El gaucho Soria y doña Alba, las estrellas de la primera alfombra roja en Colalao del Valle

El gaucho Soria y doña Alba, las estrellas de la primera alfombra roja en Colalao del Valle

Finalmente se estrenó en el pueblo “La nostalgia del Centauro”, protagonizada por algunos de sus habitantes más representativos.

“Me han dicho que

tengo dueño,

mentira no tengo nada

solo me duermo en la cama

abrazando la almohada”

Seis años después, el proyector se enciende y en la sala -colmada-está el gaucho Soria a punto de ver la película de su vida. Mejor dicho, la del final. La que relata el momento en que él, don “Pitino” Soria, se resigna a ser mitad. Porque “un hombre de a pies es la mitad de un gaucho”. Don “Pitino” ya no monta y ahora, seis años después del rodaje de “La nostalgia del Centauro”, casi no ve.

Colalao del Valle vive lo más cercano que haya tenido el pueblo a una alfombra roja. Juan Armando Soria y doña Alba Rosa Díaz son los protagonistas de una película que se ha filmado enteramente en esta tierra de cerros, coplas y corrales. Era el comentario en los almacenes durante el día y han venido todos a verlos (y a verse) en la Hostería Municipal.

Adentro hay olor a leña y el haz del proyector desnuda el humo de la estufa. En la sala también está doña Alba, tres o cuatro filas atrás de “Pitino”. Aunque viven a una medianera de adobe de distancia, es su ex marido. No lo atiende ni lo ve. Se esquivan. Se separaron (ella lo dejó) a los 80, después de 60 años juntos. En el estreno, la silla de al lado del gaucho Soria ha quedado vacía. Ha pasado mucha agua en esta tierra árida en los últimos seis años.

El público permanece inmutable, con los ojos fundidos en la pantalla, durante las primeras escenas de la película. La tensión se rompe cuando irrumpe una riña de cabras que chocan los cuernos. Ahora sí estamos todos. Los colaleños se miran, sonríen, respiran. Aparece en el cuadro don Soria, ¿el último gaucho? errando el agua de la pava en el mate y copleando: “Me han dicho que tengo dueño; mentira, no tengo nada...”

Don “Pitino” riega de coplas una señalada de cabras. Está sentado en un tronco mientras mira ese desfile que otros años lo habrán tenido a él como mano maestra del ritual, pero ahora sólo puede acompañar con versos. “En mi casa tengo un árbol que de coplas va a caer”, responde cuando los muchachos del corral lo apuran. “Pille, enlace”, indica él. “Nosotros hemos aprendido mucho de don Soria, todos nosotros. La domada, la herrada, el corte de las crinas... todo”, dirá al final de la película Mario Condorí, un colaleño 30 años menor que “Pitino”, dedicado toda la vida a la artesanía. “Es bueno que se haya hecho esto, para que las nuevas generaciones conozcan el trabajo de acá. Estas costumbres se conservan, pero cada vez menos”. Condorí aparece en la escena de los desfiles gauchos y la cabeza guateada.

Doña Alba hace su confesión. “Siempre le han gustado los caballos, pero él se iba y una tenía que andar por detrás de los caballitos. Se iba cinco meses a trabajar al ingenio Ledesma y me dejaba sola, a veces le tenía que pedir a los vecinos para comer. Plata que agarraba, plata que iba para los caballos. Ninguno sin zapatos. Por más que no hayan servido para nada, todos con herradura. A mí me gustaban más las vacas; dan más trabajo, pero al menos me daban la leche para los chicos. Él decía que no tenía suerte con las vacas, pero tampoco tenía paciencia. Él, los caballos. Vendía uno y si podía con la plata se compraba dos. Un poco más y me iba a cambiar a mí por un caballo. Andaba de un cerro a otro disfrutando. Se iba a los desfiles... a fiestear se iba”.

Don Soria hace su confesión. “En la vida trabajé desde que tengo conocimiento. En el año 58 comencé en el ingenio Ledesma. En el 59 estuve bajo el Servicio Militar en Córdoba. No le hemos aflojado al trabajo ni bajo el agua. Qué opinás. Cuando estaba en Córdoba era solo y libre, no tenía en más quién pensar que mi madre y mi padre. En el padre poco, porque la vida es así, para la madre todo. Lo amargo fue cuando vine al Ledesma sin haberme casado ni nada. No tenía un punto i’ querer. Así que decidí mi situación. Agarré esa señora que ven al lado mío y le regalé mi apellido. Ella no me dio nada, algunos hijos y la atención de la ropa, la comida, esas cosas. Yo he tenido muchos amigos en Tafí del Valle, una zona muy tradicionalista. Tenía muchos amigos, pero ya no queda ninguno. Llega el tiempo en que me encuentro solo. No tengo con quién pechar, con quién pelear. ‘Todas las cosas son buenas antes de echarse a perder. Echate a perder mal tiempo y vuelvete a componer. Antes que el tiempo se pase y te avance más la vejez’. El único colaleño que ha pialado en Chilca ha sido el gaucho Soria. Que opinás vos. Como gaucho he triunfado. Nunca me he quedado, nunca me he dormido en las pajas. Me he apocado, me ido medio medio bajo (sic)”.

“Una película con mucha verdad”. Así la ha calificado nada menos que Mirta Soria, la hija de doña Alba y don Soria (ver aparte). Será por ese motivo que el público que vino a verla (y a verse) se ha quedado mudo cuando la pantalla se funde a negro y comienzan a aparecer los créditos. Momento de pensar, sobre todo en los finales. De la vida, de las parejas, de la paciencia, de las costumbres. Casi por milagro, o quizás por algún tipo de invocación, don Soria y doña Alba abrieron el alma y el rancho para que una manada de forasteros cuenten con cámaras su historia. Más como sacrificio para la memoria que para verse ellos en la pantalla, pues los dos, cada uno por su lado, parecían ausentes.

Terminó la película y a los pocos minutos el gaucho tenía una ronda alrededor suyo. Guitarra y fernet para cantar “La zamba de ‘Pitino’”, su propia canción en el cancionero. Es que no hay una persona en todo el valle que no sepa quién es él, que no lo haya visto trepado en un árbol a los 70 años podando. Ella, doña Alba, la que “siempre anduvo detrás de sus chucherías”, como suele decir, recibió algunas felicitaciones y pidió, en voz baja, que la llevaran a su rancho.

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