De los dos, uno sabe que seguirá cuatro años más, mientras que el otro intuye que su reelección es un sueño imposible y que puede irse portando un aura de fracaso. Después del 27 de octubre puede que ambos no se necesiten más, ni para relacionarse institucionalmente ni para seguir peleándose políticamente. Ni siquiera para ponerle el punto final a una relación de cuatro años que los enfrentó más de una vez. Manzur y Macri transitarán las próximas siete semanas previas a los comicios con responsabilidades ejecutivas, pero con diferentes necesidades político-electorales de gestión. Uno con menos presiones y urgencias que el otro, aunque ninguno puede equivocarse en el hacer y en el decir.
El primero, al haber asegurado su reelección en junio, debe orientar toda su acción de Gobierno a repetir y a mejorar los resultados de las primarias de agosto en favor del Frente de Todos. El segundo está obligado a responder a la exigencia ciudadana de mejor calidad de vida, sin errar en la elección de los instrumentos -para no profundizar la crisis-; y a la vez debe tratar de que esas medidas le permitan incrementar notablemente el caudal electoral para aspirar al balotaje. Uno casi no debe correr riesgos; y el otro debe correrlos todos. En los papeles, el tucumano la tiene más fácil que el líder del PRO.
Sin embargo, más allá de la tranquilidad de haber garantizado un segundo mandato, los gestos y dichos de la dupla Manzur-Jaldo revelan que han apostado a explotar las diferentes situaciones que atraviesan ambas gestiones, la provincial y la nacional, para capitalizarlas política y electoralmente. En cada paso se preocupan porque quede claro que no son lo mismo que el macrismo y que han actuado de distinta manera frente a la demanda social.
Por ejemplo, al afirmar que la Provincia no emitirá cuasimonedas, intentan despejar la incertidumbre sobre su capacidad de pago y mostrar que no se finaliza la gestión dañada colateralmente por las complicaciones económicas de la Nación. También les sirve para exponer que el Gobierno tucumano no carga con las dificultades de aquellas provincias que han apostado al endeudamiento en dólares, en sintonía con el poder central. Una diferencia que al gobernador le interesa que aparezca destacada en el concierto nacional a la hora de las comparaciones y de las evaluaciones de las gestiones. Puntualmente, en el cotejo de las administraciones peronistas.
En medio de esta realidad, no faltó la voz en el oficialismo que deslizara que, al inicio de la gestión nacional, hubo cantos de sirena de parte de algunos funcionarios macristas que acercaron propuestas para encarar obras públicas con créditos en moneda estadounidense, y hasta carpetas con sugerencias de nombres de las empresas que podrían realizar los trabajos. Aseguran que aquí se taparon los oídos. Debe demostrarse, pero de ser así, entonces cabe entender que la maña de aprovecharse del Estado nacional se conserva en el tiempo más allá del color político del gobierno de turno.
El Poder Ejecutivo, aún sintiendo los cimbronazos de la devaluación y de la inflación, quiere mostrarse previsible en cuanto al manejo de los recursos, como para demostrar -por ejemplo- que la cláusula gatillo de los estatales no lo asfixiará ni lo pondrá en una situación límite justo cuando hay una votación en puerta. Toda elección canaliza los temores y las broncas ciudadanas, que avalan o repudian al que gobierna. Vaya si lo sufrió Macri el 11 de agosto. El PE apuntará a evitar que deslices propios, o salpicaduras por los errores ajenos, afecten el tranquilizador resultado que obtuvo en los comicios de agosto. En ese marco es que sostiene que cumplirá con el compromiso salarial asumido con los gremios. Afirmarlo, además de tratar de calmar al sindicalismo, implica diferenciarse de las dificultades que atosigan al poder central.
Expone así, interesadamente, que el fin de ambos mandatos no son similares, que por lo menos uno hizo bien los deberes. El objetivo de la diferenciación es electoral: que las urnas digan lo mismo que en las PASO, y obtener un contundente respaldo a los Fernández. En esa línea deben interpretarse algunas acciones durante la semana que pasó y que están directamente relacionadas con el retorno a la arena política del vicegobernador. Pareció decir nada de olas que embarren la situación política y que puedan alterar mínimamente la votación. Nada de distracciones ajenas a los comicios: sólo concentración en la gestión que está a 51 días de finalizar. Todo ello, fundamentalmente, para no poner en riesgo la victoria del peronismo. Así cerró la puerta a la polémica por el bono de $ 5.000 que el legislador Brodersen pretendía dar por votar a Macri, luego de que el parlamentario se retractara. No era cuestión de avivar tamaña polémica sobre el clientelismo frente a la proximidad de una nueva votación.
Jaldo, además, movió los hilos para que se promulgase la norma que crea un centro judicial en Banda del Río Salí: una forma de responder al acompañamiento político de los pobladores de la sección electoral que le dio el 70% de adhesiones al Gobierno en los comicios del 9 de junio. Un mimo institucional. Avanzó con una ley para que los dealers queden bajo la órbita de la Justicia provincial, y reunió a los legisladores peronistas para instarlos a un último esfuerzo en pos del triunfo del Frente de Todos.
El tranqueño actúa como jefe de campaña y a la vez como un vicegobernador en ejercicio del Poder Ejecutivo, una fórmula protocolar con visos de práctica institucional a futuro; que posiblemente cobre más fuerza si Alberto Fernández se impone en octubre, superando el 45% de adhesiones. En esa dirección, el gobernador también hizo lo suyo para que ninguna polémica perturbe los próximos días: negó, por ejemplo, un destino nacional en su futuro. El manual aconseja negar todo, para evitar tanto las críticas apresuradas como el desgaste prematuro.
Ahora bien, si Alberto gana el domingo 27, lo hará a 48 horas de que Manzur deba jurar nuevamente como gobernador. La proximidad de los sucesos permite ensayar elucubraciones. No es descabellado pensar que al titular del PE se le pueda cruzar por la cabeza la idea de invitar al Presidente electo -si consigue el voto mayoritario de la ciudadanía, vale reiterarlo- para que participe de su acto de asunción como protagonista central. Una postal que sacudiría al justicialismo a nivel nacional.
Si se observan los últimos gestos entre ellos, tal posibilidad no parece insólita. Manzur fue uno de los primeros dirigentes que se jugó y que salió a respaldar públicamente la fórmula Fernández-Fernández cuando se la conoció, allá por mayo. No dudó. Se movió abiertamente en favor de Alberto, gestionando y obteniendo exitosamente el respaldo mayoritario de los gobernadores peronistas hacia su candidatura. Se convirtió en el principal operador del peronismo albertista, una línea con sesgo federal no cristinista. Recuérdese que Fernández dijo que gestionará con los gobernadores si resulta electo y que calificó de “baluarte” al tucumano en un encuentro mantenido en La Rioja. El mandatario, además, le organizó una reunión con empresarios en un hotel del parque 9 de Julio. Armó un encuentro con los popes de la CGT nacional, con Alberto Daer a la cabeza, con gobernadores y diputados nacionales de la región en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno donde todos avalaran al ex jefe de Gabinete. Por todo lo que hace para construir el “albertismo” como una expresión del peronismo nacional, a Manzur se lo mencionó como un posible integrante del futuro gabinete nacional. ¡Cómo no pensar, entonces, que Manzur quiera invitarlo a su asunción si Fernández se impone finalmente sobre Macri! Si hasta cae de madura la alternativa, sin la necesidad de ser ingenioso. Sigue una pregunta de cajón: ¿le dará Alberto, su amigo, los atributos del mando el 29 de octubre?
Manzur anhela repetir y mejorar el resultado de las PASO en Tucumán para consolidar su instalación en la mesa chica de las decisiones del peronismo a nivel nacional. La presencia de Alberto Fernández coronaría sus aspiraciones políticas como un referente regional del PJ; y el propio Alberto obtendría un baño de peronismo triunfante y exultante en Tucumán, la provincia donde Perón proclamó la independencia económica en 1947. Todo cierra. Ocasión inmejorable. Incluso hasta para que venga Cristina Fernández con su libro bajo el brazo. Unidad total, hasta con los chicos de La Cámpora. Claro, sólo debe ocurrir un “pequeño” gran detalle: que el Frente de Todos se imponga el 27 de octubre.