El automovilismo es, fue y será una atracción para los tucumanos. Era 1924 y el 20 de julio se corrió la primera carrera en un circuito por caminos de la provincia. La competencia fue promovida por el “Tucumán Motor Club” y se desarrolló sobre el “Circuito San Pablo”. Nuestro diario señaló: “por primera vez se va a llevar a cabo una carrera de esta índole en esta provincia, es halagüeña la perspectiva que hay con la inscripción de once coches lo que serán piloteados por los más destacados volantes de Tucumán”.
La largada de la competencia se ubicó en la avenida Mate de Luna, “frente al Jardín Zoológico” (zona que hoy ocupa en parte el parque Avellaneda, la División Zoonosis y Obras Públicas de la Municipalidad).
La descripción sobre la cantidad de público que se dio cita a lo largo del recorrido nos permite ver por donde fueron las máquinas. “En avenida Mate de Luna, el público aglomerado era realmente enorme y llenaba por completo las avenidas para peatones. Otro tanto ocurría en la calle Bernabé Aráoz, Boulevard Roca y poblaciones por donde se había trazado el recorrido. En San Pablo un público numerosísimo aplaudió frenéticamente a los coches cuando iban llegando”.
Se relataba que los autos pasaron frente a Los Vázquez. También por Yerba Buena, ya que la avenida Aconquija era parte del recorrido. En ese trayecto, algunos de los vehículos sufrieron percances que les impidieron seguir la marcha.
La carrera se largó sin incidentes hasta que salió el coche número 3, un Star, conducido por Gabriel Orce y Oscar Benedek, que “abandonó a pocas cuadras de iniciada la prueba al chocar con el paredón, cruzando el puente del Central Córdoba, sufriendo la ruptura de la rueda delantera izquierda. Cabe mencionar que la mala suerte persiguió a este competidor, pues se recordará que en días pasados, en los ensayos, sufrió también un percance que no impidió su participación en la carrera”.
La exigente carrera fue dejando varios autos en el camino. La prueba requería recorrer el circuito en seis oportunidades. Las máquinas inscriptas fueron 12 y terminaron apenas cuatro.
Ganadores
El triunfo fue para la dupla Leandro Naranjo y Julio Fonio con el Hudson número 6 en la categoría fuerza libre con dos horas 45 minutos y 1.200 pesos de premio.
La segunda ubicación, en fuerza libre, fue para la pareja de Cesáreo Gómez y Falloli con el Rugby número 8 que también fue ganador de coches chicos en dos horas 53 minutos y 19 segundos.
El tercer lugar fue para Alberto Cáceres y Manuel Villa con el Oldsmobile número 10 en fuerza libre en tres horas 9 minutos y 53 segundos.
El cuarto y último en completar la carrera fue Emilio Mantegazza con Pedro Brizuela en el Ford número 1 en cuatro horas 13 minutos y 21 segundos.
Gómez, el piloto del Rugby 8, expresó a nuestro cronista: “corrí con plena confianza desde la primera hasta la última vuelta. Tenía fe en el auto que pilotaba y sabía que había de responder a todas las exigencias del volante. Así es que me entregué a la carrera, confiado en figurar siquiera en el puesto obtenido. Además no sufrí percance, ni rotura alguna en la máquina lo cual me permitió no perder tiempo”.
Para nuestro comentarista el coche ganador “fue el que realizó la mejor carrera. De la línea de largada salió ocupando el sexto orden, pero a la segunda vuelta ocupó el cuarto, para ubicarse en el tercero, segundo y primero, en las vueltas subsiguientes hasta finalizar con el triunfo”. A cada vuelta fue reduciendo su tiempo en casi un minuto por vuelta desde los 29 en la primera hasta los 26 en la última.
En cuanto al público la crónica destacaba: “hubo muchos imprudentes que se amontonaron al finalizar la carrera el primero y el segundo coche, obstaculizando la llegada de los competidores subsiguientes. Esta imprudencia, desde luego propia del entusiasmo, aparte de obstaculizar a la comisión de controles y coches participantes, constituyó un peligro para el mismo público”.
Supervisión del ACA
La primera competencia oficial de automovilismo, nos referimos a las controladas y homologadas por el Automóvil Club Argentino, fue ganada por el volante porteño Raúl Riganti con un auto Hudson en la categoría “fuerza libre” el 11 de noviembre de 1928.
La jornada reunió tres carreras, la ya mencionada y dos destinadas a autos standard, chicos y grandes. Ambas categorías fueron ganadas por Germán Rivera con Ford.
Ese día, que había generado mucho entusiasmo en los fanáticos del automovilismo tucumanos, se presentó con calor intenso lo que restó brillo al evento. La competencia, que debía comenzar a las 9, largó su primera tanda casi 50 minutos más tarde.
El circuito elegido fueron las cuatro avenidas que rodean el parque 9 de Julio: Soldati, Benjamín Aráoz, Coronel Suárez y Gobernador del Campo, que eran de tierra y ripio compactado. La crónica resaltaba que mucho público se ubicó bajo las arboledas donde improvisaron almuerzos y comidas a la espera de las distintas alternativas que tuvieran las carreras. Además se destacó el servicio de confitería que fue amplio y variado.
Turismo carretera
Los polvorientos caminos tucumanos se volvieron un atractivo para que aquellos bólidos los recorrieran. El Gran Premio Argentino de 1938 pasó por rutas tucumanas entre el 22 y 23 de octubre. La quinta etapa, que se había iniciado en La Quiaca, concluyó en nuestra ciudad. El triunfo correspondió a la máquina número 85, al mando de Ricardo Risatti, que llegó a la meta ubicada en el “boulevard de Los Ejidos” (hoy Francisco de Aguirre) minutos antes de las 16. El tramo cubría 796 kilómetros, que fueron recorridos en casi 10 horas.
El tramo tuvo cosas curiosas. Una de ellas ocurrió poco después de la 10: cuando pasaba el auto 68 al mando de Atilio Patrignani, arquero de Ferrocarril Oeste, el dibujante de nuestro diario, Arzubi Borda, pelaba una naranja. Arzubi, con un gesto, le ofreció la naranja. Ni lerdo ni perezoso, el conductor redujo la velocidad, abrió la puerta, sacó la mano y se llevó la fruta. Por el otro lado del vehículo, el “gacetero” Albino Martell le ofrecía otra naranja al acompañante. No sabemos si luego fue agradecido el gesto, pero debe haber sido una bendición ya que la temperatura era alta y la sed arreciaba.
Patrignani era un personaje también dentro de la cancha y una anécdota lo pinta de cuerpo entero. Ferro enfrentaba a Boca; la cosa estaba igualada cuando el árbitro sancionó un penal para los xeneizes. Iba a ejecutarlo Francisco Varallo, y el arquero se paró junto a uno de los postes. El colegiado le preguntó: “¿qué hace?” y él respondió: “estoy parado sobre la línea como marca el reglamento”. Varallo disparó suave y al medio. Petrignani se arrojó hacia el centro y atajó. Sus compañeros lo felicitaron, pero el jugador boquense, lleno de bronca, lo corrió por toda la cancha. Finalmente, primó la cordura y siguió el partido.
Fangio en Tucumán
El automovilismo es una pasión en nuestro país y los tucumanos la compartimos. A fines de la década de 1930, el Turismo Carretera atraía multitudes. Los recorridos se hacían por caminos de tierra.
En 1939 se disputó el Gran Premio Extraordinario. Se largó en Córdoba el 29 de octubre. La primera etapa unió la ciudad mediterránea con Santiago del Estero, con unos 446 kilómetros de recorrido.
La segunda se largó en la “Madre de Ciudades” y antes de terminar en Jujuy pasaba por tierra tucumana, casi como un ave.
Pero es la tercera etapa la que nos importa: los autos venían desde Jujuy rumbo a Catamarca y debían volver a pasar por Tucumán. Sucedió que, casi como un regalo para los aficionados, la prueba sufrió una neutralización de más de una hora. Esto obligó a los corredores a realizar una largada minuto a minuto rumbo a Catamarca. En aquella largada los tucumanos tuvieron el privilegio de ver salir Chevrolet 1939, número 38, que era conducido por Juan Manuel Fangio.
Estos recorridos se realizaban en su mayoría por los “caminos nacionales” como se llamaban por entonces las rutas nacionales. En nuestra provincia ese “camino” era la ruta 9 cuya traza no estaba por donde corre actualmente. Su trazado estaba más hacia el oeste, más allá de las vías del ferrocarril hacia el norte. Hasta que el camino llega a la zona del Viaducto de El Saladillo, esa gran obra de ingeniería que permite superar el arroyo, y lo cruzaba por debajo para seguir hacia nuestra ciudad al este de las vías.