¿Por qué Eva Perón fue excepcional?*
Nadie discute su excepcionalidad, la dureza de su temperamento, la fortuna que la hizo caer en el centro de los acontecimientos, el final trágico y las revanchas innobles de sus enemigos. ¿Por qué Eva Perón fue excepcional? O, más bien, ¿su excepcionalidad fue una emanación de cualidades que ella ya tenía o una producción en la que las circunstancias privadas, la vida de artista, su marido y la coyuntura también excepcional de la Argentina se combinaron de un modo sorprendente?
Por Beatriz Sarlo
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Eva es única. Esto explica la fascinación, el odio, la devoción que la rodearon (todavía hoy su retrato decora las paredes de muchos despachos políticos, en algunos casos insospechados de peronismo). Eva es única. Se puede repetir esto; de hecho se lo ha repetido durante décadas: las celebraciones editoriales y de la cultura pop, en los últimos años, dieron vueltas y vueltas a esa afirmación sencilla, como si fuera una novedad sorprendente. Por supuesto, en estas celebraciones, la belleza de Eva fue una especie de tema, que tejía sus notas con el tema político y con la prehistoria de muchacha provinciana a la caza de Buenos Aires. Tanto como los llamados gorilas vivieron afiebrados por los lujos de la vestimenta oficial y expusieron, después de 1955, sus joyas, sus zapatos, sus pieles en un bazar chabacano que debía aleccionar sobre los excesos de todo género de la tiranía depuesta, las celebraciones iconográficas francamente evitistas de los últimos aniversarios aplicaron a Eva instrumentos variados para decir, una vez más, que ella era única y excepcional.
Eva fue única. Esto podría decirse casi con un tono de alivio. Pero quizá podría intentarse una explicación. Su excepcionalidad no se mantiene sólo por la belleza, ni por la inteligencia, ni por las ideas, ni por la capacidad política, ni siquiera por su origen de clase, ni su historia de aldeana humillada que se toma revancha cuando ha llegado arriba. Hay algo de todo esto: Eva sería entonces una suma donde cada uno de los elementos son relativamente comunes, pero que se convierten, todos juntos, en una combinación desconocida, perfectamente adecuada para construir un personaje para un escenario también nuevo, como lo era la política de masas en la posguerra.
¿Qué hizo la excepcionalidad de Eva Perón? ¿Respecto de qué fue excepcional? ¿De qué tipo de mujeres, de actrices, de políticas, de esposas de presidente se diferenció? Aunque cueste creerlo, Eva pareció siempre tan excepcional (a sus enamorados y a sus detractores) que pocos se entretuvieron en un ejercicio comparativo relativamente obvio. Eva fue una actriz que compitió con otras actrices y, si no hubiera existido la intervención de varios hombres (como los militares llegados al poder en junio de 1943), habría perdido esa competencia. Su carrera había llegado a un punto de donde difícilmente se salta a ningún estrellato. Mucho de lo que después fue la base de su magnetismo corporal estuvo en el origen de su fracaso como aspirante en el mundo bastante poblado de la industria cultural argentina. Su diferencia, que la favoreció en la escena política, no la había impulsado en la escena del radioteatro ni del cine. Más tarde, como mujer del presidente, Eva marcó esa diferencia hasta el escándalo: contra el bajorrelieve de matronas presidenciales y de la elite local, Eva era, a veces, glamorosa, brillante como las stars del celuloide; otras veces, austera de un modo que tampoco tenía que ver con el estilo de la austeridad patricia.
Ninguna de estas cualidades podía sencillamente confundirse con la guaranguería que, para la oposición de la época peronista, daba la explicación más sencilla, precisamente porque era una explicación de clase. La apariencia de Eva, que no hubiera podido llevarla a ninguna parte en el mundo del espectáculo sin la intercesión de los militares nacionalistas de 1943, era excepcional, en cambio, en la escena política. Por lo tanto: Eva no fue una actriz hecha política. Fue más bien alguien que no podía ser actriz por algunas de las razones que la entronizaron en la cima del régimen peronista. Lo que era insuficiente o inadecuado en el mundo del espectáculo valió como una posesión rara y sorprendente en el mundo de la política.
El secreto de Eva es un desplazamiento. Su excepcionalidad es un efecto del “fuera de lugar”, que no quiere decir lo obvio (que llegaba de afuera de la clase, del sistema), sino que sus cualidades, insuficientes en una escena (la artística), se volvían excepcionales en otra escena (la política).
Naturalmente, para alcanzar el rendimiento multiplicado de ese “fuera de lugar” fue necesaria una pasión, sentimiento de lo excepcional, que Eva experimentó primero por su marido, mentor y cabeza de la sociedad política que ambos habían formado un poco por azar (tanto la sociedad como su carácter político). A Perón la unió primero una relación sentimental que, en pocos meses, se transformó en un amor político, que Evita transfirió del hombre al líder y del líder al pueblo.
En la excepcionalidad de Eva hubo un “fuera de lugar”, un pasaje de cualidades que, precisamente en el pasaje, se potenciaron y se volvieron adecuadas, aunque adecuadas no es una palabra exacta, ya que no se adecuaron a nada que estuviera antes, sino que crearon la situación para la cual serían adecuadas. Y hubo también un sentimiento hegemónico, que organizó, dominó, alimentó y destruyó todos los demás sentimientos. Lo que se llama, independientemente de su objeto, una pasión.
De la pasión, Eva fue completamente consciente, aunque esto parezca una paradoja. Casi podría decirse que la actuó en todos los escritos publicados con su firma, en todos sus discursos y en la rabiosa desesperación que rodeó su enfermedad y su muerte. Eva se da en sacrificio, ofrece el don de su cuerpo a la extinción física. Heroína dispuesta a la muerte para que soplen los vientos en las velas de la nave donde va su marido, que es su padre espiritual como lo es de todo el pueblo, Eva habla de su disposición a morir mucho antes de que la muerte estuviera tan próxima. Esto podría leerse como un clisé. Pero también como una forma extrema de vivir la relación con la Causa, una forma total que siempre exige el juramento de que se está dispuesto a perder la vida y que eso, la vida, sólo tiene el sentido de su entrega a la Causa. Te quiero hasta la muerte, te sigo hasta la muerte, estoy pronta a morir: los juramentos de la pasión.
Eva tiene esa cualidad unilateral que es indispensable a la pasión, que la sirve y le permite dominar por completo a quien la experimenta, organizando su relación con el mundo y ofreciéndole un modo de conocimiento. La pasión la guía hacia un objeto y Eva, esa mujer débil e ignorante como ella se describió muchas veces, conoce por sus pasiones. El mundo que antes de conocer a Perón parecía injusto pero inexplicable se organiza en oposiciones comprensibles.
La pasión de la fuerza necesaria para seguir experimentando la pasión: esta tautología del impulso y el afecto se despliega magníficamente en los últimos meses de Eva en los que maldice su muerte y, al mismo tiempo, no puede detenerse para intentar un reposo, una curación, un fortalecimiento. La pasión es la dichosa hoguera. En la pasión está, también, la excepcionalidad. La pasión es tautológica porque se alimenta de su propio impulso: no es gasto, simplemente, como la prodigalidad. Es gasto y acumulación: Eva quiere cada día más a su pueblo, a Perón, a su Causa. Una “débil mujer”, como se describe, es fuerte, decidida, una roca, un ariete contra el enemigo, un escudo, protección y defensa de aquel que la protege y defiende. Encomienda a Perón a su pueblo, cuando ella esté ausente, porque sabe que ella, la humilde discípula, es garantía del amado. Es intercesora y mensajera al mismo tiempo; va de un lado a otro sin escapar del vector que la impulsa. El círculo en que la pasión se gasta y se alimenta es perfecto...
Poco importa si Eva se pensaba excepcional. Sin duda, se pensaba muy poderosa, ya que las necesidades y privaciones de su vida anterior le habían enseñado a distinguir los atributos que posee el poder. Lo que importa (porque ello se prolonga en su estela post mortem) es que estaba dirigida por una pasión y que su aceptación de este impulso era voluntaria y al mismo tiempo irrenunciable. Eva se somete a esa pasión y, en consecuencia, nunca la considera excesiva. Por el contrario, predica su pasión al pueblo. Dice: a Perón no es posible quererlo demasiado, todo amor, toda fidelidad, todo sacrificio son poco. Ante un objeto pasional gigantesco, no hay exceso en las manifestaciones de la pasión.
Tampoco puede haber cálculo entre medios y fines, entre los actos y sus consecuencias. Eva tiene la ética de la convicción, enfrentada con la ética de la responsabilidad. Ella no es prudente. Las creencias que la impulsan se fortalecen en el suelo original de la experiencia, que recibió una forma cuando Perón convirtió esa experiencia en sentido. En ese momento, quedó marcado un territorio donde el cálculo de las consecuencias posibles de la acción quedaba confiado al líder. Eva se transforma cuando conoce a Perón y se reconoce en él.
Se puede leer toda La razón de mi vida (libro tan incómodo para el feminismo, por supuesto) con esta clave: Eva sentía afectos difusos, aunque intensos, antes de encontrar a Perón; su sentimiento de injusticia permanecía inexplicable e inerte; su indignación no tenía fuerza para traducirse en acciones; su vida carecía de objeto. Perón articula en una trama nítida todos estos impulsos vagos. Les da una razón (que no se opone a la pasión sino que actúa como su vector).
La relación entre propaganda política y expresión pasional en los escritos de Eva es interesante, pero no explica todo. Los actos del régimen peronista estaban claramente marcados por la estrategia de la propaganda política: la iconografía, las noticias de los periódicos, las manifestaciones y mitines formaban parte de un ininterrumpido discurso publicitario, independientemente de su contenido de justicia o su sentimiento de benevolencia hacia los humildes. Los textos de Eva no podían escapar de esta función omnipotente. Pero podrían haber sido otros textos, con otros temas y otros clisés los que hubieran cumplido idéntica función. Fueron, sin embargo, estas efusiones pasionales.
Las otras efusiones de Eva fueron las del odio o más bien esa forma plebeya del odio que es el resentimiento; las de la cólera y las de la venganza sostenida por una noción revanchista de la justicia y una convicción de que, detrás de la obsecuencia cortesana, acecha la traición que arma sus tramoyas tanto como las conspiraciones de la “antipatria”.
La pasión de Eva fortalece el sentido de diferencia radicalizada que da el estilo a su figura pública. La pasión es en ella la forma afectiva de la excepción; y la excepción es la cualidad del sujeto apasionado. En este cruce se tratará de leer, una vez más, las razones por la que se ha dicho, y posiblemente se siga diciendo, que Eva fue única.
© LA GACETA
* Este texto fue publicado originalmente en este suplemento en 2003.