El tercer hombre quiere ser el primero

El tercer hombre quiere ser el primero

15 Julio 2019

Por Sebastián Fest

Especial para LG DEPORTIVA

A Roger Federer no hay con qué darle. Sí, y no importa la final épica que acaba de perder con Novak Djokovic en Wimbledon. ¿No importa? En cierta forma no, porque el suizo ya logró algo sin precedentes en el tenis: gana aunque pierda. Pierde, y sigue ganando. Aunque, es obvio decirlo, el desgarro de perder una final que tuvo ganada lo acompañará de por vida.

No fue nada sencillo para Djokovic seguir adelante y ganar ayer esa final en el tiebreak teniendo claro que prácticamente todo el estadio quería verlo perder. El consuelo, nimio, es que no es al único que le sucede eso: puede preguntarle a Rafael Nadal qué sintió en la reciente semifinal de Roland Garros. No es culpa de ellos, es sólo el aura de Federer, un jugador que a esta altura genera una adoración casi religiosa. Por eso, cuando pierde, sigue ganando. Los dioses siempre son dioses.

El de Djokovic es un caso inusual: si Federer y Nadal no existieran, sería el tenista más exitoso de todos los tiempos, por encima de Pete Sampras, Rod Laver, Bjorn Borg y cualquier otro nombre. Pero el suizo y el español existen, y la coincidencia de los tres en la misma época dispara las cifras hasta una combinación que una década atrás cualquiera hubiera considerado un puro disparate: 20, 18, 16.

Veinte títulos de Grand Slam para Federer, 18 para Nadal, 16 para Djokovic. ¿Recuerdan el impacto que generaron en 2002 aquellos 14 de Sampras, aparentemente inalcanzables?

El tiebreak en el set definitorio de la final masculina de Wimbledon -todo un estreno- quedará como uno de los momentos clave del tenis de esta época. Federer, que es de otro mundo pero no perfecto, perdió los tres tiebreaks que jugó en las cinco horas de brillante final en el All England. De haber ganado apenas uno de esos tres, sobre todo el último, de haber aprovechado sus dos match points sacando 8-7 y 40-15, la situación sería otra: 21-18-15.

Muy diferente, ¿no? En la lucha por quedar confirmado como el mejor de la historia, seis Grand Slam de ventaja eran un colchón confortable para Federer. Cuatro, no tanto. Djokovic, aunque no pueda decirlo con toda la claridad que querría, ya no quiere ser el tercer hombre. Quiere ser el primero de todos. Quiere que lo quieran. Y esa ambición, legítima y sustentada en un tenis que es granito y goma a la vez, tiene una historia detrás.

Abril de 2012. Djokovic está cómodamente sentado en un sofá de cuero marrón en el Monte Carlo Country Club y dispuesto a contestar mis preguntas. La pregunta venía rondando por mi mente tras años observándolo, ya incluso desde aquel 2007 en que brilló por primera vez en un gran escenario ganando Miami: nadie diría de Djokovic que no es un tipo simpático, todo lo contrario. Otra cosa es que muchos crean que es espontáneo, mientras otros sienten que hasta su espontaneidad es calculada. Lo que está claro es que Djokovic siempre busca agradar, tiene necesidad de hacerlo. Quiere, en efecto, que lo quieran. Ardientemente.

- ¿Hay algo de presión extra, una necesidad de ser más agradable y simpático aún que la media por el hecho de venir de Serbia?

La pregunta hizo que Djokovic se reacomodara en el sofá monegasco, más motivado que nervioso ante el planteo.

“Para ser honesto, es una buena pregunta, porque recuerdo cuando viajaba con mi padre jugando torneos juveniles en todo el mundo. La mayoría de las veces, cuando decíamos que éramos de Serbia, la gente se volvía muy cautelosa y prudente acerca de cómo seguir con nosotros”.

El recuerdo le duele a Djokovic, se nota en su gesto que aquello le hizo sufrir.

“La sensación era muy fea. Primero, porque no creo que nadie deba tener prejuicios acerca de la gente, ya sea por su procedencia o su religión. Pero también lo entendía, porque la mayor parte de la prensa internacional venía escribiendo en forma negativa sobre Serbia. Comenzó así, pero con el tiempo la gente pasó a valorarme a mí y a mi familia, a entender que lo que hacemos lo hacemos con el corazón y la conciencia limpias. La gente me respetó por mi éxito, y eso fue importante, permitirle a la gente ver mi verdadera personalidad y que el pueblo serbio es bueno y puede ser bueno”.

La guerra en la ex Yugoslavia es un asunto muy serio para Djokovic y su familia. En su entorno se entrecruzan historias que, como las de cualquier guerra, no son agradables. La más conocida es la aquellas noches, aún niño, en el refugio antibombas de su tía, pero hay muchas más.

Una periodista del “New Yorker” le preguntó años atrás, en un extenso perfil, si estaba de acuerdo con el pedido público de perdón hecho por el entonces presidente serbio, Tomislav Nikolic, por la matanza de Srebrenica en 1995, en la que las tropas serbias ultimaron a 8.000 musulmanes.

“No hablemos de eso, por favor. No quiero entrar en ese tema, porque todo lo que diga puede ser entendido en un muy mal sentido. Lo único que puedo decir es que la guerra es la peor cosa que un ser humano pueda vivir”.

Ante preguntas menos específicas, en cambio, Djokovic no tiene problema en explayarse.

“Me llevó un tiempo entender, cuando era más joven, lo seria que era la situación en nuestro país, en especial tras la guerra. En el ’99 yo tenía 12 años, y en el ’92, cinco. Hubo muchos problemas políticos y económicos en Serbia en los últimos diez años. Los estándares son muy bajos y la gente sufre. Como en cualquier país en el mundo, pero en especial allí, porque es un país marcado por la guerra. La experiencia de superar ese sufrimiento me unió más aún a mi gente y me hizo apreciar los verdaderos valores de la vida. Hizo, en cierto modo, que me motivara a representar a mi país de la mejor manera posible y a aprovechar la oportunidad para mostrar que Serbia tiene muchos aspectos positivos, no sólo negativos. Es un proceso, no puedo ser sólo yo el que influya en la imagen, tiene que haber más gente. Como deportista hago todo lo que puedo para ganar partidos, y si tengo el tiempo y la oportunidad, para representar a mi país en la Copa Davis, que es también una vía para hablar de los valores positivos que tiene Serbia. Lo que vengo viendo en los medios sobre Serbia en los últimos 20 años es muy malo. El foco de la prensa cada vez que se habla de Serbia es lo negativo. La violencia, lo criminal, todo eso. Y eso es algo a lo que definitivamente me opongo y quiero cambiar”.

Cinco años antes de aquella entrevista en Mónaco, Djokovic se había visto confrontado con la política ante una pregunta directa: ¿Qué opina de la independencia de Kosovo?

Djokovic estaba en Dubai, la charla transcurría en un enorme jardín en el “Aviation Club” de la ciudad de los emiratos. A unos metros, un lago artificial, protegiéndolo del sol, unas palmeras. Djokovic, que tres semanas antes había ganado en Australia su primer título de Grand Slam, no dudó al responder: “Nos quitan todo lo que tenemos. Kosovo es Serbia y seguirá siendo Serbia”.

“Kosovo es el corazón del país; ¿puedes imaginar un país en el que una mayoría dice que quiere ser independiente y lo hace? ¿Cómo se sentirían? Nos quitan algo que es nuestra historia, nuestra religión, todo lo que tenemos”.

El rostro del entonces N°3 del mundo se endureció al preguntársele si se puso en el lugar de los kosovares, si es capaz de entender sus razones, el deseo de cortar lazos con Serbia tras una guerra que estremeció la conciencia de Europa. “No quiero pensar en ese sentido. Conozco la historia, se habla mucho de eso. Pero, como dije, era Serbia y seguirá siendo Serbia, siempre. Mi padre nació ahí, mi tío nació ahí, la mayoría de mi familia vivió por 30 años allí. Estuve allí visitando muchas veces las iglesias. No puedes imaginar la cantidad de iglesias, monumentos y sitios históricos que hay allí. No puedo pensar en Kosovo siendo otro país”.

“Yo, como profesional, sé que tengo que seguir jugando y ganando. Nunca supe mucho de política, pero esto no es sólo política, es realmente serio”.

La política es algo realmente serio, pero el deporte también. El tenis masculino, que vive una época de oro gracias a una anomalía histórica, la vigencia sin límites de Federer y Nadal (y ya hay que sumar a Djokovic a esa anomalía), tendrá en el US Open un nuevo momento clave de 2019. Federer no gana ese torneo desde hace 11 años (2008), y en el medio cayó dos veces con Djokovic en semifinales tras disponer de dos match points: exactamente igual que ayer en Londres. Nadal, en cambio, levantó la copa en 2017, y Djokovic lo hizo en 2018. Al 20-18-16 le esperan cambios. A menos que alguien de la nueva, y cada vez menos joven generación, dé el golpe.

Suceda lo que suceda, al tenis le espera un 2020 tremendo, la madre de todas las temporadas: hay cuatro Grand Slam en juego, pero también el oro olímpico en Tokio. Y Djokovic quiere dejar de ser el tercer hombre. Quiere ser el primero.

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