Si bien forma parte del folclore político, no deja de ser una extensión de esa extraña vocación de una parte de la ciudadanía por ensuciar los espacios públicos. En épocas electorales, no solo las paredes y los postes de las ciudades tucumanas se pueblan de pegatinas, sino también a lo largo de las rutas puede apreciar la propaganda proselitista. En plena campaña, los adictos a los partidos suelen protagonizar peleas con sus rivales por los espacios o porque unos han tapado los afiches del otro, como sucedió en la madrugada de hace pocos días cuando dos grupos se enfrentaron violentamente en las inmediaciones del Juzgado Federal.
Ayer, un vocero de la Junta Electoral Provincial dijo que el organismo exhortó a los candidatos para que dejaran la ciudad en las mismas condiciones en la que estaba antes de la campaña. El responsable de la Dirección de Higiene Urbana municipal afirmó que el mismo lunes había comenzado en el microcentro un operativo de limpieza de la propaganda política. El funcionario dijo que tres grupos de entre cinco y seis personas se estaban ocupando de esa tarea y manifestó que la limpieza de la ciudad es competencia de la Municipalidad, aunque no supo decir cuándo terminarán con esa tarea. “Vamos a blanquear paredes de instituciones ya que no se respetó el no pegar propaganda ahí”, afirmó.
El recurso de las pegatinas para promocionar a los candidatos de los partidos es de vieja data. En 1972, en un intento de ordenar el proselitismo callejero, se promulgó la ordenanza municipal N° 1.459 por la que se prohibía las pegatinas en lugares no habilitados. Como suele suceder con tantas normas, esta nunca fue respetada. Hubo épocas en que los pasacalles impedían en algunas calles ver el cielo.
No debería resultar difícil para la autoridad aplicar esta ordenanza, bastaría con intimar al partido que hizo la pintada o pegó un afiche para que limpiara si lo hizo en un lugar no permitido, previa sanción, porque la evidencia de quién cometió la transgresión está a la luz pública. A menudo estas pegatinas también avanzan sobre la propiedad privada. Y luego de las contiendas electorales, las gigantografías de ganadores y perdedores permanecen durante largo tiempo en exhibición, sin que nadie se ocupe de retirarlas. Pero no solo en la capital sucede esto, también en el interior.
La ruta provincial 307 está poblada de propaganda partidaria durante una buena parte de su trayecto, lo cual afea el imponente paisaje y algo parecido sucede con otras, cuyos postes de luz o refugios no se salvan de las pintadas y de los afiches.
¿Qué impresión se llevaría alguien que ingresara a una casa, cuyas paredes estuvieran pintadas a manchones con nombres de personas, frases, fragmentos de afiches, con basura junto a los zócalos y para ir al baño tuviera que sortear varios “pasahabitaciones”? En una ocasión, señalamos que la proliferación desmedida de afiches, pintadas de paredones, no solo genera una contaminación visual de importancia, sino que afean cualquier ciudad. Ponen en evidencia además el poco apego por la higiene de sus moradores.
Hasta fin de año, restan aún dos instancias electorales, de manera que todo hace suponer que en breve la ciudad volverá a poblarse de pegatinas. Estas acciones constituyen una falta de respeto por aquellos que desean vivir en una ciudad limpia, y no en un jardín que sea un referente de la estética de la fealdad.