Mirada extraviada en un laberinto onírico. Contradicción. Falsedad. Desvergüenza. Flores de un jardín, donde las palabras crecen huecas, aferradas a promesas del nunca jamás. Mirada que juega al “no te metás”, “dedicate a lo tuyo”, “mirá para otro lado”. Mirada que conjuga justificaciones: “roba, pero hace”, “si todos lo hacen por qué yo no”, “si no era yo, otro lo iba a hacer”. Que critica la paja ajena, pero que no ve la viga en sus ojos. Mirada que se mortifica con falacias, candidaturas testimoniales, postulaciones a dos puntas; con esa grieta que es excusa para declamar unión, bien común, orden. Una mirada que busca salvarse económicamente. Otra que busca desesperadamente la honradez, la verdad, en la patria del surrealismo, donde los representantes son casi siempre los mismos, donde pasado y fracaso siguen siendo eterno futuro. ¿Seremos el sueño de la hipocresía? ¿O de una sociedad que se fagocita a sí misma? En este jardín de la tragicomedia, todo está permitido a la hora de colgarse de la gran ubre.
Con alguna frecuencia se suele decir que una de las causas por las cuales nuestra sociedad no avanza demasiado se debe a la falta de participación cívica. Hay cientos de tucumanos que trabajan en voluntariados sociales, es decir ayudando a los otros de manera desinteresada o trabajando con ellos, pero no es menos cierto que la mayor parte de la población permanece ajena a la actividad comunitaria o dirigencial. Lo llamativo es el explosivo brote de estar dispuestos a trabajar por el bien común en tiempos electorales. En los comicios de 2015 hubo 25.537 candidatos inscriptos para competir por 347 cargos electivos y actualmente, son 18.651 los postulantes que competirán este 9 de junio. ¿A qué se debe este “fervor” participativo? ¿Qué subyace tras esta “solidaridad” inusitada? ¿Por qué no se prolonga en forma activa en el tiempo y gana más adeptos? ¿Son los mismos dirigentes los que no estimulan a sus representados a participar? ¿Cómo lograríamos una participación activa? ¿Cómo se sale de esto?
Salvación personal
Luis César Urtubey
Periodista
Hablar de fervor participativo en los próximos comicios provinciales es, en mi opinión, un lamentable error. Cuando se presentan candidatos que carecen de una convicción político partidaria y desconocen los requerimientos necesarios para ocupar una función pública, se convierten en advenedizos que pretenden llegar a cargos de responsabilidad sin tener en cuenta las necesidades del país, de la provincia, del municipio o de una comuna. Eso no es fervor participativo. Cuando los gobernantes entiendan que es primordial la educación, la salud y la justicia, pilares fundamentales para tener un país que ofrezca un futuro a la juventud, entonces se encontrarán participantes con fervor patriótico y no personas que solamente buscan la salvación económica personal, familiar o de un grupo de amistades. La necesidad imperiosa de que se constituya una verdadera república democrática con libertad de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial como lo establece nuestra Constitución Nacional, hará que la participación de los ciudadanos sea realmente duradera. Nuestro país necesita con urgencia candidatos honestos, dispuestos a trabajar para la comunidad buscando dar una mejor calidad de vida a la población al solucionar los acuciantes problemas de ignorancia, pobreza y hasta indigencia actualmente reinantes. Quizá entonces habrá solidaridad y fervor participativo en época de elecciones.
Piensa mal y acertarás
Jorge Montesino
Escritor-Editor
En el sistema “democrático” en el que vivimos se benefician unos pocos en detrimento de la mayoría que produce los bienes de valor. En ese marco no se puede medir la participación en números tan llanos como: más de 18.000 aspirantes para cubrir cerca de 350 cargos. Ese “explosivo brote de estar dispuestos a trabajar por el bien común” es aparente. El común entendimiento indica que durante el tiempo electoral, quienes participan de las “campañas” (además de los que acceden a ser parte de las listas), lo hacen por dinero, por puestos de trabajo, o por un intercambio en el que reciben alimentos u otros beneficios a los que de otra manera no podrían acceder. La percepción general es que cada uno de esos 350 cargos representa la salvación personal. El cargo significa un sueldo digno, pero además habilita espacios de poder para hacer negocios y acceder a otros ingresos bastante menos legales. Estas son las razones por las cuales a veces los números no tienen que ver con la realidad. No se trata de un “boom participativo”, sino de una especie de concurso amañado para salvarse y pasar de depender del trabajo a disfrutar sin esfuerzo de lo producido por otros. Fuera del tiempo electoral donde la participación se tergiversa hasta convertirse en un negocio, la participación ciudadana es minoritaria en proyectos de bien común que trascienden lo electoral: medio ambiente, educación, salud, trabajo, vivienda, cambio climático, etcétera, es escasa y ni siquiera sabemos cuántos son y cuáles sus características debido a su escasa difusión.
Mirar para comprender
Gloria Olivera
Docente
Participar es una invitación a mirar para comprender, para actuar, para vivir en primera persona, para ir al encuentro de la comunidad, para entender la complejidad de la realidad construyendo acciones reales, realistas y legítimas, así se descubren valores como la apertura, la comprensión, la empatía individual, colectiva y social. Las acciones solidarias nos invitan a cristalizar valores, nos impulsan a trabajar, a hacer algo por el “otro”, a sentirse útil y se practican valores como la implicación, la responsabilidad y la solidaridad. Las actitudes pro sociales permiten pasar de una participación simple en la que se opina, se critica a una meta participación proyectiva, en la que estar compromete con otros, no basta con estar, hay que hacer alguna cosa que sirva a otro, se ponen en juego los valores como la autonomía y la autoestima: lo que hago sirve. Los jóvenes conocen los valores de libertad, igualdad y solidaridad y es necesario que les recuerden a los adultos. Hace unos años los jóvenes hicieron un “llamado a la ciudadanía” y decían: “ser ciudadano es saber que el conocimiento proporciona los medios para actuar; es saber ser, saber hacer, saber transformarse. Ser ciudadano es practicar todas las formas de expresión, es vivir con los demás en lo cotidiano, es rechazar cualquier exclusión”. Asistir a una reunión vecinal, comunicar ideas y escuchar son semillas que llevan a la participación. Con proyectos en mente y con muchas ideas de ciudadanía se inspira el porvenir.
Nuevos actores
Santiago Garmendia
Doctor en Filosofía
El significado de “participación cívica” admite varias acepciones. Esa polisemia contiene las mayores confusiones y los mejores desafíos de la ciudadanía. Por un lado es claro que, como dice a canción, “se cree más en los milagros a la hora del entierro”, que los tiempos electorales generan un fervor solidario de la clase política tan sincero como las fotos de sus afiches. Y las consignas anodinas, que a cualquier incauto le sugieren una filantropía republicana que desea que ganen todos o cualquiera. Pienso que tampoco hace mejor papel la idea de que hay que poner de vez en cuando un “grano de arena”, caprichoso y tranquilizante. Los vientos culturales van a contrapelo de la formación de un tejido social que pueda reclamar su dignidad, superando la coyuntura. Pero no podemos negar que han surgido nuevos actores sociales no tradicionales, que desde identidades como el género o la ecología han reinventado el escenario de debate y participación. Han revitalizado lo que los griegos llamaban “Paideia”, que suponía que no se puede ser buena persona si no se es un buen ciudadano.
Votar y botar
Gigliola Petrelli
Licenciada en Turismo
La Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de un país, directamente o por medio de representantes libremente elegidos; también tiene el deber de procurar el desarrollo de esa comunidad. Lo llamativo de las últimas elecciones es el fervor participativo de un gran número de candidatos para ocupar cargos políticos -de muchos, se desconoce su trayectoria política y proyecto de gestión- despertando el interrogante de la real vocación de servicio que deberían tener. No todos los que se presentan lo hacen por esta convicción sino que los tiempos electorales representan la oportunidad para procurar mejorar su situación de vida actual. Especulando, muchas veces, con las necesidades de quienes trabajan para sus campañas, con una promesa de trabajo u otro beneficio. Por eso la política está tan desvalorizada. No es algo nuevo, ya el general Belgrano decía: “hubo un tiempo de desgracia para la humanidad en que se creía que debía mantenerse al pueblo en el mayor grado de ignorancia y, por consiguiente en la pobreza, para conservarlo en el mayor grado de sujeción…” Gandhi, entre los siete pecados sociales, ponía a la política sin principios y al dinero sin trabajo. Para revertir esto, los ciudadanos debemos exigir que los políticos dejen de pensar en las próximas elecciones y piensen en serio en las próximas generaciones. Que se involucren con el sentimiento de patria (no de partido). Que respeten la dignidad humana y busquen el bien común. Que procuren una sociedad más equitativa. Que generen fuentes genuinas de trabajo, que dignifiquen a las personas y les permitan proyectarse un futuro. Para ello, debemos hacer valer nuestro voto. Votando a los buenos candidatos y botando a los malos gobernantes. Alguien dijo que lo único que puede salvar al país es un cambio de conducta de sus ciudadanos, fomentando la honestidad, el trabajo y la capacitación, de lo contrario ninguna fórmula económica podrá tener éxito sin esos valores.