, el vuelo Ezeiza-Tucumán no lo tenía cubierto. Uno de los coachs tucumanos se lo regaló.
Juan es sinónimo de que cuando se quiere, se puede. Trabaja, almuerza, toma clases con su profesor, Javier Barbosa, y luego va hasta una escuela donde cursa el profesorado de educación física. Su otro sueño es enseñar.
“Siempre quise aprender para enseñar. Mi sueño era poder ir a la UNT, pero por los tiempos, por mi vida, es imposible. Es trabajar o no comer”, lo reconoce el nacido en el barrio El Salvador. “El taekwondo me enseñó principios, que es lo que está bien y mal. Eso me ayudó a nunca ir por donde no se debe”.
En su camino al bronce mundialista bajó a un hondureño, a un rival de Kazajstán, a un inglés y perdió en semifinales con un griego. “Por uno o dos puntos”, lamenta.
¿Si está cansado de esta vida esquiva? “sí, a veces, sí, pero es lo que me toca y no por eso voy a dejar de luchar por mis sueños”.
Todo lo demás, a su criterio, gente...