Es el trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, de edad, de condición física o mental. La discriminación tiene la misma edad del ser humano y es también una forma solapada de la violencia. Una de las segregaciones más comunes en nuestra sociedad es la de género y pese a que hubo importantes avances en las últimas décadas, la desigualdad entre la mujer y el hombre sigue siendo importante.
Tucumán no es, por cierto, una excepción. Por ejemplo, según la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, las juezas ocupan 83 de los 191 cargos existentes en la Justicia provincial, es decir, el 43,5%. Y si bien esa proporción, que es alta en función de los desequilibrios existentes en otros tribunales argentinos, cae a la mitad respecto de la composición de nuestra Corte de Justicia, donde solo uno de los cinco puestos lo ocupa una mujer. Esa disparidad es mayor si se advierte que los hombres tienen a su cargo los dos ministerios públicos (Fiscal y de la Defensa); ello significa que las posibilidades de la mujer de llegar a la cúpula judicial tucumana son de 14%.
“La desigualdad de género se percibe con fuerza en el mercado laboral” se titulaba una crónica de LA GACETA de julio de 2018. Un estudio del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento indicaba que el 57,4% de las mujeres en edad activa está en el mercado; en los hombres la tasa es 79,5%, según datos oficiales del cuarto trimestre de 2017. El documento del Cippec señalaba que cuando entran al mercado de trabajo, las mujeres se emplean en rubros que reflejan las labores que suelen recaer sobre ellas en la esfera privada, como las tareas domésticas (17,1%), la educación (14,2%), la salud (9,7%) y el comercio (16,5%). También enfrentan mayores dificultades para alcanzar puestos de liderazgo: solo el 3,7% alcanza puestos de dirección comparado al 5,8% de los varones. Son los “techos de cristal” (prejuicios y estereotipos) que obstaculizan el desarrollo profesional de las mujeres.
En nuestra edición de ayer, el pedagogo español Miguel Ángel Santos Guerra, autor del libro “Contra el sexismo. Textos y prácticas por la igualdad para la escuela y el aula”, que dictó talleres en Yerba Buena, dijo que este tema le quitaba el sueño en la década del 80. En su opinión, las raíces del sexismo están en el lenguaje, en las religiones androcéntricas, en cada organización que dice que la mujer no puede llegar al poder. Consideró que la escuela es, sobre todo, de valores y no puede darles la espalda a estos temas. “La escuela tiene que analizar sus pautas sexistas para poder combatirlas. Para ello debe erradicar la práctica discriminatoria del lenguaje, de los textos, de las imágenes y de las historias que se cuentan. Muchos de estos comportamientos, además, son estructurales de la escuela... cuando un ministro fracasa decimos que es imbécil, pero si ella fracasa se debe a que es mujer. Esto está en las arterias de la sociedad. A veces los mecanismos de la discriminación se hacen tan sutiles que hace falta un análisis muy fino para detectarlo”, consideró.
La discriminación tiene varios siglos de antigüedad y es difícil de cambiar de un día para otro, pero no significa que hay que darse por vencido. Debería ser un asunto prioritario en todo el ciclo educativo, incorporando contenidos, promoviendo la mediación para establecer relaciones igualitarias entre los mismos alumnos y con los docentes; en ese ámbito se deberían impulsar talleres para padres, pero también estos podrían dictarse en los lugares de trabajo. Si desde edad temprana formamos a nuestros niños en el camino de la paz, el respeto por el prójimo, la tolerancia y el diálogo seremos posiblemente una sociedad mejor. Los docentes deberían ser también educados en esa idea para que pudiesen trasmitir esos valores. De ese modo, las diferencias entre mujeres y hombres irían desapareciendo.