En 1928 culminó el raid más formidable que hayan realizado en la historia del mundo, el hombre y el caballo, hasta esa época. Un escritor y viajero suizo, radicado en la Argentina, llamado Aimé Félix Tschiffely, con dos caballos criollos, realizaron esta fabulosa hazaña de resistencia, uniendo en su marcha, las ciudades de Buenos Aires y Washington. Tschiffely vino al país entusiasmado por los relatos sobre las inmensas pampas argentinas. Había nacido en Suiza en 1869, pero vivió mucho tiempo en Londres.
Para concretar su sueño compró dos caballos criollos que llamó Mancha y Gato, colorado con pintas blancas, el primero, y el segundo, un gateado que hizo honor a su fama de “gateado, antes muerto que cansado”, pertenecientes ambos a la estancia “El Cardal” del doctor Emilio Solanet. Estos dos caballos, que tenían 15 y 16 años cuando iniciaron el raid y antes de recalar en la estancia de Solanet, habían pertenecido a un cacique llamado Liempichún. Partió el 23 de abril de 1925, desde una estancia del partido bonaerense de Ayacucho. Se dirigió a Buenos Aires, ensilló sus caballos usando un “chirigote”, silla de montar muy popular en la provincia de Entre Ríos e inició su largo viaje, saliendo desde la Sociedad Rural, en Palermo, el 25 de abril de 1925.
Desde Buenos Aires, pasando por Rosario y Santa Fe, llegó a Jujuy y pasó a Bolivia. En Perú atravesó el desierto de Matacaballos. Desde Cartagena, y hasta Panamá viajó en barco, y luego pasó por Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México y llegó a Washington el 29 de agosto de 1928, después de tres años, cuatro meses y cuatro días. Recorrió una distancia de más de 20.000 kilómetros, atravesando los desiertos más inhóspitos del globo, subiendo a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar y transitando por selvas pobladas de indios salvajes.
El plan inicial tenía como destino final a la ciudad de Nueva York, pero, con buen criterio, Tschiffely le puso fin en Washington, pues viajar a caballo por las carreteras de Estados Unidos, atestadas de autos, era suicida.
A su regreso a Buenos Aires, en enero de 1929, Tschiffely fue recibido como un héroe y una multitud agasajó a este criollo de corazón. Culminaba así una proeza que no ha tenido parangón. Miles de leguas pisadas por los cascos endurecidos, hasta llegar a la Quinta Avenida, que detuvo su tránsito para ver pasar estas figuras ahora legendarias, extrañas en otro marco, que no fuera el de la pampa infinita. Nada detuvo su avance a través del continente, montando en Gato o en Mancha. (http://elarcondelahistoria.com)