Por Ricardo Arredondo
Egresado de la UNT, diplomático de carrera y docente
Los incidentes ocurridos en el Estrecho de Ormuz, hace unas semanas, han generado un serie de reacciones que, en un mundo multipolar e interdependiente, generan preocupación y desasosiego en muchos países. El ataque a dos buques petroleros en el golfo de Omán, atribuido por el gobierno estadounidense a Irán, además de originar un aumento en el precio del petróleo, han contribuido a generar la percepción de los que los Estados Unidos están preparando una nueva guerra, esta vez contra Irán, similar a la desarrollada contra Irak la década pasada. Al menos esta es la percepción de Owen Jones, publicada hace unos días en The Guardian.
Jones no parece estar equivocado respecto a que la administración Trump se estaría preparando para una guerra con Irán. En adición a las sanciones adoptadas con anterioridad y a su retiro del acuerdo nuclear 6+1 (Estados Unidos, el Reino Unido, Franca, China, Rusia y Alemania con Irán), el Pentágono ha trazado planes para un ataque aéreo y ha movilizado a 1.000 soldados estadounidenses a Medio Oriente. El Secretario de Estado, Mike Pompeo, propenso a la grandilocuencia como su jefe, ha declarado que Estados Unidos actuará militarmente si un solo soldado de los Estados Unidos muere a manos de Irán o de sus aliados.
Lo que resulta particularmente preocupante es que la administración Trump está ignorando el consejo de sus aliados, las advertencias de Rusia y China y no cree en la afirmación de Irán de que no estuvo implicado en los recientes ataques contra los buques petroleros en la región del Golfo Pérsico.
Presiones internas
Por otra parte, también en el plano interno, Trump hace caso omiso a los esfuerzos del Congreso estadounidense para limitar sus intenciones bélicas y, por el contrario, busca reafirmar su prerrogativa constitucional para declarar la guerra.
La situación política se ha vuelto tan sesgada que parece que una de las mejores esperanzas para evitar que Trump vaya a la guerra es el propio Trump.
El presidente estadounidense ha afirmado en el pasado que está abierto a nuevas negociaciones con Irán y que los incidentes en el Golfo Pérsico son “menores”. Parafraseando a William Faulkner, podríamos decir que es posible que Trump decida dar marcha atrás con su mensaje de “ruido y la furia”, como lo hizo con su homólogo norcoreano. Sería la opción más sensata.
El derribo de un dron estadounidense en el estrecho de Ormuz por la Guardia Revolucionaria de Irán tampoco contribuye a mejorar el clima bélico que se está generando y, en este caso, es Estados Unidos quien no cree en las afirmaciones iraníes de que se trataba de un aparato que había entrado en su espacio aéreo en misión de espionaje. Estados Unidos manifiesta que la aeronave hacía tareas de reconocimiento en espacio aéreo internacional, por lo que Trump emitió un “tweet” que señalaba que “Irán ha cometido un error muy grave”.
Situación volátil
Proseguir con este discurso bélico contribuye activamente a desestabilizar la de por sí volátil situación existente en Medio Oriente, a la vez que podría transformarse en un ejemplo que otras potencias, como China y Rusia, quieran emular. Esta situación en Medio Oriente se ve agravada por la erosión sistemática de las normas del derecho internacional. Una simple observación permite advertir que se están abandonando los procesos políticos inclusivos en favor de las soluciones militares, sumiendo a la región en una inestabilidad y caos más profundos. Mientras tanto, los intereses en conflicto de las principales potencias externas acentúan aún más las fallas regionales, como lo evidencian los intentos de desgastar el consenso internacional de larga data sobre el status de Jerusalén y la decisión unilateral de reconocer la soberanía de Israel sobre el Golán sirio.
Lo que se necesita, ante todo, es liderazgo y voluntad política para tomar medidas concretas que permitan crear las condiciones para establecer una paz duradera. La principal potencia mundial no está contribuyendo a ello. Irán tampoco.