Quienes sufren los arrebatos oscilan entre la ira y el perdón
Hay un joven herido en el suelo. Una mujer está arrodillada al lado suyo. Lo asiste, trata de que mantenga la calma mientras esperan que llegue una ambulancia. A su alrededor hay vecinos que insultan al hombre y amenazan con golpearlo. También atacan verbalmente a la mujer y, más tarde, alguien llegaría a desearle la muerte.
Es que el joven, segundos antes, había robado una cartera. ¿La víctima? La misma mujer que ahora lo asiste luego de que él y otro hombre sufrieran un accidente durante la huida posterior al arrebato. Ella es médica y los había perseguido gritándoles. Pero al verlo herido en el piso no pudo evitar verlo como un paciente más. Y se acordó de que no cree en responder a la violencia con más violencia.
“Una vez una compañera me dijo que no me gustaría ser yo la que esté tirada tras un accidente y que la gente pase al lado sin hacer nada. Hay cosas que te quedan grabadas...”, le explica Cecilia Ramos (51) a LA GACETA en su casa, que está a una cuadra de la esquina en la que se produjo el choque: Sargento Cabral y Pasaje Bascary.
La inseguridad atraviesa a los tucumanos, que suelen desaprobar el trabajo que realiza el Estado en esta materia (ver nota aparte). El arrebato, en cualquiera de sus modalidades, es uno de los delitos más frecuentes en los informes oficiales del Ministerio de Seguridad. Es un hecho que creció si se comparan de forma interanual el primer cuatrimestre del año pasado con el mismo periodo de este año, y eso es sólo teniendo en cuenta las denuncias formales (ver “El delito...”). También es una de las principales preocupaciones de quienes salen a la calle todos los días. Estos episodios pueden generar impotencia, bronca, dolor, miedo. Y también violencia. Pero es contra esa violencia reaccionaria y desmedida que se rebeló Cecilia al proteger a su agresor.
“Mientras estaba arrodillada había un hombre que hacía para atrás y volvía corriendo, le paraba el pie justo en la cabeza, ya lo pateaba. Y él (el herido) me decía ‘no deje que me peguen’”, recuerda ahora la médica, a tres meses del momento.
“A mí me duele mucho la violencia en la que estamos inmersos... En la que cualquier persona de bien se puede convertir en un asesino”, analiza sentada en su cocina, en la que destacan algunos elementos de la religión católica.
“Nunca me he sentido tan agredida en mi vida como ese día que salió la nota de LA GACETA. Había comentarios desde lo más denigrante hasta personas que me deseaban la muerte. Uno decía ‘espero que la próxima vez la maten y la familia aprenda’. Esta persona ni me conoce, no sabe si soy buena o mala...”, lamenta Cecilia.
Pero es optimista. “Yo sí creo que la gente puede cambiar”, comenta. Al ser consultada sobre qué les diría a las personas que le robaron, respondió: “tienen la oportunidad de salir, que se puede. El trabajo te dignifica como persona, no el tener más cosas”.
Otros casos
La médica tuvo la oportunidad de soltar su cartera al momento del robo para evitar lesiones. Pero no todas las víctimas tienen la misma posibilidad. “Un hombre me pegó en la espalda. Yo llevaba mi maletín cruzado y ese golpe hizo que yo me caiga”, cuenta Irma Alarcón (57).
Tres personas que circulaban en un auto le robaron en la avenida Roca y 9 de julio, a plena luz del día. Cuando ella estaba en el piso, uno de los delincuentes sacó una navaja para cortar la correa del maletín. El resultado fue que le dislocaron el hombro y le produjeron un corte en un dedo. Dos años después sigue sufriendo las secuelas de las heridas. “Lo peor es el miedo, el ataque de pánico. Estoy en tratamiento con psiquiatra”, se lamenta.
¿Qué les diría a quienes la asaltaron? Irma piensa. “Siempre digo que no es que me han robado un maletín. Me han robado mi paz, me han robado mi tranquilidad”, concluye y pide que los tucumanos “volvamos a vivir en paz”.
Las modalidades de los arrebatos son diversas: incluso hay quienes delinquen usando un motocarro. Este fue el vehículo que, en marzo, usaron para robarle a Luis Matas (66) en el cruce de avenida Colón y General Paz.
“Primero pensaba que me estaban haciendo una joda”, afirma. Cuando se dio cuenta de que estaba siendo asaltado, intentó desprenderse de quien lo tomaba por la espalda, pero recibió un puntazo en el estómago y cayó al suelo. Luego huyeron en el rodado con su billetera.
“Yo quería subirme a mi auto y venirme a la obra (donde trabaja), pero un enfermero me dijo que era profundo”, relata. Hoy se encuentra recuperado y explica que no hizo la denuncia porque le parecía una pérdida de tiempo.
“¿Por qué los que delinquen no se dedican a trabajar, como trabajamos todos? No creo que hayan trabajado nunca esos. Creo que mucha gente anda sin trabajo pero no roba”, reflexiona.
Nadia Chumba (28) también sufrió lesiones cuando, en abril, sufrió un motoarrebato en una parada de colectivos de la calle Córdoba al 400. Una persona en moto, circulando contramano, le quitó la cartera tras arrastrarla media cuadra. “La violencia del hecho no se justifica, me podría haber matado, golpeado en la cabeza”, analiza.
“Esa noche vino una mujer policía, la verdad que no me brindó asistencia para nada”, aclara. Nadia opina que, como en cualquier otro trabajo, quienes no están calificados para reaccionar cuando su función así se lo exige deberían ser separados del cargo.
“Creo que todos somos víctimas de un sistema y de una crisis económica muy fuerte que nos afecta a todos. (Pero) la solución no es salir a robar. Y al igual que muchas personas que sufren hechos delictivos soy una laburante más”, dice.
Víctimas y victimarios, violencia en un robo y violencia al desear la muerte de una médica, heridas que se curan y traumas que no se superan. Todo esto forma parte de la realidad tucumana, en la que la inseguridad está presente en el día a día. Al igual que están presentes actitudes como las de Cecilia, que no puede “dejar a nadie tirado”, ni siquiera a quien le robó.