Durante la última década, el destino le deparó sensaciones contrapuestas a Javier Páez. Durante ese lapso pasó de saborear la más dulce miel a beber el trago más amargo. El 7 de junio de 2009 integraba aquel equipo de Atlético que, en el estadio de Barrio Jardín venció 4-1 a Talleres de Córdoba, y logró el ansiado ascenso a Primera División. El 8 de junio del año pasado, su esposa, Ana Rosa, falleció luego de soportar una cruel enfermedad.
Sobre estas dos situaciones, entre otros temas, habló con LG Deportiva desde Buenos Aires.
- ¿Cómo llegás a Atlético?
- Al final de la temporada 2007/08, luego de jugar en Olimpo de Bahía Blanca, me habló Héctor Rivoira, que era técnico del “Decano”. Aunque tenía ofertas de clubes de Buenos Aires, con mi esposa armamos las valijas y nos fuimos a Tucumán.
- Los primeros tiempos en la provincia no fueron auspiciosos...
- Era un equipo nuevo, al cual le faltaba rodaje. Platense estaba haciendo la pretemporada allí, y aprovechamos para jugar un amistoso contra ellos en Central Norte. Estuvimos fatal, no sólo porque perdimos 4-1, sino porque mostramos un juego deslucido que mereció la reprobación de los hinchas.
- ¿Y que pasó para que esa situación comenzara a revertirse?
- Sabíamos que en la medida en que fuéramos sumando minutos de juego, la cosa empezaría a tomar el color que queríamos. Teníamos material humano para que eso no fuera sólo una expresión de deseo. La clave fue habernos cargado de paciencia y esperar el momento adecuado para el despegue futbolístico, que ocurrió en la tarde cuando le ganamos 3-2 a Unión en Santa Fe. Desde entonces, nada fue igual; el equipo adquirió la regularidad futbolística que nos permitió lograr el ascenso en Barrio Jardín.
- Sin embargo, la satisfacción por haber llegado a Primera división se esfumó al final de la temporada...
- Fue un golpe duro para el grupo, que se había ilusionado con que Atlético se quede en Primera. Lamentablemente no pudimos concretar ese objetivo.
Pero Javier jamás imaginó que el futuro le tenía reservado otro golpe, aun más duro: la dolorosa partida de su compañera. Esta situación precipitó su retiro del fútbol, el año pasado. Con 42 años de edad y 20 de profesión, dejó Sol de Mayo (Viedma, Río Negro), equipo con el cual competía en el Federal B, y regresó a su Merlo natal, para empezar a superar el trance. “Debía ser fuerte ante mis hijos -Braian (18 años), Arón (12) y Naim (7)-, que no estaban preparados para quedarse sin su madre. Por suerte, Dios nos ayudó, y el dolor fue más llevadero”, dijo.
- ¿Considerás seguir ligado al fútbol en el futuro?
- Por estos días estoy dedicado a terminar un hotel que habíamos empezado a construir con Ana cuando me vine de Atlético, y que por una cosa o por otra no lo pudimos concretar. Esa es mi prioridad. Pero no descarto la posibilidad de empezar a trabajar en algún club del ascenso junto con unos amigos, con los cuales tenemos interesantes proyectos.