Noche de Caridad, el amigo desconocido que te escucha cuando más lo necesitás
Dulce es menudita, tiene un rostro que le hace honor a su nombre y su timbre de voz es más bien suave. Así como a Dulce le quema la cabeza esto de vivir a los saltos, porque un día el peso vale tanto y al otro se deprecia -“porque eso en México no pasa”-, sus neuronas calientitas como taco de barbacoa ranchera, se van llenas de ideas para continuar con una misión que llevó adelante acá gracias a una compañera de curso de intercambio de ciencias económicas: fue parte del staf de la Noche de la Caridad, en síntesis, un grupo de chicos que navega la medianoche de los viernes visitando las guardias de los hospitales públicos. Estos ángeles te invitan café, sopa, tortillas y facturas, todas excusas. El fin no es otro que poder entablar una charla y escuchar.
El Profesor, el veterano del grupete, es quien regala una arenga motivacional a la tripulación antes de salir de la Casa Apostólica de los Frailes Domínicos, la base de operaciones donde se hace el café y se preparan las delicias donadas por Panificación el Sol. El Profesor tiene un estilo sui generis, pelo largo, barba de días, ropa medio suelta y poco prolija, y un aire medio revulsivo. “Ninguno de nosotros es más que ellos. Es un hermano que está pasando una situación distinta”, todo el mundo escucha atentamente.
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La cita en la Casa Apostólica es a las 22 del jueves. Los que llegan al refugio pastoral son chicos y chicas que alguna vez hicieron un retiro espiritual o se enteraron por un conocido de esta movida solidaria. Noche de Caridad nació a partir un encuentro de fin de semana entre chicos matriculados en una universidad privada y chicos sin techo. “Fue un fin de semana increíble. Todos fuimos y seremos iguales”, asegura Pablo Jiménez, reconocido en la redes por haber tenido el maravilloso gesto, junto a su esposa Nadia Kladko -la heroína de Termas de Río Hondo-, de donar el “chanchito” de su fiesta de casamiento para comprar insumos para Noche de Caridad.
Estos chicos ponen todas las semanas dinero de su bolsillo para mantener vivo el espíritu de hablar con el prójimo. Aseguran no estar dispuestos a recibir ayuda de políticos, salvo que sea de manera anónima. “No queremos quedar pegados con nadie por una foto. Lo que hacemos nosotros es de corazón, no buscamos ser propaganda de nadie”, aclara Jiménez, el nexo entre LA GACETA y quienes saldrán a recorrer los hospitales Avellaneda, Centro de Salud y Padilla.
Por noche se preparan 24 litros de café, con la vaquita de la semana.
Con el dinero de Pablo y Nadia pudieron comprar miles de vasos térmicos. “Son los más caros y los usamos mucho”.
Ave María…
Gloria al Padre…
A la cancha.
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Antes de llegar a la guardia de pediatría del Avellaneda pasamos por el Capo, una pizzería familiar que además ofrece un menú de mediodía -al paso- por $ 90, una ganga. Maxi, el dueño, hace la sopa, cuatro litros de una poción preparada con verduras, pollo y todo lo necesario para sumar calorías. El brebaje es una locura.
En las afueras del Avellaneda, con el muro de La Bombonera de Villa Urquiza de fondo como testigo silencioso, el equipo hace un círculo y recita una última palabra de aliento.
Las aguas se dividen en dos grupos. Decido quedarme con Maxi y con las chicas en la guardia de pediatría.
La gente, al principio, no quiere saber nada. Es desconfiada, por eso no sorprende cuantas veces se escuchará el famoso “es gratis”. Ahí cambia la cosa.
Una señora está muy afligida por su nieto. Nos cuenta que cree que se empachó, porque comió mucho yogur y banana. Vomitó varias veces. Amable, la señora y dos de sus hijas aceptan un cafecito y una porción de rosca alucinante.
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Puertas adentro de la guardia nos encontramos con una de esas personas que debería llevar la bandera de la alegría. Su nombre es Cristian Romano, tiene 41 años, está casado con tres hijos y nos confiesa que el fútbol era lo suyo, pero que a la hora de elegir entre Belgrano de Córdoba y la enfermería, no lo dudó: “tenía claro que el fútbol iba a ser hasta cierto tiempo, en cambio esto es para toda la vida”, lo distintivo de este polifuncional defensivo, que se banca jugar de 2, 3 o 4, es su atuendo. No es el típico enfermero de guardia. Su uniforme es un disfraz de Gokú, el héroe del dibujo animado Dragon Ball Z.
“Es una manera de sacarle una sonrisa a los chicos. Les cuento que en la época de (los canales) 8 y 10 yo corría 20 cuadras para llegar a tiempo a casa ver Mazinger Z y Robetech, después de la escuela. Ahora todo es más fácil”, se ríe el hombre con 14 años de servicio a cuestas y con varias espinas clavadas.
“Los primeros años fueron difíciles, uno jamás se acostumbra a la desgracia. Una de las primeras urgencias fue la de un chiquito que salía de la escuela y lo chocó una camioneta. Falleció en posición fetal. Tenía 6 años”, comenta aún dolido Cristian y confiesa que después de un momento así, cuando llega a casa no abraza a Joaquín (14), Felipe (10) y Guadalupe (5), sino que los aprecia a la distancia. “A veces tengo miedo de contagiarlos con lo que se ve acá”.
A Cristian tampoco se le irá del corazón el amor que sintió y siente por Schwarzenegger, un bebito que ingresó con dos meses de vida con el 80% de quemaduras internas y externas. “Era un chiquito de San Ramón que el padre, supuestamente, le había prendido fuego. Estuvo internado mucho tiempo. Le dieron el alta con más de un año. Lo había bautizado Schwarzenegger porque era piel y hueso y se fue gordito. Yo llegaba al hospital y él me abrazaba… después falleció. Fue un tiempo en que anduve loco, lloraba a escondidas…”.
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La guardia del Centro de Salud, por Santa Fe, arde. El Zenón Santillán fue una especie de refugio para los sin techo durante años. Sin embargo, hace poco un trapito llegó "muy drogado" y quiso apuñalar a un guardia. A partir del percance, el hospital se mantiene con llave y solo tienen vía libre Doña Dora, Don Pocho y Doña Rosa. Los tres están separados, cada uno en un sector. A los tres, los chicos de la Noche de Caridad los visitan ofreciéndoles algo de tomar.
Si estuvieran dormidos, directamente le dejan algo de comida, pero no los despertarían. “Sería injusto molestar a alguien por una taza de café. Con lo difícil que debe ser para ellos conciliar el sueño”, argumenta Pablo.
Los tres autos están en fila para emigrar hacia el Padilla.
La noche ha sido bastante movida y las raciones se agotan. Es posible que no lleguen al Hospital de Niños.
Todavía en la acera del Centro de Salud, Al abrir la puerta del auto un desconocido se acerca. Saluda amablemente y pide dos favores, un mensaje de texto y una llamada. Su mano izquierda está vendada en parte. La sangre le fluye.
Pide si alguien puede comunicarse con su hermana. Tiene anotado el teléfono en un papel de pasta base. “Díganle que estoy drogado, que me venga a buscar”.
“Chango, podés salir de estar”, le dice uno de los chicos y le deja una tarjeta donde pueden ayudarlo.
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Alexis tiene 22, es sereno y vendedor de un quiosco improvisado que está recostado sobre un de las paredes de acceso a la guardia del Padilla. Trabaja día por medio en turnos de 12 horas. Siempre de noche, de 22 a 10. Si está ahí es porque no consigue trabajo en ningún lado. “Está muy difícil para todos. Me encantaría poder trabajar de otra cosa, pero bueno, es lo que tengo ahora y lo necesito”, le explica a este diario quien también juega para Central Córdoba los torneos B de la Liga.
De posición defensor central, cada partido para Alexis es casi como una guerra. Si gana, cobrará un bono de $ 500. Si pierde, volverá a casa abatido sin una moneda.
Lo que descubro de Alexis entrada la charla es que trabaja en el lugar menos indicado. Su espalda reposa sobre la base de un lugar donde la muerte acostumbra a hacer piedra cada dos por tres. “Pero yo estoy bien, qué se yo. La voy llevando”, en esa respuesta hay un trasfondo que surge del único dolor que jamás podrá sanar.
Tuvo días tan oscuros que pensó que lo mejor hubiera sido irse con él.
“Dimos a luz a Benicio el 2 de mayo, pero murió el 5 de junio pasado. Nació con un problema intestinal y una arterita del corazón abierta. Ya lo habían operado del intestino y se recuperaba bien. Y lo de la arterita era, digamos, o se cerraba sola o había que operar…”.
A Benicio le entró una bacteria en la Sangre.
“No la pudo combatir y murió. Mi mujer, Camila, está fuerte; se la ve más fuerte que yo. A mí me levantó ella porque yo andaba requebrado y no en el sentido de que querer drogarme, sino que estaba quebrado sentimentalmente. Fue nuestro primer hijo”, no hay nada qué decir, solo escuchar en silencio y acompañar a Alexis en el grato recuerdo que tiene de Benicio.
- Gracias por compartir tu historia.
- No, gracias a vos por escuchar.