“El poder es un asunto de la naturaleza”, apunta Julio Chávez, y para describirlo apela a la figura de los caimanes que se pelean por una hembra. Con los dedos va dibujando cómo se mueven y qué sucede con el que pierde. Es que “El Tigre Verón” trata -esencialmente- sobre el poder. Investido de la piel y de la voz de Chávez, Verón es un caimán puesto a sobrevivir en la jungla del sindicalismo, pero además es un apasionado del boxeo, y a la vez debe lidiar con un entramado familiar que remite -por más que a Chávez no le simpaticen las comparaciones- con “Los Soprano” o alguna producción por el estilo.
La serie se estrena la semana próxima y Chávez ya se despojó del bigote que decora al personaje con una pincelada de gremialismo de base. Luce de negro, de la cabeza a los pies, y pide un té. En la ficción es el secretario general de un sindicato de trabajadores de la carne, un todo terreno de la calle que -como explica Chávez- se defiende de las zancadillas de la vida de la única manera que conoce: a las piñas.
Lo que evita Chávez es sostener la idea de que “El Tigre Verón” es la biopic de un líder gremial o, en todo caso, una pintura del más tradicional costumbrismo peronista. “Si TNT pretende que Latinoamérica se ocupe del sindicalismo argentino la serie va a fracasar -subraya-. Para eso están los documentales, los historiadores, hay millones de programas periodísticos a la noche. No es lo que intentamos construir, no estamos para entregar opiniones ni acusaciones. Por supuesto que van a aparecer el bombo y los muchachos arengando, pero eso no es el sindicalismo, o al menos no todo el sindicalismo. Digamos que ‘El Tigre Verón’ se nutre de ese mundo, como ‘Game of Thrones’ se nutrió de elementos de la Edad Media”.
Lo que queda son las luchas del Tigre Verón, el manejo de las internas y la relación con los enemigos de afuera, todo mientras debe ocuparse del rol de padre. En cada uno de esos escenarios juega al límite. “Pero es el libro el que te marca ese límite -admite Chávez-. Trabajamos con lo que está ahí, pero seguros de que hay que construir una ficción, no respaldar una idea. Y después, en la forma con la que contás la historia, viene la impronta del actor, que está sujeta a elementos que tienen que ver con realidades, pero también con la subjetividad y el azar del día de la grabación”.
Las máscaras
Verón es ambiguo y violento, pasional, profundamente humano. Un hombre con poder -en este caso sindical- y obligado a administrarlo a diario. De nuevo el gran tópico. “Pero no es un tema argentino, por más que otras series como ‘El lobista’ o ‘El puntero’ lo hayan abordado -dice Chávez-. Son temas universales, que están en la naturaleza y que el hombre asume de determinadas maneras”.
En el medio de todo ese proceso queda el fenómeno de la actuación. “Soy un ser humano y la máscara es parte de la humanidad -recalca Chávez-. Tenemos una infinidad de caras y el actor aprovecha para ir calzándose cada una de ellas. Hace de ese atributo un oficio”. La máscara de Verón no es nueva para Chávez, porque moldeó personajes con algunos rasgos similares en -por ejemplo- “El custodio”, “Un oso rojo” y “El puntero”. Pero no quiere repetirse y hasta confiesa que prefiere ir marcando algunos paréntesis en su carrera. “Que descansen un poco de mí”, sugiere con la sonrisa que lo acompaña casi todo el tiempo.
“Yo agradezco tener trabajo -asume Chávez-. Hay muchos actores y poco trabajo. Ahora, eso del secreto para perdurar... Será el amor por lo que uno hace, la habilidad para elegir... No sé. Que me confíen trabajos importantes demuestra que la pierna sigue corriendo. Pero al mismo tiempo me digo: ‘no te hagás el piola, estate atento’”.
El escenario
El staff de productores y asistentes va y viene. La mayoría eligió vestirse de negro, siempre sobrio, a veces elegante, para ponerle el cuerpo a un viernes pintado de gris. Pero la lluvia que cae sobre Puerto Madero es imperceptible en el subsuelo. Las alfombras amortiguan las pisadas incesantes. Son mullidas y verdes, y los dibujos concéntricos parecen ojos que todo lo escrutan desde el piso.
Los banners revelan que algo referido a “El Tigre Verón” está cocinándose en las entrañas del Alvear Icon. En un salón lleno de espejos y paredes de color marfil la prensa aguarda el turno de entrevistar a los protagonistas de la serie. Imposible eludir la referencia con aquel divertido pasaje de “Notting Hill”, cuando Hugh Grant se coló en la habitación de un hotel -otro hotel- para quedar cara a cara con Julia Roberts.
Hay que tener paciencia porque los interesados son muchos, mientras Julio Chávez, Marco Antonio Caponi y Daniel Barone se toman todo el tiempo para responder. Pero hay música funcional, mesitas, canapés, algún sanguchito, café y té para matizar el mediodía que se convierte en siesta y después en tarde, mientras más de un colega rastrea el resultado de Argentina-Venezuela, porque están jugando y no hay pantallas a mano. Hasta que un asistente, siempre a las corridas, aparece con la palabra mágica: ¡pasen!