“Encontramos dos especies de polillas cuyas larvas comen, como si nada, silobolsas, el plástico que usan los que crían abejas para cubrir las colmenas cuando hace frío -explicó desde su atril Carolina Monmany en la plaza Independencia-, y empezamos a investigar cómo hacían para comer y digerir plástico, porque eso no es alimento para ninguna especie”. “Entones -agregó, ante la mirada incrédula de sus oyentes-, les preparamos un menú variado: bolsas de súper, silobolsas, paquetes de fideos y telgopor. ¿Saben qué les gusta más? Las bolsas del súper”.
Ella y su equipo trabajan en el Instituto de Ecología Regional (IER), que depende del Conicet y de la UNT, y descubrieron que las orugas tienen dentro de su tracto digestivo y sobre el cuerpo una bacteria, y que es esta la que les permite degradar el plástico. “Las orugas no sólo no mueren, sino que llegan a adultas comiendo sólo plástico, y algunas de ellas llegaron a poner huevos, es decir que la energía que les da el plástico les permite reproducirse”, contó la científica. Ahora el grupo busca poner a prueba las bacterias en productos con los que puedan tratar basurales en los que predomina el plástico y así ayudar a combatir la contaminación.
Este fue uno de los 12 proyectos de investigación que se presentaron en la plaza Independencia, que ayer funcionó como el ágora de Atenas, en el siglo V antes de Cristo: fue lugar de encuentro ciudadano, de debate, de conocimiento.
Con una ventaja a nuestro favor: a diferencia de lo que ocurría en Atenas, las mujeres pudieron participar. Es más, las investigadoras fueron organizadoras y protagonistas (además de la oruga, claro). Y le dieron a Tucumán el honor de ser la primera sede del evento en castellano.
En el principio...
La idea original fue dos biólogas inglesas (Beirian Sumner y Nathalie Pettorelli), que decidieron sacar la ciencia de laboratorios y gabinetes, y llevarla a la calle. Se inspiraron en una tradición londinense que data de 1855: la gente por motivos diferentes quería hacerse oír (todo comenzó con una protesta) se paraba sobre los cajones de madera en los que se envasaba el jabón (en inglés, soapbox) y pronunciaba su discurso. Por eso el evento que crearon y difundieron recibió el nombre de Soapbox Cience.
Tucumán, pionera
Debemos a la bióloga María Piquer-Rodríguez (andaluza, con doctorado holandés, hogar en Berlín y un tiempo en Australia) la posibilidad de ayer: tiene beca para estudiar en Tucumán, y propuso a sus colegas replicar aquí la experiencia que ella vivió en Berlín.
“Fue grandioso, y también mucho trabajo. Entre otras cosas, había que traducirlo todo”, cuenta a la sombra de un naranjo abrazando a una de sus hijas (la otra daba vueltas por la plaza), y no es un dato menor: “es más, es una de las claves -aseguró Silvia Lomáscolo, mientras chequeaba lo que pasaba en cada grupo de personas que se detenía a escuchar a alguna de las 12 científicas-. Se avanzó en nuestra inclusión, pero no hemos dejado de ser responsables de la mayor parte de los roles de cuidado”.
Las cifras en Argentina son mejores que en otras partes, pero siguen siendo elocuentes: “alrededor de un 60% de las becas son de mujeres; pero cuando se miran los cargos más altos, nosotras nos reducimos al 25%. Por eso la idea es mostrar la presencia y la importancia de la mujer en la ciencia, romper estereotipos y poner en evidencia la desigualdad de género también en este ámbito”, destacó Lomáscolo.
Al mismo tiempo, no dejó de mirar a su alrededor, y de sonreír por lo que veía: en grupos de tres, cada una sobre su tarima, las “chicas” contaban durante 10 minutos lo que van descubriendo y describiendo en Tucumán, desde las alarmantes cifras de sobrepeso entre los chicos hasta nuestra oruga, pasando los saberes campesinos; la relación entre ríos, insectos y cambio climático, o la ubicación de la pobreza infantil, entre otros temas. Durante tres horas, la plaza fue un ágora contemporánea, contenedora y femenina.
Silvana Soliz (23), que acaba de recibirse de bioquímica, escuchó con mucha con atención los datos sobre obesidad y sobrepeso infantil. “Mi sueño es dedicarme a la investigación en ciencia y salud -cuenta-. Y esta muestra es buenísima; permite ampliar mucho el horizonte que nos da la facultad”, destaca.
Unos metros más allá, Alejandra López Ávila (10) miraba fascinada el recipiente en que las orugas se movían entre pedacitos de bolsas de súper: no podía creer que coman eso. Cuenta que está en 5° grado y que la maestra les avisó que se hacía la muestra. “Y como Ciencias Naturales es una de las materias que más me gusta, mi mamá me trajo”, agregó con una sonrisa tímida. Joaquín Aráoz (9), en cambio, nada tiene de tímido: le contaron en el “cole” de las islas de contaminación que está formando el plástico, y está feliz de pensar que las orugas pueden ayudar a combatirla.
De todos y para todos
Pensar el mundo que vivimos y sus problemas ocupa a los científicos. Muchos de ellos buscan soluciones. Por eso los financia el Estado. Y por eso en un momento se escucha decir: “esto que investigamos lo pagan ustedes con sus impuestos, así que gracias, gente. Muchísimas gracias”.