Pagó sus estudios universitarios con dinero que conseguía mediante estafas informáticas
Era apenas un niño de siete años cuando en un laboratorio de colegio vio por primera vez una computadora. Quedó fascinado. A partir de ese día no se detuvo hasta conocer los más profundos secretos de sus mecanismos ocultos para el común de los usuarios. No sabía entonces que hacia el final de su adolescencia y comienzo de su juventud, utilizaría esos conocimientos para obtener dinero de manera ilegal convirtiéndose en un cracker, mas conocido como “pirata informático”.
Para ocultar su identidad utlizamos la inicial “Z.” al referirnos al entrevistado. Todo comenzó cuando conoció los cracks, dispositivos para “romper” las licencias de los programas y poder utilizarlos gratuitamente. A partir de allí decidió meterse en foros especializados y apredió las técnicas básicas de hackeo.
“Empecé usando herramientas hechas por otros, con la particularidad de que yo sabía cómo funcionaban internamente”, asegura Z. “En esa época lo hacía solo por diversión, para demostrar que podía, como si fuese un desafío. Muchos años después comencé a hacerlo por plata”, revela.
Una de esas “herramientas”, por ejemplo, es la técnica llamada phishing, que permite recrear una página web, por ejemplo, Facebook y quien cae en el engaño cree que se está logueando mientras lo que en realidad está haciendo es entregarle sus datos a un desconocido.
“Un hacker no es alguien malo, como lo pintan a veces en los noticieros; es alguien apasionado por la investigación de las computadoras y las mejoras de sus sistemas de seguridad. El problema es cuando se pasa al lado oscuro y se convierte en un pirata informático: yo me convertí en eso”, confiesa.
Z. comenzó a realizar extorsiones de diferentes tipos. Se infiltraba en sistemas para encriptar archivos, bases de datos e información relevante para personas y empresas y luego pedía un rescate para restablecer el acceso. Pero sobre todo, se dedicaba al tráfico de datos.
“Conseguía datos de cuentas bancarias y tarjetas de crédito, pero en vez de usarlas prefería venderlas en el mercado negro de internet o en la dark web para cuidar mi anonimato y no dejar ‘migas de pan’”, cuenta Z. Según el joven, utilizaba el dinero que obtenía para cubrir los gastos de su carrera universitaria: abonos de colectivo, fotocopias y profesores particulares. “Lo máximo que llegué a ganar por un ‘ataque’ fueron $ 15.000”, aclara.
El joven relata que en esos años tenía episodios de paranoia y la sensación de estar siendo perseguido. Dimensionaba la ilegalidad de sus acciones cuando veía en los noticieros que la Policía Federal atrapaba a algún otro cracker. “Fueron años de mucho estrés porque tuve que desarrollar dos caras. En mi familia ni siquiera sospechaban de mis conocimientos sobre computación; creían que lo único que sabía hacer era jugar a los videojuegos”, dice. Actualmente Z. asegura haber abandonado ese “lado oscuro”. Ahora se dedica al rubro de la seguridad informática detectando vulnerabilidades en los sistemas de distintas empresas. “Hoy quiero demostrar mis conocimientos pero usados para algo bueno”, dice el ex cracker, quien subraya que hoy está enfocado en su carrera.