Más de 70.000 fuegos llevan consumidos más de 6.000 kilómetros cuadrados en la Amazonia, un territorio que ocupa 5,5 millones de kilómetros cuadrados -siete millones si se cuenta las regiones adyacentes de las Guayanas y el Gran Chaco, que también poseen selvas tropicales- y que comprende la selva de la cuenca del río Amazonas. Su superficie se reparte entre nueve países: Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guyana, Guayana francesa (territorio de ultramar de Francia) y Surinam.
El 60% del bosque amazónico está dentro de las fronteras brasileñas, y allí se están desarrollando los peores incendios. No son los únicos: el fuego también arrasa con zonas de Bolivia y de Perú, aunque la mirada del mundo está puesta en Brasil, las declaraciones de su presidente y su política de debilitar controles para la preservación de reservas ambientales e indígenas, en favor de la explotación para cultivo, ganadería, minería o la industria maderera.
La deforestación en la Amazonia, sin embargo, es un problema que debe abordarse con una mirada de largo plazo, y no sólo en función de la emergencia y la difusión que ha tomado el tema de los incendios, dice Ricardo Grau, director del Instituto de Ecología Regional (IER), con un equipo de investigación que depende del Conicet y de la Universidad Nacional de Tucumán. El IER está estudiando desde hace años la dinamica ecológica en relacion a cambios de uso del territorio y clima, en la región, incluido el Chaco y el NOA.
Estos incendios tienen una serie de componentes necesarias para que se produzcan: necesitan combustible, material seco (no ocurren en estación húmeda en material que no esté seco) y tiene que haber una fuente de ignición, que puede ser voluntaria o accidental. En este caso, dice Grau, se inician de manera voluntaria, con la quema de pastizales, para transformar el bosque en tierra para cultivo. Bajo ciertas condiciones, el fuego se expanden hacia zonas no previstas, ayudado por el viento y la sequía.
“En la Amazonia, la deforestación fue muy alta desde principios de siglo -explica el científico-. No se habían instrumentado políticas de protección y, hasta 2008, en concidencia con el ‘boom de las commodities’ se amplió la superficie de cultivo”. En 2008, con la crisis del precio de la soja, también se hace más lenta la ampliación de la frontera de deforestación. En los años 2016, 2017 y 2018 se redujo, y ahora volvió a subir, según información de la NASA, la agencia espacial estadounidense, que produce los datos más completos.
Grau insiste en la necesidad de tener una mirada más compleja y completa para evaluar la deforestación, porque el fenómeno se repite en otros países, como Bolivia, pero no tiene la misma visibilidad. “Es valioso que se discutan estos temas, pero no sólo por la emergencia o porque el humo llegó a San Pablo, sino que hay que ver el fenómeno a largo plazo”, afirma.