Entre los aforismos que lanzaban las ancianas de comienzos del siglo XX, había uno que sentenciaba: “Pascua marzal, año fatal”. En 1910 acertaron. El Domingo de Pascua fue el 27 de marzo, y en abril se desencadenaron sobre Tucumán las cataratas del cielo. En su edición del 5 de mayo, la revista porteña “Caras y Caretas” publicaba un artículo de su corresponsal en nuestra ciudad, titulado “Tucumán. La Pascua marzal. Noventa días de diluvio”, ilustrado con reveladoras fotografías.
Informaba el periodista que se trataba de “un diluvio que ha dejado chiquito al universal, porque ha durado 90 días y 90 noches, sin que aún se le vea el desenlace, como a las novelas por entregas”. Decía que Tucumán “se ha convertido en un bañado de varios millares de kilómetros, en cuyas aguas han encontrado magnífico vivero los ‘anopheles’, transmisores de las fiebres palúdicas”, en tanto “la caña de azúcar se apolvilla por exceso de humedad”. Corrían, además, rumores de casos sospechosos de peste bubónica, dado que el agua hacia salir a las ratas de sus guaridas.
Entre las fotografías de la nota estaban los frentes de las casas de Congreso y Chacabuco y de Mendoza y Muñecas, ambas en riesgo de derrumbe; los adoquines de madera de calle Muñecas fuera de su quicio; una ambulancia de tracción a sangre empantanada; caballos electrocutados por la caída de cables y otras.
La nota terminaba haciendo votos para que esta fuera la última calamidad tucumana producto de la “Pascua marzal”. Pero añadía que ya estaba en puerta un impuesto a los azúcares y los alcoholes para cubrir el déficit de 800.000 pesos que arrojaba el ejercicio oficial anterior.