Dice “Washington Post” que la democracia muere en las tinieblas. Es su lema, su potente lema. El periodismo especializado en deportes, muy claramente el televisivo, tiene sus propias tinieblas; y podría decir que la muerte lo amenaza por el lado de ciertas renuncias, de una importante vista gorda. Y si no es la muerte, todo indica que se trata de una enfermedad muy grave, esa que lleva a que los lectores y televidentes (“las audiencias”) le pierdan el respeto al periodista, al medio y a la profesión, en definitiva.
Los años 90 marcaron el ingreso masivo de ex deportistas como comentaristas a la televisión. Había una necesidad: surgían los canales de cable especializados en deportes, a mitad de la década nacía el primer diario deportivo del país y en las radios se multiplicaba el interés por el tema. Estaba bien, esos deportistas recientemente retirados podían aportar miradas y conocimientos que a los periodistas se les (nos) escapan. El problema, como tantas veces, no fue el qué, sino el cómo.
Dio la impresión, y sigue dándola hoy, de que los responsables de los programas que se nutrieron con esas estrellas solo dejaron una consigna: “sé vos mismo, sé espontáneo, relajá el ambiente”.
¿Y el periodismo? ¿Y el respeto por el lenguaje, por las formas, por la línea editorial, por el televidente? ¿Y las diferencias entre información y comentario? ¿Y entre información y “chivo”? Bien, gracias. Todo eso, en la gran mayoría de los casos, pasó de largo. La televisión se llenó así de gente que había hecho cosas notables en sus carreras deportivas, pero que en su gran mayoría no se había preparado para ejercer un trabajo periodístico. Una televisión en la que muchos responsables periodísticos miraron para otro lado, porque la combinación de ex deportista con audacia fuera de los cánones habituales generaba audiencia.
Hubo un porcentaje importante de ex deportistas, claro, que se preparó, estudió y nunca dejó de preguntar si estaba haciendo las cosas bien y cómo podía hacerlas mejor. Gente que quiso saber cómo honrar al periodismo, ese mundo que siempre habían visto desde la otra orilla y en el que vivían ahora. Esos y esas ex deportistas son los que destacan, los que aportan, los que enriquecen las transmisiones dando lo que un periodista sin esa vida en el deporte difícilmente tenga. Son los que logran el win-win, la combinación virtuosa de profesionales de la información y del deporte de alto rendimiento.
Fue evidente con Oscar Ruggeri hace unos meses, durante el recordado cruce con Ricardo Centurión en la pantalla de Fox. “¿No te parece que tenés que preocuparte más por vos? Es una lástima, te vas a dar cuenta cuando tengas 35 años. Vos tenés que ser profesional. Yo quiero que seas profesional. Sos un jugador bárbaro, te contrataron por eso. Yo encantado de que soluciones cosas, y ojalá que estés convocado para la Selección local. Me encantaría verte jugando en Ezeiza, te lo digo yo que jugué. Yo me vuelvo loco cuando no te das cuenta ahora y cuando dejes de jugar te vas a dar cuenta de lo que hiciste”.
Estaba claro que Ruggeri hablaba desde la autoridad y al experiencia de ex jugador y campeón del mundo. Un periodista no podría haber tenido el mismo diálogo con Centurión. Ni siquiera hubiera correspondido que lo tuviera. Aquel Ruggeri aportó lo que probablemente nadie hubiera podido aportar en ese momento. Y su mensaje llegó a Centurión, ese jugador incapaz de dejar de salir por las noches, y a una audiencia fascinada con esa charla que bien podría haberse producido cualquier tarde en un vestuario.
Ese mismo Ruggeri que deslumbró se convirtió en un Ruggeri que horrorizó con sus descalificatorias frases hacia César Luis Menotti. “Dejá de versear, sos un vago, manejás todo desde un bar...”, dijo al aire del hombre que dirigió a la selección rumbo a su primer título mundial. Y fue bastante más lejos, en un alegato encendido que disparó la audiencia y la repercusión del programa. “¡Haceme el favor! Si no tenés ganas ni de ir a Ezeiza. Yo ya no te pido que vengas a Brasil. No vas a Ezeiza, tienen que irte a ver a vos al bar. Dejense de joder, mentirosos. ¡Qué van a querer a la Selección! Es verso, pico, pico. Estás ahí porque sacás beneficio. Dale, vamos a hablar. Elegí el programa. Nos sentamos y hablamos de qué es lo mejor para la selección. Ahora resulta que no puedo hablar de la Selección por TV. Lo único que falta es que vos me elijas mi vida”.
El periodismo, silencioso, fue una llamativa ausencia.
Estaba claro que ahí había un problema personal entre Ruggeri y Menotti, pero también que ni el lugar ni las formas eran los adecuados. Está claro que el trabajo de Menotti puede (debe) cuestionarse, pero siempre con argumentos razonables y con respeto a una persona pública que transita ya su novena década de vida. Cuestiones esenciales del día a día periodístico. ¿Y qué le pasó al periodismo aquel día? La versión más generosa es que se tomó un descanso.
A todos les puede suceder lo que le sucedió a Ruggeri. A veces acertamos (Centurión) y a veces nos equivocamos (Menotti). Pero no todos tienen una cámara para hablarle a millones y millones, por eso el problema no es que alguien acierte o se equivoque, sino que todo dé igual. Por eso es que ante la cámara no se puede hablar como en casa. Son los peligros del “sé vos mismo, sé espontáneo, relajá el ambiente” sin más.
El problema es mundial. Un reciente artículo de la Columbia Journalism Review, la revista y web de la Universidad de Periodismo de Columbia -una de las más renombradas del mundo- puso el ojo en el ex ciclista Lance Armstrong, pero, sobre todo, en uno de los gigantes televisivos del país. Ryan Simonovich, autor de la historia, plantea la frustración y desconcierto que genera que un hombre que protagonizó uno de los mayores escándalos de doping de la historia del deporte haya sido este año comentarista estrella de la NBC... durante el Tour de France.
Flashback: Armstrong ganó un récord de siete Tours antes de que en 2013 admitiera, durante una dramatizada y guionada entrevista con Oprah Winfrey, que había sido la cabeza de un sofisticado sistema de doping.
“Uno hubiera esperado que la admisión de Armstrong y su suspensión (de por vida de todos los deportes) le cerrara un futuro como comentarista de ciclismo. Pero sigue siendo el ciclista más conocido del mundo (con 3,4 millones de seguidores en Twitter y un libro de memorias, It’s Not About the Bike (2000), que escaló a la cima de best sellers del New York Times) y un experto leyendo carreras, lo que puede explicar por qué este año fue invitado como analista por la NBC para la cobertura del Tour de France. Durante la transmisión, NBCSN, que tiene los derechos exclusivos del Tour en Estados Unidos hasta 2023, encontró también la oportunidad de promover un especial de media hora, Lance Armstrong: Next Stage”.
Armstrong tiene también un podcast, The Move, en el que analizaba en entregas de 45 minutos el desarrollo del Tour. La revista Outside, que siguió a Armstrong durante toda su carrera, promocionó The Move olvidándose de un par de detalles importantes: “Lance no tiene miedo de meterse con los organizadores del Tour, los jefes de equipo, los competidores y los aficionados borrachos. Lance sabe a qué juega”.
Claro que Lance sabe. Y el periodismo, ¿sabe? ¿Sabe a qué y con qué juega cuando contrata a un Armstrong para que hable del Tour y del ciclismo, precisamente del Tour y del ciclismo?