Claro que había desencuentros, pero los ex convencionales constituyentes tucumanos Rafael Bulacio (80 años), Julio Díaz Lozano (70), Antonio Guerrero (72) y Luis Iriarte (77) recuerdan la reforma constitucional de 1994 como una experiencia de concordia, más allá de que entre ellos prevalece la pena por no haber podido dotar a la Argentina de mejores anticuerpos institucionales contra la corrupción. Un cuarto de siglo más tarde dan testimonio de ese entendimiento: se ríen y comparten anécdotas con sabor a nostalgia pese a que pertenecían a partidos rivales. Díaz Lozano y Guerrero fueron a Santa Fe por el peronismo mientras que Bulacio e Iriarte ganaron sus sillas con Fuerza Republicana. El tiempo borró las divergencias y, con matices, coinciden en que ese debate brinda el ejemplo de convivencia política que el país reclama hoy. El corolario viene a cuento porque este 22 de agosto se cumplen 25 años de vigencia de la Constitución que elaboraron aquellos convencionales.
Claro que había luchas de poder. Peronistas y radicales conformaban una mayoría equivalente al 70% de la Convención, número que les permitió imponer la agenda del Pacto de Olivos que habían cerrado los ex presidentes Carlos Menem y Raúl Alfonsín, y que desembocó en la enmienda constitucional de 1994. Ni Bulacio ni Iriarte tienen, sin embargo, la sensación de que fueron “arrasados” por la mayoría. “Discutimos muchísimos, pero al final tuvimos que votar el Núcleo de Coincidencias Básicas a libro cerrado. Era imposible abrir el Pacto de Olivos”, precisó Bulacio ayer en una reunión en LA GACETA. Iriarte consideró que hubo convencionales de primera y de segunda, y que, aún así, nadie quedó excluido. Los corsés y las disidencias no impidieron que el texto final de la Carta Magna fuese aprobado por unanimidad. Muy ocurrente, el ex intendente bussista citó la opinión de un demócrata mendocino que se volvió a casa con la sensación de que la aventura reformadora “no había salido tan mal”.
Claro que no fue sencilla la cohabitación en el Paraninfo universitario que albergó a “la flor y nata” de la dirigencia de la época. Una fotografía aportada por Díaz Lozano e incluida en esta edición presenta un “pedacito” de lo que fue esa asamblea de estrellas que congregó a presidentes, gobernadores, ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, diputados, senadores, etcétera. Pasaron por allí la mayoría de los protagonistas de la cosa pública argentina de los últimos 25 años. La representación tucumana lo dice todo: además de los mencionados, obtuvieron la condición de constituyentes los ex gobernadores Ramón Bautista Ortega, Antonio Bussi y Julio Miranda; la primera dama Evangelina Salazar (al final no participó en las reuniones); el jurista Fernando J. López de Zavalía; el radical Carlos Courel y la ex senadora María Angélica Pitte de Landa. “Hubo un pluralismo auténtico porque todas las corrientes ideológicas estuvieron allí. Fue un acontecimiento de la máxima importancia y nada me dio más satisfacción que participar en él”, reflexionó Guerrero.
“Los corruptos pueden volver”
Claro que hay desencantos con lo que pasó con ese proyecto nacional diseñado por la élite política que todavía influye en el destino de la patria. Díaz Lozano dijo que durante estos 25 años aparecieron temas que la Constitución no supo morigerar como la corrupción. “Es un fenómeno que creció hasta naturalizarse en Tucumán y en el país. La Constitución no pudo contener la corrupción que nos golpeó estos 25 años. Es un problema antiguo, que ahora está agravado por cómo se extendió y amenaza nuestra vida republicana”, agregó el ex vicegobernador. Iriarte llevó aquella idea más lejos: “logramos terminar con el flagelo de los golpes de Estado, pero no con el flagelo de la corrupción. Fue lo primero que discutimos y de allí surgió una armadura de disposiciones que hacen normativamente imposible volver a interrumpir un gobierno democrático. Sin embargo y pese a que consideramos que la corrupción era otra forma de atacar la democracia, no logramos plasmar una batería de medidas equivalente. Es más, se dejó de lado el dictamen que había establecido la inhabilitación perpetua para los corruptos. Con dolor digo que la Convención del 94 clausuró los golpes de Estado, pero no la corrupción. Los golpistas nunca más, los corruptos pueden volver”.
Claro que hubo y hay desigualdades. Los ex convencionales dijeron que los aportes positivos de la Constitución no alcanzaron a revertir las asimetrías históricas (ver “Aciertos...” y “Aspectos cuestionables...”). Guerrero y Bulacio evocaron la disputa eterna entre “unitarios y federales”. “Las divisiones de hoy han existido siempre, sólo que con otro nombre y manifestación. La grieta viene desde el comienzo del país”, afirmó el peronista. “Los ánimos están exasperados. La gente vive una realidad dura y rígida, y las separaciones son más intensas. Cuando nosotros hacíamos política no nos insultaban. A mí nunca me molestaron pese a que pertenecí a Fuerza Republicana, un partido objetado por su origen”, lamentó Bulacio. Iriarte añadió que la sociedad quedó herida por la impunidad de los grupos subversivos y la condena del terrorismo de Estado. “Los dos merecían ser castigados. Del mismo modo existe una indignación social enorme por la falta de sanción de la corrupción. Son grietas abiertas en el alma de los ciudadanos”, opinó. Díaz Lozano dijo que definitivamente la Argentina merece la oportunidad de generar un plan común que permita la vida en sociedad. O sea que el final de la conversación se unió con el principio: debe ser esa la definición más sensata del sentido de una Constitución.