París es un lugar soñado. Y, en los sentidos de quien escribe, nos regala el momento preferido en cada atardecer. El sábado se termina y el sol abrasador del día se esconde y desnuda sombras largas que escoltan un cambio de ánimo. La tardecita llega con un trago, con un susurro, y permite un momento perfecto para conversar.
Allí está Juan Ignacio Londero. El tenista cordobés es la revelación del torneo y, en domingo de octavos de final, es el rival del “dueño” del lugar: Rafael Nadal.
“No me acuerdo cuando lo vi por primera vez, por la tele claro. Él juega en este nivel hace 15 años. Pensá que yo en agosto voy a cumplir ¡26! Es una bestia, no descubro nada nuevo, se siente absolutamente en su casa cuando juega en estas canchas, las conoce mucho. Y conoce también la instancia del torneo. Para mí es todo nuevo, pero eso no significa un problema. Estoy dispuesto a buscar mi juego, a ser todo lo agresivo que pueda y que él me deje. Hasta ahí voy con mis pensamientos, por supuesto con patrones para buscar durante el partido. Pero no me voy a dejar llevar por la dimensión de lo que voy a vivir. Debo jugar con ‘Rafa’, me gustan los desafíos. Ojalá pueda hacerlo bien y disfrutar semejante privilegio”.
Se lo escucha seguro. Tan firme como el tono de su deseo: basta de hablar de tenis, aunque sea el tenis, claro, lo que lo trajo hasta aquí. Entre estar a full y saturarse suele haber un espacio pequeño, muchas veces imperceptible. Y “Juani” no quiere confusiones. La charla entonces fluye ligera, como si fuera él quien la conduce a bordo de su cuatriciclo. “Tengo uno, sí. Y tengo un grupo de amigos con quienes salimos a andar. Aclaro, por las dudas: tomo todas las precauciones que se deben tomar”.
- ¿Sos otro cordobés fierrero?
- Ponele que sí, aunque me gustan mucho más los motores que los autos. Y a la hora de andar, me fascina el karting.
- Acá en París hay monopatines eléctricos por todos lados...
- Imaginate que ya me saqué las ganas unas cuantas veces. Los días sin partido paseamos por distintos lugares; hacemos las recorridas turísticas en esos aparatitos. Salimos a comer todos juntos (Andrés Schneiter -coach-, Roberto Maccione -PF-, Agustín Caseras -manager-) con algunos amigos más, y vamos en banda en los monopatines. Es más, hace unos días había tomado demasiada confianza y tuve que aflojarle porque estaba a nada de pegarme una piña.
- Te imagino a toda velocidad...
- Sí, pero no soy fanático. En realidad lo que me fascina es la aceleración, ese rugir del motor cuando pisás a fondo y tira revoluciones, amo ese sonido. Las picadas me gustan, por supuesto en el lugar indicado y con las precauciones necesarias. Algunas veces fui al Gálvez, en Buenos Aires, y la pasé genial.
Han transcurrido varios minutos de charla y Juan Ignacio parece una persona distinta en el tono de su voz, en el tiempo de sus palabras. La expresión de su rostro se relaja al recorrer temas que lejos están de estresarlo en estos días, placenteros y estresantes por igual. Al costado de la “revolución” que produjeron sus victorias quedó el teléfono, colector habitual de saludos y felicitaciones. La cantidad de mensajes recibidos superó todo lo imaginable.
- Parece mentira ver una persona de 25 años que llega sin un teléfono en la mano...
- Es que el teléfono consume su batería ¡y la mía! No podía contestarle a tanta gente, no tengo tiempo. Y es algo que, cuando estás tan al límite, seguramente te corre de lo importante. Ya lo retomaré.
- Alguna mirada habrás hecho...
- Algo sí, pero poquito. Me mandaron mensajes Ever Banega y Emiliano Rigoni, que es cordobés.
- Me contaron que también Hernán Cattáneo, el DJ...
- Exacto. Y no es uno más, Hernán es como un ídolo para mí. Amo la música electrónica y lo que toca él me encanta. Soy cordobés, no reniego del cuarteto, aunque prefiero lo suyo. Durante el torneo de Córdoba me preguntaban por una canción para poner cuando iba para la cancha y siempre era una de Hernán. Contra Nadal estará su música en mis rutinas previas.
Esa es la única referencia del “Topito” acerca del partido contra el 11 veces campeón. La charla viene con otra temática. Y así se mantiene, hasta el final.
- Para parte de la prensa mundial sos el tenista que viaja con su balanza...
- ¡Y con la licuadora! Desde siempre tengo problemas con el peso porque no llego. Mi nutricionista me dice que debo pesar 73 kilos, ahora estoy en 71 y bajo bastante durante los partidos. Parte de mi rutina es pesarme todas las noches para controlarme. Antes tomo un batido calórico que preparo con la licuadora.
- Imagino que debe ser algo más complejo que un simple “no quiero comer”.
- Claro, es metabólico. Me gusta comer, pero como poquito. Me cuesta comer las cantidades que debería.
- Podrías hacerte un tatuaje que refiera a eso, tenés unos cuantos.
- Sí, casi todos poco visibles, no me gusta que no pueda taparlos con ropa. Me tatué las fechas de nacimiento de mis padres, la palabra “familia” en árabe, un león en el brazo y una mano de Fátima en la pierna derecha.
- ¿Son imágenes con algún significado especial para vos o simplemente te gustaban?
- La mano de Fátima es un símbolo de protección y defensa muy popular en Oriente Medio y parte de África. A mi hermana Milagros le gusta mucho como señal energética. Y el león tiene un diseño geométrico que hice junto con la tatuadora. Lo vinculo con algo interno mío que aparece en los momentos más complicados.
Un rugido, pienso. Y pienso en silencio, para no decir nada que pueda traer el aura de Nadal al escenario de la conversación. Así lo pidió “Juani”. Y así fue. Ya habrá tiempo para volver a hablar de tenis. Para volver a jugar. Para volver a sufrir y a disfrutar, en simultáneo.