Por Vanesa Romina Sola, politóloga.-
De aquel 9 de julio de 1816 han pasado 203 años de independencia que nos interpelan. El presente y destino de la Patria se construyen con la memoria viva de su pasado; por eso, más que un hecho histórico anquilosado en siglos atrás, se trata de una declaración de libertad que habita en la conciencia y accionar del permanente desarrollo de nuestro Estado.
La gesta patriótica, con epicentro en la ciudad de San Miguel de Tucumán, reunió en Congreso General de las Provincias Unidas a los representantes de Cuyo, del Alto Perú y Buenos Aires que de manera unánime expresaron su voluntad de “romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. La declaración fue un acto heroico ante un contexto adverso: el inicio de un proceso de restauración de las monarquías europeas, el avance de Portugal sobre la Banda Oriental y la reconquista de los realistas en las zonas del Alto Perú y Chile. Por ello, más allá de su esencial valor fundacional, resignificó e impulsó la emancipación sudamericana.
La independencia fue una búsqueda revolucionaria de guerras externas e internas, que apelaba a la necesidad de autonomía y de organización no sólo política, sino también económica y social. En este marco, es menester nombrar el Congreso de Oriente o de los Pueblos Libres. El 29 de junio de 1815, en Arroyo de la China, actual Concepción del Uruguay, los representantes de las provincias de la Banda Oriental, Misiones, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe y Córdoba (cuyos representantes también estarían en Tucumán), bajo el liderazgo de José Gervasio Artigas, declararon la independencia de España y de toda otra dominación extranjera. Ambas declaraciones, aunque complementarias, expresarían la disimilitud entre los proyectos de organización política.
Como a principios del siglo XIX, en la actualidad tenemos que ser irreverentes al pensar la Patria, su dinamismo lo exige, pero lo apremia el sentido de humanidad. ¿Qué sucede cuándo el radicalmente otro habita al interior de nuestro Estado? ¿Cómo se actúa ante lo desconocido? Los enfermos, los que viven en la indigencia, los que escapan de la normalidad, los que no tienen trabajo y pasan todo tipo de necesidad, los que son o fueron víctimas de trata, del comercio humano y explotación de personas -las esclavitudes de nuestro siglo- entre tantos otros. Retomando palabras de su Santidad, el Papa Francisco, a razón del Bicentenario: “todos ellos llevan el puro peso de situaciones, muchas veces límite. Son los hijos más llagados de la Patria”. La libertad en la mente y virtud al corazón parecen anhelos, pero es compromiso social. La Patria se vive y se habita, pero sobre todo se construye con el otro y para todos.